Un vistazo entre bastidores

Después de leer el post de hoy, conocerá usted a los austriacos mejor que ellos mismos. Le hacemos hoy la radiografía a este amable pueblo.

24 de Enero.- En estos días, el canciller de EPR, Sr. Sebastian Kurz, está ganándose el pan en la ciudad suiza de Davos. El pobre.

Aunque bien mirado, hace lo que todos los extranjeros en Austria hemos hecho alguna vez (sobre todo al principio), o sea, decir lo que otros nos decían que dijéramos (hay que reconocer que, desde que empezó su carrera, y a fuerza de práctica, ha conseguido leer los discursos con una entonación aceptable) y sonreir, sonreir mucho, que es lo que haces cuando Xing Jing Ping te cuenta lo rico que está en China el arroz tres delicias y el pollo con salsa agridulce y tú, mientras tanto, tienes que poner cara (para las cámaras) de que estás discutiendo con él si Alí Babá se instala en Europa o no.

A pesar de que Sebastian Kurz tiene un trabajo que está tan alejado de las rutinas por las que tenemos que pasar los demás mortales, recordarán mis lectores más memoriosos que el señor canciller está al cabo de la calle de lo que hacen normalmente las personas normales. Particularmente los vieneses, a los que nos reprochó nuestra molicie y la tendencia que tenemos (malos que somos, qué vamos a hacer) a vivir del Estado.

La pregunta de que si los vieneses son más perros que Rintintín o si son(somos, vaya) laboriosos como los compatriotas de Xing Jing Ping ha sido una de las incógnitas que ha tenido en vilo a la población austriaca durante los últimos días.

Hoy, sin embargo, muchos y muchas han respirado tranquilos. Un medio serio de difusión nacional (he dicho medio y he dicho serio, o sea que no es el Österreich) se ha hecho cargo de un estudio en el que, tras preguntar a más de tresmil austriacos, usuarios habituales de internet (no se sabe por qué era importante esto, pero el estudio lo recalca) han salido a la luz los patrones de conducta más usuales del habitante medio de este bonito país que asombra el mundo con su belleza.

Por ejemplo, se preguntará el lector qué es lo primero que hace un austriaco nada más levantarse (en el estudio, muy bonitamente, dicen, después de darle un beso de buenos días a su santito/a).

Mis lectores más quisquillosos podrían decir que, despues de ver la respuesta a esta pregunta se explican cabalmente el mal carácter de algunos de sus convecinos.

Y es que, señora, solo un uno por ciento de los austriacos dedican estos primeros momentos del día a aquellas batallas, las de amor, que se libran en campos de pluma. O sea que, al no echar un coito, con lo que eso descansa, tonifica y desahoga, pues están mustios, irritables, de mal humor. Más de un tercio de los encuestados dicen que lo primero que hacen cuando se despiertan es ir al baño.

Un alto porcentaje de jóvenes en edad de recibir mensajes de amor (o sexo), dedican este primer momento del día, incluso en menoscabo del pis matinal, a echarle un ojo al telefonino.

Una vez hecho esto, el austriaco medio se lanza a la vorágine del día, que empieza haciendo las abluciones matinales (ducha, vestimenta). En esto, consume el austriaco medio 15 minutos de reloj, si es hombre. Si es mujer (píntate la raya del ojo, hazte algo con ese pelo) tres minutos más.

Claro, todos sabemos que la estadística es esa ciencia que, si yo me he comido dos pollos y usted ninguno, dirá que nos hemos comido un pollo cada uno. O sea, que habrá austriacos y austriacas que se pasen en el cuarto de baño media hora poniéndose preciosos y oliendo a rosas y habrá otros que…Bueno, que insistirán en someter a las pituitarias de sus congéneres a torturas varias.

Esto, en verano, quien lo probó, lo sabe.

