No importa el tiempo que uno lleve viviendo en Austria, hay una cosa, muy típica, que uno no pierde.
26 de Agosto.- La noche de verano es hermosa (quizá una de las últimas noches climatológicamente hermosas que le quedan a este verano). El bloguero está invitado a una tranquila celebración de cumpleaños en un heuriger. O sea, una de estas tabernas que son la versión austriaca del típico bar español de toda la vida, en donde se puede comer y, naturalmente, beber los buenos vinos de la tierra.
La compañía es agradable, la conversación, también, aunque quizá el bloguero tiene que hacer cierto esfuerzo extra para entender lo que se ventila porque hay algunas personas en la concurrencia que hablan en un dialecto más cerrado. Se van sucediendo las jarras de vino y de soda (aquí, según es costumbre, se toma el vino rebajado con gaseosa, al gusto de cada cual; el bloguero, como es un caballero de cierta edad, bebe muy poquito vino -lo justo para darle sabor a la mezcla- y luego, bautiza el morapio generosamente hasta llenar el vaso). Se van sucediendo también las bromas familiares, las pullas amistosas, entra la conversación en meandros técnicos. Los hombres se ponen a hablar de los coches eléctricos y del fracaso de la industria automovilística en parir baterías como Dios manda, que sean ecológicas y fáciles de cargar. Las mujeres comentan las gangas de la feria de jardinería de Halbturn, que se celebra, como es tradición, este fin de semana y en la que, como es tradición, el bloguero ha probado el primer Sturm del año.
Cuando se paga la consumición, se decide ir a otro sitio. Uno de los circunstantes viene de una familia que se dedica a la producción de unos vinos estupendos. Vayamos a mi casa. Se celebra la ocurrencia. De noche -aunque no tarde- el pueblo en donde está la casa del productor de vinos se parece a cualquier pueblo de La Rioja o de La Mancha. Los tractores que están aparcados en las sombras, los volquetes vacíos con sus siluetas angulosas que recuerdan a juguetes grandes. Los palés apoyados contra las paredes, esa tensión latente que preside los sitios en donde se trabaja.
En Burgenland se presume mucho de la herencia romana -no en vano, para los romanos, esta zona era su Marina D´Or, ciudad de vacaciones– y la casa es muy típica de Burgenland en su distribución, pero también muy típica del imperio romano. De puertas para afuera, el exterior es discreto, pero por dentro hay un patio fresco, con una higuera y un emparrado con una mesa preparada para acoger invitados hospitalariamente.
Los circunstantes vuelven a sentarse y empieza otra vez la ronda de conversaciones. Se encienden unas velas que se ponen a guisa de iluminación encima de la larga mesa. Cantan los grillos escondidos en la espesura del jardín. Todo el mundo está feliz, hay paz en los corazones. Se van degustando diferentes caldos producidos en las bodegas del amo de la casa. El bloguero sonríe con su copa llena con un par de dedos de un vino tinto que sabe como a darle un bocado a la sangre dulce y alimenticia de la tierra.
De pronto y sin que sea por el vino, el bloguero no ha bebido tanto, el cerebro se rebela y sale de viaje. Sin que pueda evitarlo, el bloguero empieza a divagar mientras la animada conversación de la mesa se convierte en un murmullo que se aleja y se aleja hasta devenir en un rio de palabras apenas distinguibles.
Maquinalmente, el bloguero ha empezado a tamborilearse en su muslo derecho, escribiendo a máquina, en un teclado invisble, un trozo absurdo de frase „Las alhajas falsas“. Después, con la misma seguridad que a la una del reloj le siguen las dos, escribe „Las alhajas eran falsas“ y se alegra de poder hacerlo, como el que hace una comprobación gratificante. Mientras los austriacos, ignorantes de lo que conlleva el tamborileo de sus dedos, siguen charlando, el bloguero escribe „corriendo por el campo“. Sonríe. Y luego „corriendo por el campo llego hasta el lago“. Habrá comprobado el lector, sobre todo si sabe mecanografía, que la primera frase, la de las alhajas, se puede escribir utilizando la línea central del teclado qwerty. Para la segunda, que parece la resolución de una aventura de Hercules Poirot, hay que utilizar también la línea superior y para llegar corriendo hasta el lago hay que utilizar todo el teclado. Las frases que preceden son los ejercicios de mecanografía que el bloguero tuvo que hacer todas las tardes durante tres años para aprender a escribir a máquina sin mirar (cosa que es una de las más útiles, junto con los idiomas, que aprendió en su carrera escolar, mucho más útil, dónde va a parar, que todo lo que aprendió en la Universidad, y que se quedó obsoleto al poco tiempo).
Por supuesto, el fenómeno del que el lector acaba de ser testigo es uno que yo llamo „de desconexión del emigrante“. O sea, que a todos nos llega un momento en que nuestro cerebro agota el cupo de estar escuchando una lengua que no es la nuestra materna y como, en muchos casos, resulta de mala educación coger, levantarse y largarse, el que coge, se levanta y se va es nuestro cerebro, que decide mandar a hacer puñetas la conversación e irse a volar por los espacios siderales. En mi caso, tras pensar en las alhajas falsas y darme varias carreras frenéticas hasta el lago, también he visto, casi completamente, con los ojos de mi imaginación, la secuencia de la fiesta de Hable Con Ella (me la ha recordado mucho la paz y la compañía en que se ha desarrollado mi tarde y naturalmente he cantado Cucurrucucú Paloma mentalmente) pero el funcionamiento del cerebro en estos procesos de desconexión involuntaria (que pueden suceder incluso cuando se habla de cosas importantes) es absolutamente imprevisible y parecido al que provoca la falta de ataduras que precede a coger el sueño. Yo he pensado en esto pero mis lectores ¿Qué piensan en estos casos? Sería muy divertido saber que no estoy solo.
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