En Viena Directo siempre encontrará el lector un intento de explicar lo que, en muchas ocasiones, es difícilmente explicable.
24 de Abril.- Uno de los rasgos característicos de la nueva ultraderecha europea, cuyo rastro ideológico y metodológico es fácil seguir hasta la Alt-Right americana, es su insistencia en la comunicación.
Del mismo modo que el nazismo o el fascismo italiano supieron ver inmediatamente los usos propagandísticos del entretenimiento proletario por excelencia, la radio, y adaptaron su estrategia para exprimir al máximo sus posibilidades , mutatis mutadis la ultraderecha europea utiliza el nuevo entretenimiento masivo, las redes sociales, de un modo eficacísimo.
Esta utilización es sin duda la amenaza más peligrosa para la democracia y para las libertades tal como las conocemos. No porque difundir ideas políticas por internet no sea legítmo, sino porque hacerlo pone los contenidos que se difunden fuera de los medios de arbitraje que se inventaron en el mundo analógico los cuales, ya que no podían garantizar la veracidad de lo que se decía, sí que por lo menos podían garantizar que todo el mundo tuviera las mismas oportunidades de mentir.
En las redes sociales no hay esos controles (o los pocos que hay van a desaparecer en cualquier momento) y, en cuanto a veracidad, lo cierto es que el salvaje oeste era un paraíso de civilización y cortesía en comparación.
Aunque no solo es en los contenidos en los que se quiebra todo el invento (ya se ha quebrado, por cierto) sino además en un valor que todos damos por supuesto (sobre todo los que hemos nacido en el mundo analógico) y que es el de la proporcionalidad entre los medios empleados y el impacto de la información que se difunde.
En las redes sociales, con un sistema medianamente inteligente de repetidores virtuales (cuentas falsas) uno puede hacer que un rebaño de ovejas parezca un ejército y cuatro gatos, una manada de leones (lo sabe Trump, lo sabe Putin, Strache lo domina y Abascal lo ha aprendido rápidamente). Y cuando cala en la opinión que los cuatro gatos son en realidad cien feroces felinos, es mucho más fácil llenar plazas de toros y no necesitar la televisión para nada. Vamos : es que para que tu mensaje cale en cierta parte del electorado –sobre todo la de menos luces, y esto no es criticar, es referir- la televisión, entendida como una máquina de producir mensajes más o menos elaborados, es incluso contraproducente.
Otro ingrediente fundamental del cóctel es que el lenguaje, en todo momento, debe ofrecer al observador una superficie en la que no se noten grietas que puedan llevar a la duda. Esto es el abecé de cualquier producto pop, y el mensaje ultraderechista es vocacionalmente pop (superficial, ruidoso, facilmente digerible sin pasar por la razón, apelando a las tripas como una canción perfecta para adolescentes).
O sea, que es imprescindible construir un sistema cerrado en el que cada elemento lleve a otro sin que haya posibilidad de salir del círculo.
En esto, las ultraderechas son maestras. Lo hemos visto en Austria durante mucho tiempo y ahora lo estamos viendo en Celtiberia. Los convencidos repiten sin reparar en que lo hacen una serie de letanías que no son más que piezas de Lego dialécticas que contienen información lo menos compleja posible. El placer que produce repetirlas es doble : por un lado, los que las repiten las reconocen como partes del mismo sistema y, por otro, sienten que unas piezas encajan en otras y esto le da al discurso una ilusión de solidez.
Si me extiendo en todo lo anterior, quizá hasta el límite de la paciencia de mis lectores, es para intentar explicar la aversión, casi instintiva, que tienen lo políticos ultraderechistas por los medios de comunicación que no pueden controlar y sobre los que se basa la sociedad de libertades en la que vivimos.
Uno a veces tiene la sensación de que, sobre todo, su reacción agresiva es, no ya ante la controversia política, sino sobre todo ante el horror vacui que les produce la ruptura del sistema de comunicación que han creado y pulido para vender cosas que, en su mayor parte, se sostienen sobre generalizaciones (todo el asunto de la relación de la ultraderecha con el islam y la inmigración, por ejemplo).
Ayer, por ejemplo, se produjo una de estas reacciones agresivas. Harald Vilimsky, candidato ultraderechista a las elecciones europeas y persona que pasa por ser el cerebro gris detrás de Strache, tuvo que enfrentarse a las preguntas de Armin –yo siempre repregunto- Wolf. Su reacción fue la típica de alguien a quien a quien despiertan de una siesta. Incluso llegó a ser amenazante (« esta entrevista no quedará sin consecuencias » llegó a decir). Y mi teoría es que más allá de una indignación más o menos « profesional » también hubo por parte de Vilimsky una especie de horror inconsciente ante la ruptura de un anillo filosófico, como aquel que sospecha que su sistema de valores pudiera estar rebasado y reacciona con la negación. No sé si me explico.
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