¿Por qué, se preguntan, si nuestro candidato es mejor la competencia nos está comiendo la merienda? Y luego, para colmo de males…
14 de Agosto.- Ayer el Kurier, en su edición digital (y, supuestamente, también en la otra) publicó una encuesta que, probablemente, anticipe lo que serán los resultados de las próximas elecciones, a celebrarse en octubre de este año.
Sebastianico el corto, según esta encuesta, tendría todas las posibilidades de convertirse en el próximo canciller, gallardo y mozo (aunque de orejas de soplillo); un poco por su telegenia y otro poco porque los contrarios, las cosas como son, poco están haciendo para evitarlo.
Si las elecciones hubiesen sido ayer, Kurz hubiera estado a seis puntos del segundo clasificado, el actual canciller, Kern, el cual andaría sobre los veinticinco puntos. A poca distancia de Kern, pero a once eternos puntos de la cabeza de cartel que ha estado ocupando durante mucho tiempo, estaría la ultraderecha del FPÖ.
Este cuadro (de comedor) tiene bastante nerviosos a los oponentes del joven Kurz. La ultraderecha le acusa de algo que está a la vista: de haberse apropiado de un terreno y de unas ideas que ellos llevan cultivando desde hace ya varios años obteniendo pingües beneficios, o sea, el odio al extranjero (variedad arábigo-mahometana), aliñado con cierto racismo subliminal y con la desconfianza que aquí tienen los viejos del lugar (Kurz no es más que un “viejoven” que no lo aparenta) hacia todo el que hable alemán con un poco de acento.
En el SPÖ, en cambio, piensan que el problema es de mercadotecnia.
“Cachis en la mar, parecen decir, ¿Cómo es posible que teniendo nosotros un candidato mejor que la competencia el niñato este -por Kurz- nos esté comiendo la merienda?”
Y puede ser que, como sucede a la escocida ultraderecha, los socialistas tengan su parte de razón. Mientras que Kurz, aunque está fuera de la política de andar por casa está siempre presente en los medios (su vida es un continuo viaje de cumbre en cumbre y de encuentro de grandes estadistas en encuentro de grandes estadistas), el canciller Kern aparece ante esos mismos medio sin pegada, apagado, ojeroso, serio (y es una pena, porque entre Kurz y Kern, aunque solo sea por los años de experiencia que hay entre los dos, no hay color; yo soy de los raros que piensan que treinta años son pocos para gobernar un país a derechas, porque a los treinta y dos generalmente uno no se ha enterado de que le pueden pasar cosas irremediables, como por ejemplo, morirse).
En fin: para intentar remediar esto, en una maniobra de emergencia, el SPÖ decidió cambiar de caballo, mercadotécnicamente hablando, y contrató a un tal Silberstein, el cual tiene en su haber, según la prensa local, haber ayudado a ganar los últimos comicios al coriáceo alcalde de Viena, a Alfred Gusembauer (uno de los políticos más translúcidos que ha ocupado jamás una poltrona) y a Julia Timoshenko (ucraniana y una pájara de cuenta, y esto, como dicen en Cádiz, no es criticar, es referir). O sea, un tipo especializado en políticos en horas bajas.
Pues bien: a Silberstein le ha pasado lo mismo que al fugaz portavoz del presidente Trump. O sea, que casi no le ha dado tiempo a demostrar que vale un potosí (y dos potonoes). Hoy ha sido puesto a la sombra por la policía israelí, acusado de haber lavado dinero. Naturalmente, como dijo aquel, al conocerse las noticias del arresto de Silberstein en el SPÖ se han echado las manos a la cabeza y en los otros dos partidos grandes han empezado a rasgarse las vestidura y a pedir explicaciones. Al pobre Kern le crecen los enanos.
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