En el caso de que un arqueólogo del futuro encontrara o encontrase mis huesos ¿Podría saber, sólo con ellos para qué quería yo un casco?
22 de Octubre.- A veces pienso si mi vida no será tan normal (tan afortunadamente normal) que mi cerebro, a falta de cosas extraordinarias, tiene necesidad de escaparse y jugar.
El jueves por la mañana, por ejemplo, estaba yo en la Hauptbahnhof, abriéndome paso entre la muchedumbre camino de mi trabajo, cuando de pronto me imaginé qué pasaría si, en aquel mismo instante, en mitad de Viena, pongamos que debajo de la parada de metro de Stephansplatz, un volcán despertara, como en Pompeya en el año 79, se pusiera a escupir ceniza y nos sepultara a todos. Me imaginé a un arqueólogo del año 4017, con su brochita (ris ris) desenterrando mi calavera (con gafas, la calavera, que el arqueólogo no las necesitará) y hablando a una grabadora.
(ruego al lector que lea esto con voz de locutor de National Geographic).
“Las cenizas volcánicas han conservado admirablemente el esqueletorl de este vienés del siglo veintiuno. Se pueden ver perfectamente los restos de un primitivo artilugio electrónico, de los que se utilizaban para captar imágenes bidimensionales, que transportaba en lo que puede haber sido una bolsa de material sintético que ha desaparecido. La muerte le sorprendió también portando lo que indudablemente es un casco. Un casco de los que se utilizaban para proteger la caja craneana de impactos indeseados cuando se jugaba al rugby”.
A partir de aquí, en mi fantasía, el arqueólogo se entregaba a las poéticas ensoñaciones a las que también se entregan arqueólogos de hoy en día cuando descubren, por ejemplo, la tibia de un Cromagnon o un diente cariado en la sima de Atapuerca.
“Practicaría este hombre el rugby? Su estructura ósea no parece muy apta, la verdad; los datos biométricos indican que el sujeto tiene pinta de estar bastante escuchimizado y canijo, por no hablar de que era bastante calvorota. Cambiará el descubrimiento de este espécimen nuestro concepto del deporte en el mundo antiguo? Qué otros descubrimientos apasionantes nos deparará este inmenso campo de ruinas en la que se convirtió, en 2017, la floreciente estación central de Viena?”.
Mientras despierto soñaba estas cosas, yo me reía, claro, porque el arqueólogo del futuro, solo con mis huesos, con mi cámara de fotos medio podrida y con el famoso casco de Rugby no podría imaginarse, jamás de los jamases, para qué quería servidor cargar con un chisme que pesa lo suyo y que tiene el tamaño de una olla rápida grande, sobre todo teniendo en cuenta que lo más cerca que he estado de jugar al rugby fue el día en que Javier Bardem me sirvió un cubalibre –esto lo tengo que contar algún día, que tiene su gracia y sí que es extraordinario-.
Como no quiero dejar a mis lectores con la incógnita, pues lo cuento. Resulta que el otro día, en una fiesta de cumpleaños, se me acercó la novia de uno de los asistentes y, con mucho tacto, me estuvo contando que quería regalarle a su novio una sesión de fotos, porque había estado haciéndole fotos con el móvil y eso pero que la verdad, no quedaban igual (en eso, estuvimos de acuerdo: las luces del estudio y la experiencia del profesional -modestia aparte- se notan). Que uno de los asistentes a la fiesta le había dicho que yo soy fotógrafo y que si le haría una sesión a su santo. Yo le dije que sin ningún problema, acordamos una fecha (que aún no ha llegado, por cierto) y el parné y se cerró la cuestión.
Para las sesiones con chicos tengo siempre a mano atrezos molones, típicamente masculinos, como por ejemplo, cosas deportivas. El otro día, en un rastrillo, encontré el famoso casco de rugby y, como tenía una sesión de prueba con Gábor, el modelo húngaro que están viendo mis lectores en las fotos (un hombre supermajo, por cierto) decidí ver cómo quedaba en foto. Lo que yo no había calculado era que el casco es un objeto bastante aparatoso, de manera que llevarlo al estudio en donde hago las fotos fue una operación un poco más engorrosa de lo que yo había calculado. Sin embargo, las fotos, como pueden verse, quedaron muy bien.
Y aquí, naturalmente, viene la publicidad: hermanas, novias, amigas, mujeres todas: si queréis hacerle a vuestros santos un regalo de navidad chulo de verdad de esos que no se olvidan, pensad en este fotógrafo. Según la oferta de navidad, una sesión de fotos cuesta 250 laureles. El precio incluye una hora de fotos, conversación agradable (servidor la pone) y una botella de vino espumoso, a consumir durante la sesión o para llevarsela a casa como recompensa por el buen trabajo realizado. Si la sesión es para antes de que lleguen las bonitas fiestas navideñas, hay que pedir cita (el cupo, aviso, es limitado) y si no, pues también hay “Gutscheines”.
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