Las amistades peligrosas toman los Soles del Sur

El ser humano necesita desconectar de los negocios diarios, de la sensación de susto cotidiano. Hay algunos que lo hacen acudiendo a la depravación y al vicio.

28 de Mayo.- Cuando yo era joven(cito) se publicó un libro escrito por Jose Ángel Mañas. Su título era Historias del Kronen (luego se hizo una película). El libro fue un escándalo en su época (en mi época de universidad) quizá porque describía a un cierto sector de la juventud de clase alta de aquel tiempo como una casta desalmada y corrupta, dada a un hedonismo autodestructivo.

En el siglo XVIII, antes de la revolución francesa, un militar de la baja nobleza, Pierre Choderlos de Laclos, escribió una novela epistolar llamada Las Amistades Peligrosas. El Historias del Kronen de aquella época, vaya.

Antes, Laclos había escrito una cantidad de textos mediocres que cayeron en el olvido. Después, siguió escribiendo textos mediocres que cayeron en el olvido. Sin embargo, con Las Amistades, dio en el blanco.

Con bastante seguridad, a la gente le fascinaron los dos personajes principales : la Marquesa de Meurteil y el vizconde de Valmont, porque probablemente personificaban la fantasía aspiracional de los pobres (y de los feos), que se imaginan a los ricos (y a los guapos) viviendo a todo trapo y follando a troche y moche.

Un par de siglos después de la muerte del escritor, un dramaturgo rescató la novela y la convirtió en obra de teatro, luego en película, y el éxito se repitió. A la gente de finales del siglo XX le siguió fascinando la historia de Valmont y de Merteuil como antes de la Revolución.

Ayer, el grupo de teatro Soles del Sur estrenó su montaje de esta obra.

El amor (y el sexo) es un potro desbocado

En primer lugar, me gustaría decir que su esfuerzo resultó admirable, como admirable resulta siempre la ambición con la que Soles del Sur encara cada nuevo montaje. Las Amistades Peligrosas es un texto muy difícil porque, aunque parezca lo contrario, no es un texto excesivamente teatral. Si uno se para a pensarlo, es una obra básicamente compuesta por monólogos que se entrelazan a un ritmo endiablado.

Otra dificultad, y no menor, es que los personajes de las Amistades Peligrosas tienen solo un revoque muy superficial de humanidad y son, sobre todo, arquetipos o, mejor, datos de un problema cuasi matemático. Valmont es la seducción, Meuteil es la maldad, Tourvel es la bondad, Cecile de Volanges es la inocencia…

Por último, la tercera dificultad (titánica en este caso, porque los actores no pueden hacer nada para vencerla) es que nuestro concepto de lo que es moral es muy diferente del que tenían las honestas matronas que leían a Laclos y, como mis condiscípulas en la Universidad, sentían el cosquilleo el pecado. Y eso juega muy en contra del impacto que la obra pueda tener en un público actual, porque el juego de las simpatías y de las antipatías, de las identificaciones, es muy distinto del que imaginó Choderlos de Laclos.

Por poner un ejemplo, hay una escena en la que el personaje de Valmont corrompe a una muchacha de quince primaveras (interpretada por una actriz convenientemente juvenil, casi infantil). En unos tiempos en los que cada día nos levantamos con escándalos de pedofilia, uno hubiera esperado un horrorizado silencio, al ver a un hombre que frisa los cincuenta meterle la mano en la entrepierna a una chica de quince. Sin embargo, se oyeron risas. Incómodas,a ratos, pero risitas (y aclaro : no por el mal trabajo de los actores, que interpretaban muy correctamente sus papeles). En otras palabras : el espectador actual ha visto a seres humanos aparearse de todas las maneras posibles, de manera que lo que para Laclos era un tabú (la inocencia de la criatura apenas núbil) al público de 2018 le lleva a pensar que la muchacha violada es, en el mejor de los casos, una pazguata que no sabe lo que es bueno. Perplejidad.

Las mujeres toman la palabra

Dicho esto : Las Amistades es una obra de mujeres y las mujeres del reparto tienen muchas más ocasiones de lucimiento que los hombres. Diálogos en general, más brillantes. El montaje de ayer descansa sobre todo sobre la actriz que interpreta a la marquesa de Meurteil, la cual, no solo afronta con éxito la tarea de decir un texto tan sumamente enrevesado, sino que lo dice con muchísima inteligencia durante la mayor parte del tiempo (aunque en alguna que otra escena, llevada, quizá por esa responsabilidad, por el peso de que el montaje descanse sobre ella, tiene una tendencia a « cantar » el texto a la que quizá habría que poner un poco de coto).

Sin embargo, si hay que destacar algo de la marquesa de Meurteil no es lo que dice, sino lo que sus ojos dicen cuando no está hablando y son otros actores los que toman la palabra. Ahí creo que está la fuerza de toda su interpretación y, por qué no, la fuerza de todo el montaje.

Pasemos a Valmont.

La guarnición inexpugnable

Cuando yo estudiaba Filosofía en el insituto el profesor nos planteaba problemas irresolubles, del tipo « qué pasaría si una guarnición invencible  asediase una fortaleza inexpugnable ».

El personaje de Valmont es, exactamente, eso : un problema imposible de solucionar y, por lo mismo, un reto para cualquier intérprete. El actor que lo interpreta es muy solvente. Siempre. Sin embargo ayer, en mi opinión, y sin estar mal, que eso no, estuvo un poquitín por debajo de las expectativas que yo me había hecho al saber que él interpreta el papel (culpa mía : quién me manda a mí hacerme expectativas, dirán mis lectores)

Brilló especialmente, como es costumbre en él, en varias escenas. Tuvo, eso sí, un momento que rozó lo sublime y que duró escasamente diez segundos. Un silencio salvaje de auténtica maldad. Es el momento en el que Valmont, conmovido, humano durante unos segundos, decide dejar escapar a su presa (quien haya visto la obra, sabrá de lo que hablo, quien no, que se fije). En esa mirada hubo una concentración brutal de verdad y de autenticidad, una cosa que quizá el mismo actor no hubiera podido decir con sus ojos de 1998, pero que dice – !Y cómo !- con sus ojos de 2018.

Por razones de espacio, no puedo analizar tan con tanto detalle como quisiera la labor de los otros intérpretes, especialmente de las actrices que interpretan a Mme. De Tourvel y a Cecile de Volanges. Ambas tienen papeles muy complicados porque es muy difícil dar la bondad y la inocencia sin que la interpretación resulte plana. Las dos lo consiguen, aunque los nervios del estreno traicionaron un poquito a Mme. De Touvel –nada grave, en cualquier caso, y en cierto modo al papel le iba muy bien una cierta inseguridad-.

Tras este paréntesis, que supongo que para mis lectores ha supuesto tanto descanso como para mí, continuaremos con los avatares de la política austriaca, con ese canciller de transición que espera ser relevado por ese canciller de gestión cuyo nombre no se conoce, etcétera.


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