Garrafón convencional

Diciembre es, en Austria en general y en Viena en particular, un mes abundantemente regado con alcoholes de todas clases.

14 de Diciembre.- Cada vez más, el mes de diciembre es un mes que, a efectos laborales, es un mes cojo. Es como esas relaciones amorosas que tan familiares nos son a los que nos vamos a vivir a otro país, esas que se establecen a distancia -!Estos tiempos modernos!- por escáip, en las que los amantes, en unas escenas que les hubieran encantado a nuestros abuelos, los surrealistas, piensan que están juntos cuando, en realidad, como cantaba Kiko Veneno, hay entre ellos „un muro de metacrilato“, que ni les deja verse, olerse, ni manosearse (con lo sano que es en una relación amorosa el tema ese de manosearse que cuando las parejas dejan de querer ir al grano, como cantaban Amistades peligrosas, ya está todo el pescado vendido). Dicen los videoamantes: llevamos juntos dos años y tres meses y no: han estado viéndose dos años, que es muy diferente. Y solo han estado juntos de vacaciones, en Rodas, en Malta o en Tahití. Y luego,cuando llega la convivencia, llegan los dolores fuertes de barriga.

Con el mes de diciembre pasa un poco lo mismo, que dice uno „estamos a primeros, tenemos todo el mes“ y antes de que uno se quiera dar cuenta, lo que tiene entre las manos es el mismo trabajo y un calendario que es un queso de Gruyere, que no hay manea de meterle mano a la cuestión. O sea, que entre uno y las tareas, el consabido muro de metacrilato.

Diciembre es un mes de desconciertos y de desconcentración. En Viena y en Austria en general, además, abundantemente regado con alchol. Con todos los alcoholes posibles y de todas las calidades (una época muy mala para las transaminasas y para la mucosa estomacal). El otro día, di que estaba yo renovando en el mercado navideño de Karlsplatz el vínculo afectuoso que me une con un grupo de excompañeras de trabajo (qué gusto da ver a los ex) cuando fui a comprarme un Glühwein o vino caliente, un Schilcher, más „es concrento“. Me planto delante del puesto y me atiende un muchacho disfrazado de uno de esos elfos que, en las tontipelis americanas, ayudan a Santa Claus -¿Por qué los que atienden estos puestos se sienten obligados a ir vestidos de una mezcla de Wally con un marinero noruego? No lo entenderé nunca-. El chaval, por edad, hubiera podido ser, sin mucha imaginación, canne de mi canne y sangre de mi sangre.

-Buenas tardes.

-Buenas tardes ¿Qué va a ser?

Un Schilcher y un Kinderpunsch -una excolega quería autoinfligirse un ataque de hiperglucemia, la mujer.

En esto que veo que, en el cartel que anuncia el precio del Schicher, en un rinconcillo, en una letra torturada, como de escolar, pone „Convencional”. Señora, no me pude contener.

Así el elfo me estaba dando las vueltas, le dije (muy en mi papel de señor mayor con barba):

-Oia usted, joven, por pura curiosidad ¿Y por qué el Schilcher que usted vende es convencional? ¿Es que hay alguno que sea especial? -porque si haílo, yo lo quiero probar, me faltó decir.

En esto, el chaval, didáctico, como cuando yo le explicaba a mi señor padre cómo se programaba el vídeo VHS -nunca aprendió, por cierto- me dijo así:

-Es que todo el mercado nuestro que usted ve está certificado como biológico y, como ya se nos ha terminado el vino bío, pues tenemos que decir que el que ponemos ahora está cultivado según lo convencional.

(O sea, barbián, pensé yo para mí que es „Tío de la Bota“ o „Castillo de Gredos“ o „Don Simón, famosas marcas, aclaro para mis lectores de fuera de España, de caldos en los que el buqué, la cuvée y la indudable potencia alcohólica, no es óbice para que el precio esté al alcance incluso de los bolsillos más humildes).

-Gracias por la explicación, Meister, o sea, campeón- dije yo sonriendo, al tiempo que hacía malabarismos para coger del mostrador las tazas y las vueltas y, con mi cuarto litro de garrafón en las manos, me fui a pasar frío y a echarme unas risas, que es lo que más apetece en estas fechas.


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