Martha no sale ni con agua caliente

De donde se deduce que al mundo le iría mejor si se aplicasen los valores del LifeBall, o sea: humor, amor y tolerancia y paciencia, mucha paciencia.

3 de Junio.- Ayer por la noche, en Viena, se celebró el vigésimoquinto LifeBall. Uno de los tres sábados del año que, para la comunidad LGTBI, relucen más que el sol.

Y también, por qué no, uno de los sábados del año que deberían relucir más para los heteros, porque el VIH no lo padecen solo los gays.

La heterosexualidad, como todo el mundo sabe, no protege del SIDA.

Del SIDA protege, en primer lugar, tomar las precauciones adecuadas, para poder disfrutar sin riesgo. O sea, antes de follisquear, el condón te has de calzar.Y después, del SIDA protege naturalmente la investigación científica.

En primer lugar, deben los Estados ponerse las pilas e invertir dinero no en bombas, ni en nacionalismos mierdosos, ni nada de esas cosas, sino en lo que de verdad importa que es la salud de las personas. Las organizaciones no gubernamentales, como las que están detrás de la organización del Lifeball, tienen también sus deberes. Recoger dinero para ayudar a la investigación es uno, pero también y no menos importante es terminar con el tabú de las personas que son seropositivos o que están enfermos de SIDA. Dar a conocer que, con las debidas precauciones, la gente no se contagia y que las personas enfermas de SIDA son gente como tú y como yo, que lo que más desean es que se las trate con normalidad.

En resumen: para todos, enfermos de SIDA y enfermos de otras cosas (¿Quién no tiene sus achaques?) cosas como el Lifeball deben ser, ante todo, un llamamiento a la simpatía, al humor y a la tolerancia. Negar o silenciar la existencia de los problemas no hace (desgraciadamente) que los problemas desaparezcan.

En fin: dicho esto.

Quizá se estarán preguntando mis lectores cómo va el asunto de la lista Pilz, ese partido que empezó como un triunfo de su fundador, pero que cada vez se parece más a un cruce entre House of Cards y La que se Avecina.

Hagamos un resumen de los capítulos anteriores.

Como recordarán mis lectores, Peter Pilz abandonó Los Verdes austriacos justo antes de las últimas elecciones. Y no solo se fue él, sino que se llevó a una gran parte de sus votantes, que veían en él a un látigo de los poderosos, a un desfacedor de entuertos, a uno que no vacilaba en cantarle the forties al mismísimo lucero del alba.

Fue un triunfo. Los Verdes (los pobres) salieron del parlamento austriaco y ahora solo tienen bolos en teatros de provincias, en tanto que Pilz consiguió sacar unos cuantos diputados en el Parlamento de Viena.

Los problemas de Pilz empezaron cuando el semanario vienes Falter, en el que se hace periodismo como el de antes (y en el que quizá eran más de Lunacek que de Pilz, por qué no) publicaron a cuatro columnas que Peter Pilz se había hecho un mitú presuntamente con una colaboradora de Los Verdes a la que presuntamente había acosado y a la que, incluso, había metido mano estando en una de esas situaciones en las que hace tres vinos que deberías haber dejado de beber. El Falter publicó con todo lujo de detalles lo que, hasta entonces, había sido presuntamente un secreto de la alta dirección de Los Verdes, secreto que, se suponía, se mantenía para que Peter Pilz pudiera seguir siendo uno de los activos más seguros de Los Verdes.

La bomba informativa estalló justo antes de la toma de posesión de los diputados de la nueva legislatura.

Pilz, gallardo y consecuente (y también, porque no le quedaron más eggs, las cosas como son) convocó una rueda de prensa en la que anunció que no tomaría posesión de su acta de diputado al objeto de luchar contra los infundios, las calumnias y la fantasía de la gente. Dijo que hacía esto, pero que no descartaba regresar cuando la situación cambiara.

La situación ha cambiado. Por lo visto, la fiscalía austriaca decidió no emprender acciones contra Peter Pilz, de manera que el político que le da nombre a su partido, pudo anunciar que volvía. Naturalmente, para que Peter Pilz pueda volver uno de los diputados de la lista Pilz tiene que dejar su escaño. Se trata, más en concreto de la diputada Martha Bissmann. Pilz se acercó a Bissmann para preguntarle que cuándo se podía mudar a su despacho y Bissmann, para sorpresa de Pilz, contestó que ella no estaba dispuesta a dejar su sitio, que se buscase a otra. A Pilz se le pusieron los ojos como dos platos soperos y de nada sirvieron las medidas de presión que adoptó contra Bissmann (presumiblemente, el recordarle que si el partido se llamaba Lista Pilz y no Lista Bissmann era por algo). Sin embargo, la diputada Bissmann le ha salido díscola y no quiere dejar el escaño. Los argumentos de la diputada son muy comprensibles (y muy austriacos) o sea, que ella no entró en política para calentarle el sitio a nadie; y que para hacerlo (entrar en política, se entiende) ella había tenido que hacer sacrificios que, si bien no son irreversibles, sí que es verdad que la obligan a medio plazo y que básicamente, lo que haga o deje de hacer Pilz (entre otras cosas convocar ruedas de prensa que tiene que anular porque va a ellas menos gente que a las firmas de discos de Maria Teresa Campos y Bigote Arrocet) a ella le da igual, porque ella está en el parlamento para trabajar por los austriacos y las austriacas, etcétera.

Hace algunos años, todas estas cosas se hubieran quedado de puertas para adentro de la lista Pilz, pero el rifirrafe se está retransmitiendo prácticamente en tiempo real por las redes sociales y sus aledaños. Aquí también les vendría bien un poco de lo que reivindicábamos al principio de este artículo: cariño, tolerancia, humor y paciencia, sobre todo, mucha paciencia.


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