Por qué el Gobierno austriaco tiene un problema

Y nosotros, con buena suerte, nosotros vamos a dejar de tenerlo.

19 de Febrero.- El rey Carlos III de España ha pasado a la Historia como uno de los más sensatos que hemos tenido. Después de ser becario en el reino de Nápoles, una de esas carambolas que eran tan corrientes en aquellos siglos hizo que el Borbón, que ya había desempeñado un buen papel en el sur de Italia, terminase sentado en el trono español. Los retratos, incluso contando con el veinte por ciento de adulación que era obligatorio en la época, le muestran como un hombre de una fealdad bonachona, de mirada bovina y maneras poco dadas a la majestad. Uno se lo imagina más como un comerciante de paños en una ciudad de provincias que como el monarca de unos reinos que, entonces, aún abarcaban cuatro continentes.

Es bien conocido que el tercero de los charlis no era precisamente una lumbrera, pero no se puede decir de él que fuera un hombre sin cualidades. Quizá la mayor fuera que, sabiéndose él mismo normalito, tuvo siempre un ojo de halcón para rodearse de ministros competentes. Lo mejor de la intelectualidad de su época sirvió a sus órdenes y, cuando en España no encontraba el talento, lo importaba. Junto con sus ministros, Carlos III emprendió una tarea de modernización que le proporcionó al país un paréntesis de tranquila prosperidad, que falta le hacía.

No todos los esfuerzos de Carlos III por convertir España en un lugar más civilizado, estuvieron coronados por el éxito. Por ejemplo: en aquella época, los madrileños tenían la simpática costumbre de vaciar sus orinales tirando su oloroso contenido por la ventana (tras una advertencia somera, para que nadie resultase alcanzado por los detritos). Como resultado, la ciudad no solo se convertía en un paraiso para las bacterias (de cuya existencia apenas se tenía noticia en aquella época) sino que también echaban las calles un tufazo a estercolero que hoy no nos es concebible.

Intentó el que pasa por ser el mejor alcalde de Madrid prohibir por ley semejante barbaridad, y se encontró con la frontal oposición no solo del pueblo de Madrid, sino también de los médicos (españoles) de la corte, que argumentaban delante de quien quisiera oirles que los desechos proporcionaban en invierno calor que protegía de las enfermedades, sobre todo a los más pobres que, en aquella época como en esta, sufrían las consecuencias de la pobreza energética. El vulgo, naturalmente, asentía dándoles la razón.

Siempre que sale el tema del tabaco en Austria, uno no puede por menos que acordarse del pobre Carlos III y sus esfuerzos por erradicar la mierda de la vida pública de sus reinos.Y es que, señora, las personas de menos luces son las más recalcitrantes opositoras a los cambios y, aunque los cambios sean buenos, se niegan a verles cualquier lado favorable.

Antes de las últimas elecciones, el partido derécher hizo el papel de los médicos de la corte de Carlos III y con la promesa electoral de eliminar la prohibición de fumar en los locales públicos, cuya entrada en vigor está prevista para el día 15 de Mayo próximo, si no hay ley en contrario que lo evite. Apelaban a esa parte del alma austriaca, a ese tuétano viejuno que tiene este país, formado por personas que hacen las cosas „porque así se han hecho siempre“ o porque así se hacen „bei uns“ (este „bei uns“ para mis lectores hispanoparlantes sería como „entre nosotros“, „en este país“ y siempre se opone a un „bei euch“ o similar o sea „en vuestro país“, „en vuestra casa“ y ese „bei euch“ siempre es sospechoso de ocultar un mudo reproche o peor, una invitación a no meterse en cosas que a uno no le importan).

Cuando llegaron las elecciones, con el resultado que todos conocemos, una de las condiciones que puso el partido derécher para dar su apoyo al Gobierno fue eliminar la prohibición de fumar en los locales públicos, gesto que fue saludado por aquellos que reivindican no solo la libertad propia de causarse un enfisema (al fin y al cabo, respetable) sino también los que desprecian egoistamente la necesidad de fumar sin quererlo de todos los trabajadores de la hostelería. El colegio de médicos austriaco puso el grito en el cielo (esta vez con acierto, y no como en tiempos de Carlos III) y convocó, junto con la asociación austriaca contra el cáncer, una recogida de firmas para llevar al parlamento una iniciativa legislativa popular que impida la barbaridad que el Gobierno proyecta.

A pesar de que, como decíamos ayer, en el departamento de informática del Ministerio del Interior Austriaco, la mayoría de los días se masca la tragedia, la recogida de firmas ha roto en tres días un récord y ha sobrepasado ampliamente las cienmil necesarias para tener éxito.

La reacción del partido derécher ha sido que los médicos austriacos „están haciendo política“. Va a ser eso.


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