Enseñar a un sinvergüenza

El verano es propicio a que sucedan historias pequeñas, en donde es quizá fácil ver el espejo de otras más grandes.

24 de Julio.- La historia que voy a contar hoy no tiene todavía un final, pero no puedo resistirme a compartirla con mis lectores.

Como quizá más de uno sepa, yo tengo dos gatos, Mathilde y Stanislaus y una casa en el campo fuera de Viena, con un jardín, que utilizo cuando hace bueno (ambas cosas: la casa y el jardín). Mathilde y Stanislaus son dos hermosos gatos Maine Koon, acostumbrados desde su tierna infancia a vivir con mimos y cuidados. Mathilde y Stanislaus, como es natural, salían al jardín. Les gustaba perseguir a las mariposas o zascandilear por un descampado cercano (y cerrado), hasta el punto de que, cuando oscurecía, había que acudir a toda la fuerza de persuasión disponible, en forma de golosinas, para que se recogieran.

Hace unas semanas, procedente de nadie sabe dónde, apareció un gatillo escuálido.

El gatillo se sentaba en un poyete y maullaba lastimeramente, hasta que le dábamos de comer las sobras de Mathilde y Stanislaus, los cuales, cuando la comida pasa más de una hora en los cuencos que utilizan, no la tocan. Al principio, nuestro gatete «pedigüeño» al que bautizamos «Gato» y de apellido «Thimoteus» no se aventuraba mucho por el jardín. Stanislaus y Mathilde le observaban y si en algún momento Gato hacía amago de acercarse a la casa más de lo conveniente, Mathilde le daba a entender quién era la jefa.

Al principio, Gato venía solamente al caer la tarde, le dábamos su comida y luego me miraba regar, tumbado sobre uno de los poyetes de hormigón caliente de la rampa del garaje. Al caer el sol, se marchaba, como decía el tango, por quién sabe qué entreveros.

Cuando nos pareció que Gato nos había adoptado, decidimos informarnos y el veterinario del pueblo nos recomendó castrarle, más que nada para que no hubiera una explosión de natalidad en la población gatuna del barrio. El médico nos dio una trampa de aspecto patibulario, Gato cayó en ella y, tras la operación correspondiente, se le esterilizó. El veterinario nos informó de que Gato tiene más o menos tres años de edad y muchas cicatrices, lo cual quiere decir que ha tenido que pelear bastante por su supervivencia en un entorno, como es este en el que vivimos, que proporciona a los gatos no pocas ocasiones para el susto, entre las cuales las peores son las comadrejas y los coches.

A partir de este momento ha empezado la operación integración de Gato. No está siendo fácil.

El instinto del animal le dicta comer como un león. Cada día, devora una lata de comida entera, él solo, con un hambre de náufrago. Conforme se está sintiendo fuerte, se ha propuesto asegurarse un territorio (baste decir que lo tiene ya seguro, siempre que acceda a compartirlo con sus antiguos habitantes).

Mathilde y Stanislaus, gatos domésticos y principescos, que no han visto en su vida una comadreja y apenas (pobrecitos míos) saben lo que es un coche, están bastante confundidos ante la presencia de Gato, y no saben muy bien qué hacer. Por supuesto, el ecosistema casa+jardin en el que están podría, con la ayuda de los seres humanos, sustentar a una población de tres gatos que viviesen en armonía. Y podría hacerlo sin ningún tipo de problema. Y el objetivo es que así sea. El problema es que es difícil hacerselo entender a los interesados.

Mathilde y Stanislaus, entretanto, se debaten entre el pasmo, el miedo y la agresividad. A veces, patrullan el jardín en pareja, acechando cualquier rastro de Gato.

Otras veces, parecen pensar que la presencia de Gato es inevitable además de potencialmente peligrosa, así que después de celebrar reuniones en lo alto de un armario en donde les gusta sentarse, han decidido aplicar una rigurosa estrategia de proteccón de las fronteras y se turnan para vigilar la puerta de la cocina y acechar cualquier aparición de Gato y cualquier intento potencial del enemigo de invadir su territorio.

Gato, entretanto, tiene el pelo lustroso y se siente seguro en el jardín, cuyos puntos clave ya ha marcado con sus feromonas. Cuenta con la ventaja de que los defensores de la frontera no tienen acceso a su territorio –el jardín- más que a determinadas horas del día.

En tanto que él, debido a su estatus de gato libre, puede hacer un poco lo que quiera (también corre unos riesgos que Stanislaus y Mathilde no corren –ver capítulo comadrejas).

Tengo que reconocer que a mí se me parte el corazón de ver el miedo que pasan mi Stanislaus y mi Mathilde (miedo que está completamente fuera de lugar, porque la posición de Mathilde y Stanislaus ni ha corrido ni corre ningún peligro), pero confío, por otro lado, en que Gato aprenda a convivir, objetivo al que nos consagramos los humanos, yugulando cualquier intento de Gato por establecer una exclusividad que no le pertenece o acosar a Stanislaus y a Mathilde.

La desgracia de todos los que escribimos es que nos empeñamos en estrujar los acontecimientos y sacarle un sentido que a lo mejor no tienen. Esto es : en cada cosa, vemos una metáfora ¿Les pasará lo mismo a mis lectores ?


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