Entre hoy y mañana (1/2)

¿En qué se parece la televisión pública austriaca a una mujer maltratada ? ¿Para qué sirve hoy en día tener una televisión pública ?

27 de Marzo.- cualquier bípedo mínimamente alfabetizado está en condiciones de darse cuenta de que el mundo está inmerso en una revolución similar a la que vivieron nuestros tatarabuelos cuando Gutemberg inventó un sistema barato y rápido para producir libros en grandes cantidades.

Hasta ese momento, la producción de libros y, por lo tanto, la capacidad de hacer circular una cierta visión del mundo, estaban en muy pocas manos, que eran aquellas en las que estaba prácticamente todo lo demás : o sea, las del clero y las de la aristocracia.

Después de Gutemberg, en un siglo vertiginoso, gentes que hasta entonces no habían tenido voz, empezaron a tenerla (qué hubiera sido de Lutero sin la imprenta) y los poderosos, que ya no podían controlar los flujos de información, empezaron a ponerse muy nerviosos. Nació la censura y nacieron también las quemas de libros.

Aún así, cuando la situación se estabilizó (entre los siglos XVIII y XX) aunque más fácil, el dinero necesario para hacerlo provocaba que solo un número relativamente bajo de personas en cada época estuvieran en condiciones de producir libros y periódicos.

Ambas industrias eran muy intensivas en capital, por no hablar de que ya se ocupaban los curas, los nobles y los ricos en general de que hubiera cuanta más gente analfabeta (o analfabeta funcional) mejor, para poder convencerles de cosas sin mucha dificultad (por eso lo más subversivo que puede hacer un pobre, ahora y siempre, es formarese). El ideal del poderoso ha sido siempre que el pobre sepa lo justito para poder hacer su trabajo sin meterse en más dibujos ni preguntarse cosas (ha sido y, mutatis mutandis, sigue siendo, por cierto).

Más tarde, en el siglo XX, aparecieron los medios de comunicación de masas y la situación volvió a ser un poco la de los monjes y sus scriptoria. O sea : usted podía fotocopiar muchos folletos, pero no tenía ninguna posibilidad de juntar en toda su vida (ni en diezmil vidas) el dinero y los medios técnicos que hacen falta para fundar un canal de televisión o un periódico « de tirada nacional ». En el caso de las televisiones, era todo tan caro y la tecnología era tan novedosa que, a la altura de 1960, cuando la televisión se generaliza, solo los Estados tenían dinero suficiente para hacer una inversión semejante (así nació Televisión Española y así nació también la ORF).

Sin embargo, hoy en día cualquiera está en condiciones de difundir lo que le parezca por internet y cosas que, cuando yo nací eran imposibles (o sea, el hecho de que mis lectores, si quieren, puedan escuchar mi voz o ver mi imagen en movimiento) son hoy un asunto de todos los días.

El mercado de la comunicación se ha atomizado muchísimo, hasta el punto de que todos somos, en potencia o en acto, comunicadores. Podría parecer que, en este estado de cosas, los medios de comunicación públicos han dejado de ser necesarios y, sin embargo, es más bien todo lo contrario. Cualquiera que se enfrente hoy a la jungla confusa de noticias con las que nos bombardean todos los días sabe que hoy, más que nunca, es necesario que las Instituciones pongan a disposición del ciudadano medios públicos fiables, sólidos e independientes del vaivén político. Medios que sean incómodos con el poder.

Como todas las pobres mujeres maltratadas saben (y algunas a quienes no maltratan, por lo menos, de forma evidente) la clave de la independencia es el dinero. O sea, que sin pasta, no hay capacidad de negociación y, sin capacidad de negociación, uno se ve abocado a bailar al son que le toca el que tiene la sartén por el mango (o la mano en la cuenta corriente).


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