Vídeos de gatitos

¿Tienen los trabajadores de una cadena de televisión los mismos derechos que los ciudadanos normales? La pregunta no es nada trivial.

27 de Junio.- Una de las quejas más frecuentes de la derecha austriaca, en sus diferentes grados de „derechez“, es que la televisión pública „no es objetiva“. Esto, naturalmente, traducido, quiere decir que los políticos del ala derecha del espectro austriaco, no suelen sentirse bien tratados por la televisión pública y piensan que un medio tan poderoso como la ORF les pone palos en las ruedas y la pierna encima.

Naturalmente, de manera histórica los políticos derechistas y ultraderechistas se han quejado de que la televisión pública a ellos les trataba fatal y en cambio a los políticos progresistas les ponía ojitos de cordero degollado.

Dejando aparte de que la objetividad es una cosa muy difícil de definir (es más: yo personalmente creo que no existe) yo creo que también está en el ADN de determinadas opciones políticas llevarse mal con la critica. No por nada, sino porque ya desde las propias filas de esos partidos lo que se aprecia es, citando la canción franquista, que las filas estén prietas y que, si hay disidencias, no se manifiesten. Dentro del conservadurismo (y cuanto más a la derecha te mueves, pues más) lo que se pretende es dar la imagen de un líder fuerte, del macho alfa (siempre el macho) que dirige la manada y al que todos obedecen disciplinadamente.

La izquierda, en cambio, suele ser más crítica. Naturalmente, existen también tentaciones personalistas, pero se agotan rápidamente en una discusión que, en muchos casos, lleva a debatir sobre si los ángeles tienen pilila o no.

Uno de los objetivos del actual Gobierno de EPR, en tanto que Gobierno y en tanto que derechista, es meter en cintura a una televisión pública muy poderosa y que, si se les hiciera caso, uno podría pensar que está llena de peligrosos elementos maoistas. No hay tal, aunque es obvio que rostros muy reconocibles de la televisión pública, como Armin Wolf o Tarek Leitner, son personas de mentalidad progresista o, por lo menos, muy crítica con un Gobierno del color político del que actualmente decide los destinos del país.

Con el cambio de Gobierno, también ha habido cambios en la ORF ya que hay un cierto número de cargos en la corporación pública (grande y muy burocratizada, por cierto) que son de designación gubernamental. De este modo, por ejemplo, la ultraderecha ha pasado a estar representada en el consejo rector de la cadena pública austriaca. Fue de hecho su representante, Norbert Stoger, el que abogó por la creación de un código deontológico para los redactores de la ORF que conllevara penas para los infractores que pudieran llegar al despido.

Desde que se formó el Gobierno en diciembre pasado, ha caido una lluvia fina de alusiones a propósito de „neutralizar“ (en el sentido de hacer neutral) a la ORF, o de dotar de reglas a la corporación pública para „los redactores que se mueven fuera de la objetividad“ (objetividad que, ya lo hemos dicho, es una utopía).

Al objeto, en cierta medida de intentar protegerse de la crítica (y, supongo, eventualmente, de unas ingerencias molestas) parece ser que la ORF se ha puesto a elaborar una especie de código de comportamiento de sus redactores en las redes sociales.

El borrador se ha filtrado por error a los trabajadores de la radio pública, los cuales no han tardado en expresar su descontento.

En este hipotético borrador se dice por ejemplo que se prohiben (prohibirían) „manifestaciones públicas y comentarios en medios sociales que se pudieran interpretar como apoyo, rechazo, o valoración de declaraciones, simpatías antipatías, críticas y polémicas hacia instituciones políticas, sus representantes o miembros“.

Naturalmente, esta interdicción se daría no solo en aquellos entornos de las redes sociales considerados públicos, sino también en aquellos ámbitos privados que pudieran trascender a lo público.

O sea que, de acuerdo con esto, los trabajadores de la ORF tendrían, de hecho, que abandonar toda actividad en las redes sociales que no consistiera en publicar fotos de las cosas ricas que comieran en los restaurantes.

¿Cómo es la cosa en otros lugares? Pues variada. En el New York Times, por ejemplo,los redactores solo pueden compartir videos de gatitos en sus redes sociales, en la ARD, la tele pública alemana, no hay reglas; el último intento de la ORF de regular la cuestión está calcado del mismo código de la BBC -en estas cosas, hablar de la BBC es como mencionar el metro de platino iridiado- curiosamente, se insta a los trabajadores a utilizar el sentido común a la hora de usar las redes sociales y no publicar nada que pueda comprometer ni su reputación ni la de la cadena. Debería bastar ¿Verdad?


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