Tras esto, nuestros convecinos van a trabajar. Un sesenta y tantos por ciento utiliza para llegar a la faena el dañino automóvil, causa de tantos desastres ecológicos. Otro treinta, entre los que me incluyo, utilizan los medios de transporte públicos y solo un seis por ciento va al trabajo en bicicleta o a pie.

Trenza de raiz

Y aquí viene la explicación de la prosperidad de este país. Porque si en los países mediterráneos el trabajo, como cantaba Luis Aguilé, es una lata, aquí no. Un cuarenta y tantos por ciento de mis conciudadanos va al trabajo llenos de alegría y de felicidad. Derrochando sandunga, vaya Un treinta por ciento más, con una moderada ilusión y solo un veinte por ciento se acuerda de los muertos de los niños de San Ildefonso -los pobres- que no sacaron su número en el último sorteo de navidad y, con ello, no les quitaron de estar currando como esclavos.

Y toda esta felicidad a pesar de que el austriaco medio percibe que su trabajo le estresa entre medianamente y mucho. Un 25 por ciento sin embargo se toma las penurias laborales con relativa pachorra y solo un diez por ciento de los encuestados dice tener un trabajo que no le proporciona el más mínimo estrés.

En general, los encuestados están bastante conformes con lo que la ruleta (rusa) del trabajo les ha puesto en el camino y solo un 14 por ciento ha dicho una cosa que mi madre decía cuando éramos pequeños y la poníamos hasta las narices. O sea:

-!Un día de estos cojo la puerta y me largo, y no me véis más el pelo!

Cuando se acaba el trabajo, el austriaco medio no se va de tapas y cañas, no, como es fama que hacemos en los países del sur de Europa (modo ironía off) sino que se reintegra a la paz de su hogar y se hace un Marie Kondo (qué mal está de la cabeza esa pobre). O sea, que se pone a ordenarlo furiosamente.

Dicho afán ordenador es la tarea doméstica más popular -o practicada-, seguida naturalmente de cocinar y de poner el lavavajillas. Solo un ocho por ciento de los encuestados dice experimentar un placer intenso poniéndose a planchar. Son excéntricos, lo mismo que el tres por ciento que decide tirarse por el lado salvaje de la vida y ponerse a limpiar las ventanas.

(Por cierto, vamos a abrir aquí un paréntesis: los austriacos tienen una manía que a nosotros, sobre todo en estas épocas del año, nos resulta en fin, que tienes que ponerle mucho amor para soportarla; y es la de la ventilación. Eso que estás en una habitación a las diez de la noche, a quince grados bajo cero -en el exterior de nuestros estudios, claro- y la persona con la que compartes tu vida de pronto entra en dicha habitación y dice „hay que ventilar, hay que ventilar“ y tú pones cara de sufrir, y dicha persona que abre todas las ventanas de par en par y que no las cierra hasta que empiezan a colgar los carámbanos de hielo de las lámparas).

En fin: llegamos al final del día de nuestro austriaco/a. A la pregunta ¿Qué fue lo último que hizo usted ayer antes de irse a dormir? La cosa estuvo repartida. Los tres primeros puestos los obtuvieron, por este orden: ver la tele, lavarse los dientes y el consabido pis con nocturnidad y alevosía -que luego, levantarse en mitad de la noche, es un fastidio-.

A estas horas vespertinas el ñaca ñaca puntúa mejor -no mucho mejor, pero mejor-. Algo más de un tres por ciento de nuestros vecinos hizo feliz a su pareja antes de ponerse en las siempre sedantes manos de Morfeo.

Casi un noventa y seis por ciento de los habitantes del país se acuestan sin postre todos los días y lo que es peor, una gran parte de ellos (la mayoría, de hecho) sin que su santito/a les dé un beso de buenas noches.

Uno de estos debe de ser el Sr. Ministro del Interior, porque no hay día que no se le ocurra alguna travesura. Un beso de vez en cuando igual le entonaría el cuerpo un poco. Vamos, digo yo.


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