Una (ex)mujer de Bandera(s)

Ella le quería a él una jartá, pero se les rompió el amor de tanto usarlo. Ella pasó de ser la mujer de él, a ser la madre de su hija. Dentro de poco, aterriza en Viena.

25 de Enero.- Cuando uno llega a una cierta edad, uno empieza a darse cuenta de que hay personajes públicos a los que conoce de toda la vida y, no solo eso, de quienes se ha hecho, con los años, una opinión. Cuando Antonio Banderas empezó a hacer películas, allá por los ochenta, era un muchacho que se había liado la manta a la cabeza y, desde su Málaga natal, se había venido a Madrid. En aquel momento, Madrid era, en España, el sitio en donde había que estar. No solo porque en la capital de España estuviera lo que entonces se llamó „la movida“ („movida“ por cierto, que tuvo sus correlatos paralelos en Austria, particularmente en el mundo musical: uno piensa que Falco, por ejemplo, hubiera hecho muy buenas migas con Los Pegamoides) sino porque en Madrid pasaban las cosas entonces. De aquella espiral por la que la gente paseaba vestida como si tuviera el síndrome de Diógenes, solo salieron vivos aquellos que supieron combinar un punto de locura con grandes dosis de sensatez.

Por ejemplo (undostrés, responda otra vez): Alaska (que pronto se hizo empresaria), Bibi Andersen (hoy Bibiana Fernández, una mujer que vive una relación tensa con la ortografía, pero que tiene la cabeza mejor amueblada del país), Pedro Almodóvar (que de noche se ponía la bata de boatiné y de día se iba a trabajar a Telefónica) y, por supuesto, el propio Antonio Banderas. Durante una época de mi vida, rocé el mundo teatral madrileño (Banderas ya estaba en Hollywood entonces) y, cosa rara, me pareció que de Antonio Banderas hubiera podido decirse lo que se decía de Analía Gadé, a quien en la profesión se llamaba „Anomalía“ Gadé, por lo buena persona que era. B

anderas, con los pies en la tierra, tenía y tiene claro que lo de las películas (cito) „es como la estrella del árbol de navidad, que por delante es de purpurina y por detrás es de cartón“ (solo por esta cita, Antonio Banderas merecería que le hicieran un monumento en cualquier sitio) y ha llevado siempre una carrera en la que ha comido de todo (no como Ian McGregor, que lo mismo te hace un Jedi que un Ministro, pero casi).

Hoy, Banderas es un señor que empieza a ser mayor, y que tiene una hija que se llama Stela del Carmen Banderas (que es un nombre por el que hubiera matado cualquier heroina de Delia Fiallo). Dada esta trayectoria, uno se pregunta ¿Qué porras hacía Antonio Banderas con Melanie Griffith? ¿Qué le daba ella, que es una cabra loca, a ese santo varón? ¿Quizá cierto grado de locura? Entre las virtudes de Banderas se encuentra la alergia al escándalo, y jamás ha dicho una palabra más alta que otra. Así que no es probable que trasciendan detalles sobre la intimidad de este matrimonio por el que nadie hubiera dado un duro y que duró sin embargo doce años (es cierto que Melanie tenía cierta querencia por el tipo chulángano y Banderas, a pesar de que sea todo lo contrario, podía por lo menos dar el pego físicamente).

Melanie Griffith también es una señora que empieza a ser mayor. En los últimos tiempos se ha „desoperado“ lo suficiente como para volver a tener cara de ser humano y no de edredón del Ikea. Antes, era la hija de Tippi (su madre fue la gélida protagonista de Los Pájaros, de Hitchcock) o la exmujer y luego la mujer y después otra vez la ex, de Don Johnson. En España, Melanie –Te quiero una harta– Griffith, era la mujer de Banderas un poco un cruce entre Marilyn Monroe y Doña Croqueta. En cualquier caso, como dicen en Albacete, una mujer con poco fuste.Y ahora, para las nuevas generaciones, Melanie Griffith es la madre de Dakota Johnson, esa muchacha que ha hecho que haya gente que lave a mano con el Sadomaso lo mismo que en los setenta lavaban a mano con Emmanuelle y Silvia Christel haciendo de francesa a la que no le importaba faire l´amour en posiciones incómodas pero fotogénicas.

A todos estos apellidos, Melanie Griffith ha añadido en los últimos días uno que será más efímero sin duda: el de invitada de Richard Lugner al Baile de la Ópera, que se celebrará a primeros de febrero. Cheque por delante, naturalmente, que Melanie es una mujer que tiene muchos inyectadores de bótox que mantener. El millonario austriaco quería una muchacha joven (él tiene ochenta y tantos, Melanie ha cumplido sesenta) y ninguna estrella de saldo, braguero o incontinencia. A él, de todas formas, le da igual, porque cuando presentó a Melanie Griffith demostró no tener la más mínima idea de quién era o lo que había hecho la señora a la que estaba presentando, quizá una de las actrices de comedia más deliciosas del siglo XX, con una voz también deliciosa de la que frecuentemente nos ha privado el doblaje. Melanie no es una señora fácil, por lo visto. Ningún peluquero de Viena le gusta y está volviendo loco a su empleador, que ve con preocupación cómo los costes de su operación anual de relaciones públicas van subiendo inexorablemente.

Quizá hubiera tenido que llamar a Antonio Banderas antes de decidirse. Para que le pusiera al cabo de la calle, más que nada.

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