Muchas son las diferencias que separan a los ojos de los que hablaremos hoy. Hay una semejanza, que puede ser desasosegante.
1 de Febrero.- Soy consciente de que no voy a disminuir mi fama de friki cuando cuente lo que voy a contar. Intentaré explicarlo con pocas palabras y aún así no estoy seguro de que todos mis lectores vayan a entenderme o a captar la semejanza que para mí se ha hecho evidente.
Verán ustedes:
En mi casa tengo un televisor conectado a internet, el cual tiene un acceso a YouTube. El algoritmo de la máquina me ofrece cosas que cree que pueden gustarme.
Ayer, por ejemplo, salió un programa viejo de Lo+Plus en el que entrevistaban a Rocío Jurado. Jurado, que murió a los sesenta y dos años, en 2006, fue probablemente la cantante más completa de su época y, sin duda, una mujer de gran personalidad. Para un español, y creo que para un latinoamericano de habla hispana, era muy difícil no conocer a Rocío Jurado. Yo, de hecho, me sé muchísimas de sus canciones (particularmente las de la etapa de su mítica colaboración con Manuel Alejandro) y ayer me di cuenta de que, habiendo crecido con ella siempre presente, en la televisión, en los incontables programas musicales en los que participó. Incluso, habiéndola visto una vez en persona (una señora bajita que era todo un espectacular cardado, cuando yo debía tener unos quince años y ella más o menos la edad que yo tengo ahora), nunca me había parado a escuchar a Rocío Jurado. A escucharla hablar con un poco de calma, me refiero.
Supongo que, hasta ayer, me pasaba como a muchísimos españoles, que habíamos terminado por confundir a Rocío Jurado con el personaje torrencial que interpretaba en sus canciones o con esa especie de fantoche pasado de vueltas al que se obstinaban en reducirla sus imitadores. Unas caricaturas que, en el fondo, tenían tufo a sobaquina machista. De la proverbial fuerza de rocío jurado y del aplomo de su marido, el taciturno torero Ortega Cano, los había que deducían alguna cosa rara, en un matrimonio que debió de ser, por lo demás, bastante normal (dadas sus circunstancias totalmente anormales, claro).
Con ese escepticismo empecé a escuchar a Rocío Jurado, mientras revelaba fotos y poco a poco me di cuenta de que Jurado debió de ser en vida una persona muy diferente de aquella a la que yo me había imaginado. Una persona que, a pesar de haber nacido en unas circunstancias muy humildes, sabía expresarse con notable delicadeza y, lo que es más, con una sensatez notable que recorría transversalmente todo su discurso. Naturalmente, Jurado era una mujer muy devota (de la Virgen de Regla de Chipiona, como todo el mundo sabe) y obviamente bastante chapada a la antigua, cosa tampoco rara entre las señoras de su generación. Pero eso no la convertía en una idiota, ni mucho menos.
Cuando el programa terminó (cómo ha envejecido y qué poco han envejecido las respuestas que da Rocío Jurado a la entrevista) YouTube me ofreció otra oportunidad para escucharla. Se trataba de una entrevista, debió de ser ya muy al final, que la cantante dio poco antes de morir. Su oponente era Jesús Quintero, un tipo que tampoco es famoso por su llaneza. Rocío Jurado ya estaba herida de muerte, aunque se esforzaba por aparentar normalidad. Y entonces, particularmente en la primera mitad de la entrevista, Rocío Jurado empezó a decir cosas. Cosas tremendas. Y Rocío se paraba a mirar a la cámara y sus ojos, sus grandes ojos que eran todavía más grandes después d ela delgadez extrema del cáncer, se me clavaban en el alma. Tanto, que hubo muchos momentos en los que tuve que parar la grabación, porque se me hizo insoportable tener delante de mí a una persona que amaba tanto la vida y que la tuvo que dejar tan pronto.
Y dirán mis lectores si han llegado hasta aquí, „llamándose este blog como se llama ¿Qué porras tiene todo esto que ver con Viena?“.
Hoy, Udo Landbauer, el político ultraderechista que ha sido asociado con la hermandad Germania y con su famoso libro de himnos, ha dimitido de todos sus cargos y no solo no se sentará en el Gobierno de Baja Austria, sino que ha dejado el partido en el que hasta ahora militaba (esta por verse, claro, si se marcará „un Pilz“ y volverá en seis meses). A lo largo de esta última semana, su aspecto se ha ido haciendo más y más demacrado, sus ojeras cada vez más pronunciadas. Y si ya, durante la campaña electoral, se le veía „castigao“, en los últimos días su parecido con un pariente anémico de Drácula se ha hecho cada vez más evidente. Hoy, en las imágenes con las que los medios han ilustrado su dimisión, durante un segundo (un segundo muerto, de esos en los que el entrevistado mira a cámara sin saber a dónde está mirando) ha aparecido en los ojos de Udo Landbauer la misma mirada que tenían ayer por la noche los ojos de Rocío Jurado. Esa mirada de ser vivo cansado. Y me ha dado por pensar (saben mis lectores que yo estoy en las antípodas de la presunta ideología de Udo Landbauer) si ese hombre de treinta años no lo tenía casi imposible para defenderse. Y, sobre todo, para que nadie le creyera. Y la verdad es que, como ex niño raro (actualmente, adulto friki), como ex niño solitario, al pensarlo, me ha venido un sabor extraño a la boca.
¿Todavía no sabes cuál es el gazapillo que se ha colado en el vídeo de esta semana de 360 around Vienna? No me lo puedo creer. Si es tan evidente…
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