El alcalde de un pueblo austriaco ha hecho saber a unas personas que no les quiere cerca. Estas son sus razones.
25 de Junio.- La infancia es como un puzle de diezmil piezas que te dan para que lo armes durante todo el resto de la vida. A veces, estás sentado delante de los trocitos de lo que fuiste, y coges dos piezas que te llaman la atención por el color, por alguna semejanza, y pruebas a encajarlas. A veces, como sucede con este post, es una tercera pieza, nueva en apariencia, la que suscita la asociación.
La primera pieza del puzle de hoy es una noche de julio en Martos, Jaén, en 1986. A eso de las diez y media de la noche, un grupo de habitantes del pueblo decidieron que había que expulsar del pueblo a las cuarenta y dos familias de etnia gitana que vivían en él, en una barriada paupérrima, conocida como Cerro Bajo. Recuerdo las imágenes de los informativos del día siguiente. El humo saliendo por las ventanas de las casas.
Quizá el recuerdo se me quedó tan grabado porque ese verano, u otro anterior, TVE decidió reponer, a la hora de la siesta, una serie que se había estrenado en 1979. Se trataba de La Barraca, basada en la obra de Blasco Ibañez. Recuerdo perfectamente la angustia que me produjo el último capítulo. Una familia (el padre Batiste, era Álvaro de Luna y una de las hijas Victoria Abril) está durmiendo tranquilamente en una barraca de la huerta valenciana cuando de pronto se dan cuenta de que la casa está ardiendo. Para echarles, les han incendiado la casa. Exactamente como a los gitanos de Martos.
La tercera pieza del puzle de hoy es más moderna. Es un pueblo de 2000 habitantes llamado Weikendorf. El alcalde es del Partido Popular austriaco.
Hace unas semanas se supo que una familia de refugiados de origen palestino (el padre es profesor de Universidad), la familia Abu El Hosna, había querido comprar una casa en Weikendorf para instalarse allí y que el municipio se había negado aduciendo que en Weikendorf los musulmanes no son bienvenidos. El padre, que es un caballero de mi edad (43) no puede dedicarse a enseñar en Austria y lleva junto con otro socio un restaurante en Viena que se llama Castle.
Los Abu El Hosna llegaron a Austria como refugiados en 2010, poco más tarde se les concedió asilo y desde entonces viven con normalidad en Austria.
La argumentación del alcalde es que los Abu El Hosna son de otra cultura y que tienen una visión del mundo diferente a la que, según él, comparte el par de miles de habitantes del pueblo. Según parece, el alcalde tiene miedo de que la forma de vida de los Abu El Hosna y la de los rubios habitantes de Weikendorf sea incompatible. Quizá teme que el buen Dios se enfade con Weikendorf por haber dejado que su suelo sea pisado por los infieles y le mande a la comunidad pedrisco que arruine las cosechas.
Si no es por eso, la actitud del político se comprende poco. Si es por eso, se entiende todavía menos.
Los Abu El Hosna confían en que el cambio de Gobierno ayude un poco a mejorar su situación y a desbloquear el problema, y han escrito incluso una carta a la canciller Bierlein al objeto de que acceda a recibirlos (quizá para poder demostrar que son personas normales que no causarían ninguna extorsión en Weikendorf, cosa que ya sabemos todos aún sin conocerles).
De cualquier manera, no estoy tan seguro de que la solución fuera obligar al alcalde a que concediera los oportunos permisos. Dosmil personas, los habitantes de Weikendorf, son suficientes para hacerles la vida imposible a una familia por muy honrada que sea. Como en la realidad, en Martos. Como en la ficción, en La Barraca.
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