Historias de la frivolidad

!Quién podría pensarlo! En el siglo XXI y tenemos que hablar de la censura. Viena la ha sufrido en sus carnes.

26 de Febrero.- El lema que preside el blog de un famoso periodista español es, me parece, muy revelador de cómo funciona el mundo. „En aquel momento, parecía una buena idea“, dice.

Yo lo interpreto así: a veces, los seres humanos hacemos cosas que, en principio, persiguen un objetivo bueno. Sin embargo luego sucede que, como al aprendiz de brujo de la fábula, la cosa se nos va de las manos y al final ocurre que el remedio es peor que la enfermedad.

Por ejemplo: todos estamos de acuerdo en que el feminismo persigue un objetivo fenomenal, que es el de situar al mismo nivel dos construcciones culturales. La primera construcción cultural es esa que llamamos „ser un hombre“ y la segunda esa que llamamos „ser una mujer“.

La biología dice que los bichos podemos ser machos o hembras, cada uno en su especie, pero dado que el ser humano es mucho más que biología, estaremos de acuerdo en que, lo que llamamos „ser un hombre“ o „ser una mujer“ es una cosa que ha ido evolucionando a lo largo de la Historia, al mismo ritmo que la cultura.

Por ejemplo: en el siglo XVIII era normal que los hombres llevaran peluca y tacones altos e incluso, si uno tenía el riñón bien cubierto, podía llevar medias de seda. Y nadie hubiera dicho de Mozart que era menos hombre que, pongamos, Clint Eastwood, que ni lleva peluca, ni medias de seda ni tacones. Lo mismo: a principios del siglo XX se añadieron a „ser una mujer“ las categorías „trabajar por cuenta ajena“, „hacer deporte“ o „fumar cigarrillos“, que hasta ese momento pertenecían solamente al repertorio de la construcción cultural „ser un hombre“. Por supuestísimo, nadie piensa hoy en día que una mujer que fume o trabaje de ingeniera de autómatas sea menos mujer por eso.

Luis XVI

De modo que a un estereotipo (malo) el que considera que „ser un hombre“ es mucho más chulo que „ser una mujer“, el feminismo le ha contrapuesto otro estereotipo, narrativa, lo llaman los posmodernos (bueno) o sea: que „ser un hombre“ es igual de bueno que „ser una mujer“.

Hasta aquí, perfecto.

En los últimos tiempos, sin embargo, una escisión de este feminismo original ha dado un paso más, haciendo que circule de manera común una noción de nuevo cuño: la del „depredador sexual“ (yo, que tengo buena memoria para esas cosas, estoy seguro de no haber escuchado las palabras „depredador“ y „sexual“ juntas, como mucho hasta hace un año; incluso cuando saltó a la luz pública el incalificable comportamiento del cómico americano Bill Cosby, muy poca gente dijo de él que era un „depredador sexual“).

Este estereotipo, el del „depredador“, que no es aceptado por todas las feministas, da a entender que, en mayor o menor medida todos los hombres, en cuanto a tales, son sospechosos de querer obtener ilícitamente (con violencia) satisfacción sexual a costa de la mujer, que es presentada prácticamente sin excepción como vícima de una fuerza a de la que no le es posible zafarse.

Como en cualquier movimiento de estas características, tener alguna reserva, aunque sea leve, sobre alguno de los términos expuestos en los párrafos anteriores implica automaticamente meterse en problemas. Incluso si se es mujer (quizá, todavía más si se es mujer). Incluso si dicha mujer se considera feminista.

La corriente de opinión que esgrime el estereotipo del „depredador“, del hombre-lobo, considerará que cualquier persona (mujer u hombre) que ponga en cuarentena esta noción no será feminista por completo o, en el peor de los casos, se convertirá automaticamente en unx colaboracionista del statu quo opresor.

Es más: según esta rama de la ortodoxia, incluso las mujeres que hacen profesión de fe pública a) de la represión monolítica e imposible de evitar a la que la mujer está sometida (llamada genéricamente „acoso“) o b) la existencia de un impulso perverso e innato en el hombre de obtener violentamente cosas de las mujeres, deben hacer esfuerzos incansables por buscar en sí mismas virutas, restos de creencias justificativas anteriores, presuntamente reaccionarias, que pudieran persistir en ellas y que pudieran apartarlas de esta verdad.

Otra peculiaridad de esta escisión es que las personas que creen en todo lo anterior no consideran necesario que un hombre ejerza la violencia sobre una mujer en concreto para que sea considerado un „depredador“ o para que se manifieste en ellos „el gen maligno“.

Un hombre puede ejercer violencia „sobre las mujeres“ así, en general si, por ejemplo, consume publicaciones en las que aparezcan al descubierto partes del cuerpo de la mujer que las personas creyentes en la teoría del „depredador“ consideran que están cargadas sexualmente (dado que esta corriente tuvo su origen en el mundo anglosajón, fuertemente influido por el puritanismo, cae por su peso que casi todas las partes del cuerpo de la mujer pueden ser consideradas susceptibles de estar cargadas sexualmente según este punto de vista).

Asimismo, la noción de acoso (que, aprovecho para decirlo, en algunos casos no coincide con lo que la ley describe como un acto criminal) no prescribe nunca. Incluso cuando los productos culturales considerados ofensivos fueron fabricados en momentos de la Historia en los que el consenso social era otro.

Reinterpretación

Por ejemplo: en Viena hay un museo muy famoso (y muy bueno). Es el Leopold. En él se almacena una de las colecciones más apabullantes de obras maestras de Egon Schiele. Las exposiciones del Leopold, dada la procedencia de sus fondos, son variaciones de n elementos tomados de n en n. O sea, que casi siempre se exhiben los mismos -irmpresionates- cuadros. En estos días se ha inaugurado una muestra de obras de Schiele, el cual, como es sabido, pintaba sobre todo mujeres en actitudes abiertamente sexuales (cosa que, por cierto, le valió en su época ser enchironado, no porque abusase de sus modelos de ninguna manera, sino porque se consideraba que reflejar en un cuadro personas en estas actitudes era inmoral).

La ciudad de Viena ha intentado aprovechar la oportunidad de la exposición para promocionarse en el extranjero. En varias capitales europeas (Londres, Berlín) la campaña, que está compuesta por fotografías de obras de Schiele, ha sido rechazada por „demasiado atrevida“ (debido, sobre todo, a presiones ejercidas por la rama feminista que considera al hombre un depredador y cualquier representación sexuada de la mujer un gesto de opresión). La ciudad de Viena, eso hay que reconocerlo, ha hecho de la necesidad virtud y ha censurado su propia campaña, tapando las partes sexuales de los cuadros de Schiele con una faja en la que podía leerse algo como „hecho hace cien años, todavía demasiado atrevido“.

Cuando un grupo de feministas francesas, encabezado por Catherine Deneuve, firmó hace semanas un manifiesto en el que advertía de la ola de puritanismo que nos acecha (Si se puede censurar a Schiele ¿Terminaremos escondiendo La Venus del Espejo o La Victoria de Samotracia?) yo creo que se estaban refiriendo exactamente a cosas como esta.


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