Las aventuras de Angelo Solimán duraron no solo durante su vida, tan imprevisible, sino hasta mucho después de su muerte.
21 de Marzo.- En el último post habíamos dejado a Angelo Solimán lo que se dice en la rúe. Su jefe, el príncipe de Lichtenstein, se había enterado de que se había casado, y le había despedido con cajas destempladas. Esto fue en 1768. En 1772 vino al mundo la hija de Solimán, Josephine, en Cracovia ( !). Andando el tiempo, ella se casaría con un barón y sería la madre de un nieto de Angelo Solimán que salió escritor, por cierto. Pero esto es otra historia.
Dicen que todos los críos vienen con un pan debajo del brazo, y esto mismo debió de pensar Angelo Solimán cuando, recién nacida su hija, llegó a sus oidos la muerte del jefe que le había echado y el llamado de su sucesor, sobrino del muerto, para que Solimán se reintegrara al servicio de la casa de Lichtenstein, a modo de reparación.
Más feliz que una perdiz, Angelo Solimán regresó a Viena y se puso de nuevo en contacto con los coleguis, uno de los cuales era el científico Ignaz von Born. Von Born, hombre de múltiples talentos, convenció a Solimán de que lo que a él le convenía era ser masón.
Efectivamente, los masones no son racistas y acogen igual a todos, independientemente de su tasa de melanina en la epidermis. De hecho, el mismo José II, el emperador, fue masón. Y Mozart. Y muchos más. Dicho y hecho : Angelo Solimán se hizo masón y continuó en Viena, ascendiendo en la escala de mando de la masonería hasta su muerte, en 1796.
Podría pensar el lector que he calculado mal y que este post me ha quedado como el canciller de Esta Pequeña República.
Pero no. Porque precisamente, la biografía post mortem de Angelo Solimán es tan curiosa como la « pre mortem ».
Cuando nuestro hombre decidió que había llegado el time to say goodbye, un escultor hizo su mascara mortuoria –que se conserva- y se procedió a embalsamarle. Sus órganos y partes de su cuerpo no expuestas al público, como el píloro, fueron enterrados pero su piel se disecó. A tan refinado caballero como llevamos descrito, le plantaron un taparrabos, unas plumas y un collar de conchas y, de esta guisa, quedó expuesto en el gabinete de curiosidades naturales del emperador hasta 1806.
Si fue voluntad de Solimán que su cadáver fuera expuesto medio en bolas es controvertido. Se sabe que su hija, lógicamente, protestó y pidió que le devolvieran la parte de su padre que no había sido enterrada, para darle cristiana sepultura. No tuvo éxito.
Lo que sí que parece cierto es que la idea de exponer a Angelo Solimán después de muerto fue una ocurrencia, venganza post-mortem del emperador. Como reacción a la Revolución Francesa, una ola de conservadurismo había recorrido Europa y llegado a Austria. Para el emperador Solimán había representado el refinamiento de la razón, el siglo de las luces, la imprenta, la libertad, la inteligencia. O sea, todo lo que había dejado de estar de moda en una Europa que quería volver al antiguo régimen.
En 1848, los pobres despojos de Angelo Solimán ardieron durante la revolución que, a la postre, llevó al trono al emperador Paco Pepe. Del resto (calavera, huesos, etc) no se sabe qué se hizo.
En la actualidad, la máscara mortuoria de Angelo Solimán está expuesta en un museo en la ciudad de Baden, cerca de Viena.
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