¿Tiene la concentración de melanina en la piel alguna relación con el rendimiento intelectual de una persona? Hay gente en Austria (aún) que cree que sí.
20 de Abril.- Una de las mayores maldiciones que ha caido sobre el homo contemporaneus es que, antiguamente, o sea, hasta los años noventa del pasado siglo, a los tontos o a los malos o a los que tienen las neuronas recubiertas de un sarro asqueroso, los sufrían solamente los pobrecitos que tenían la desgracia de estar emparentados con ellos.
Todos hemos tenido un cuñado, o un primo, o una tía o alguien así, que pertenecían a ese tipo de personas que, cuanto más los conoces, más quieres a Donald Trump (si es que eso es posible, porque a Donald Trump no le quiere ni su familia, por lo visto).
Sin embargo, desde el advenimiento de eso que los indocumentados llaman „las nuevas tecnologías“ a los tontos, a los malos, a los que tienen las neuronas recubiertas de un sarro asqueroso, tenemos que sufrirles todos.Queramoslo o no.
Internet se ha convertido en su campo favorito de actuación debido fundamentalmente a que la red proporciona una cierta sensación de anonimato (aunque ya se encarga Facebook de que no) o, por lo menos, de protección, parecida a la que sienten algunos conductores en los habitáculos de sus coches, sensación que les lleva a explorarse concienzudamente las fosas nasales con el dedo índice.
La existencia de esta gente plantea a la sociedad en su conjunto un grave problema: por un lado, está el derecho a la libertad de expresión, derecho que, aunque lo usen de aquella manera, también asiste a los tontos y a los malos; y por otro lado están delitos de nuevo cuño, que tienen un ámbito que no siempre es muy preciso, como estos de la incitación al odio hacia personas particulares o colectivos.
¿Qué hacer? Al ser la frontera tan delicada y al ser el de la libertad de expresión un derecho tan básico, es muy complicado acotar la pura idiotez, la simple maldad racista, homófoba, xenófoba o „algo“foba, el berrido animal, en suma, del delito.
Por ejemplo: durante estos días los medios austriacos se han hecho eco del nombramiento de una nueva político en el distrito centro de esta capital. Esta persona, aparte de dedicarse a la política (es miembro del Partido Socialista) es doctora si no recuerdo mal. Y joven además. Yo diría que no tiene treinta años.
La cosa no hubiera pasado de la mera anécdota si no hubiera sido porque la persona en cuestión tiene en su piel una concentración de melanina superior en varios grados a la que pueda tener, por ejemplo, yo. O sea, que es una mujer de color. Se llama Mireille Ngosso y, por lo que se pudo ver en la televisión no solo es una mujer muy simpática, sino también con muchísimo sentido común y muy inteligente. Y, además, por lo que le ha caido encima, una persona con una paciencia digna del mayor elogio. Probablemente, haya establecido un record mundial en su especialidad.
Aunque pueda parecer mentira a estas alturas de la Historia de la Humanidad, hay personas ( si tuvieran madre, esa madre ladraría) que relacionan la concentración de melanina de la epidermis de una persona con su rendimiento intelectual o su valía para un trabajo determinado. Un rival político de la nueva miembro de la administración del distrito centro de Viena ha escrito que, si una persona como esta (!!!) puede llegar a desempeñar un cargo municipal en Viena, „él no está seguro de saber qué identidad y qué raíces tiene su ciudad natal (él ha dicho Heimatstadt, que es intraducible al español con la misma fuerza que en alemán)“.
Creo que, en este caso, la afirmación es autoexplicativa.
La ORF entrevistó el otro día a la Sra. Ngosso, la cuial explicó por qué el color de su piel (nació en Congo pero vino a vivir a Austria de niña) y manifestó llevar la cosa con paciencia y, sobre todo (sabia decisión) su voluntad de no leer los comentarios salvajes a propósito de su nombramiento. Más que nada, por conservar la salud mental.
A pesar de las idioteces de los de siempre, hay que señalar también que el caso de la Sra. Ngosso es excepcional y que, en la mayor parte de los casos, las personas que vivimos en Austria, particularmente en Viena y que no hemos nacido aquí, tenemos muy poca presencia en las instituciones. En el Parlamento, por ejemplo, hay solo seis diputados con lo que aquí se llama „migrationshintergrund“, pero en Viena un tercio de la población no tiene derecho a voto (a pesar de que paguen sus impuestos como el que más, como tengo dicho muchas veces y a pesar de que, como creo que es mi caso, estemos más al tanto de la actualidad del país que muchos austriacos). Son (somos) personas que deberíamos tener derecho de alguna manera a expresar nuestra opinión sobre cómo queremos que los políticos se gasten el dinero que les damos. De momento, es una utopía. Esperemos que pronto haya políticos valientes (tan valientes como la Sra. Ngosso) que se atrevan a dar soluciones eficaces. Quizá, los que hasta ahora no tenemos derecho hablar, pudiéramos aportar algo. Será enriquecedor para todos.
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