Hay veces en que uno siente que ha llegado la hora, y claro, es una decisión personal.
19 de Septiembre.- Inmediatamente después de la segunda guerra mundial el escritor Paul Morand, que había sido inmensamente popular en el periodo de entreguerras a causa de sus libros de viajes y la modista Gabrielle Chanel (o sea, Coco) se encontraron en Lausana. Al primero, el mundo le había adelantado por la derecha y había dejado de ser un escritor de moda, y la otra tenía muchos pecados que purgar, entre ellos haber sido complaciente con los ocupantes nazis de Francia. Chanel era una de esas personas que no podían estar calladas ni debajo del agua y Morand era un hombre acostumbrado a escuchar. Todos los días, cuando dejaba a Chanel y se iba a su habitación, Paul Morand se marcaba un Espartaco Santoni (hay que ser mayor ya, para saber quién era Espartaco Santoni, sugiero a mis lectores más jóvenes que busquen su jugoso libro de memorias, « No niego nada »). O sea, se plantaba delante de una libreta y, de memoria, escribía lo que Chanel había dicho.
De la experiencia, salió un placer : se llama El Aire de Chanel. En el libro de Morand, la modista y, sobre todo, la vividora, en el mejor sentido del término, dice que, si tuviera hijas, no las llevaría a ningún colegio, sino que solo les daría a leer novelas, para que aprendieran lo que es la vida.
En mi opinión, una de las novelas más perspicaces que se han escritor para entender el mundo de la política es El Poder en la Sombra, que fue llevada al cine por Roman Polanski (The Ghostwriter). Se trata de un retrato apenas disimulado del primer ministro inglés Toni Blair. Es un libro que, como Yo, Claudio, sirve para entender muchas cosas que de otra manera, cuesta más entender. Leer Yo, Claudio implica saber por qué Donald Trump es como es, y en qué parte de la historia nos encontramos en estos momentos. Cambian un poco las caras, las togas y el atrezzo pero el fondo es el mismo. YC y TGW sirven lo mismo para entender la manera en que funciona el poder en una empresa familiar que en un Gobierno.
En TGW hay un momento en el que se habla de lo que le sucede a un político, esa raza especial de personas, cuando pierde el poder. Son como una máquina que funciona en vacío. La costumbre de mandar, de modificar la realidad, de que haya personas a tu alrededor atentas a tus más mínimos deseos, debe de ser una borrachera con una resaca muy amarga. Como las de las actrices que han sido muy guapas en su juventud y luego se miran al espejo y se echan a llorar.
Christian Kern salió de los ferrocarriles austriacos, una de las empresas más grandes del país, para convertirse en canciller. Fue un canciller crepuscular, más por que el crepúsculo se cernía sobre su partido que porque él mismo no fuera el más indicado para el puesto. Es más, tomado aisladamente, yo estoy convencido de que ni Strache con toda su gramática parda ni Sebastian Kurz con todo su…(en fin, lo que tenga) no le llegan a Christian Kern ni a la suela de los lujosos zapatos italianos. Pero la vida del político es chunga. Como cantaba Lumiére (el candelabro) en La Bella y La Bestia « triste y deprimente es la vida de sirviente que no tiene un solo ser a quien servir ». Y Kern no es ese tipo de persona que se conforme con recibir a las abuelas feministas o con estrechar la mano de labradores en verbenas de pueblo. La labor de líder de la oposición es ingrata, como saben por amarga experiencia propia todas las personalidades Que el partido Popular austriaco ha quemado en la larga travesía del desierto que terminó con el advenimiento de Sebastian Kurz. En general, es mucho trabajo para nada. Y Christian Kern es inteligente pero, si yo no me equivoco, la calma y las maneras ultracorrectas que exhibe en público son solo la fachada de una gran ambición (no se llega a la cúspide de los ferrocarriles austriacos siendo un conformista).
En resumen, después de estos ocho meses de gobierno derécher, Christian Kern debe de estar hasta las narices de bailar todo el rato con la muchacha menos agraciada y ha decidido que ya le vale. Ayer, lanzó un globo sonda en el que dijo querer presentarse de cabeza de lista a las elecciones europeas y abandonar el liderazgo nacional del Partido Socialista. Bruselas es un cementerio de elefantes pero también es un frigorífico en el que guardar el liderazgo y el prestigio esperando tiempos mejores, sin tener que someterse al desgaste de la brega diaria.
-Que se busquen a otro tonto –ha debido de pensar. Ahora bien, según qué clase de tontos resultan bastante difíciles de encontrar.
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