Grecian 2000

En estos días, un personaje público austriaco ha dejado de teñirse y ha salido del armario del pelo gris. La cosa tiene más miga de lo que parece.

8 de Julio.- En los principios de la franquicia española de la ultraderecha europea, un vídeo de los dirigentes del partido a caballo, siguiendo la estela de Curro Jiménez, sirvió de motivo para el cachondeo general. Y sin embargo no era más que el reflejo de un impulso atávico que vincula una cierta ideología con una cierta idea de la masculinidad.

Cualquier observador imparcial que viera a aquellos señores hechos y derechos y con pelos en el pecho jugando a los bandoleros (o a quién sabe qué) no podía evitar que le vinieran a la cabeza imágenes de Mussolini, por ejemplo.

El dictador italiano gustaba de pasearse a caballo, el torso descubierto, por las playas de Ostia (con perdón) -por cierto, fue en una de estas cabalgatas cuando conoció a su amante, la apañada Clara Petacci, la cual, en calidad de querida, pronto puso oficina en el Quirinal para un honesto negocio de tráfico de influencias con cuyos frutos mantenía a toda su familia-. Benitín aprendió todas sus poses teatrales de un forzudo de cine mudo, Maciste (pronúnciese „Machiste“ para ver de qué vamos) y no perdía ocasión de mostrar sus progresos y hacerse fotografiar con los brazos en jarras y buscando goteras en el techo.

Naturalmente, no hay que ser consciente del predicamento que tiene el jefe de la ultraderecha española por ciertos parajes de la acera de enfrente para pensar que tanta insistencia machacona en lo machote quizá, y sólo quizá, obedezca a una cierta inseguridad (la famosa ley de la compensación, que el refranero popular ha consagrado en lo de dime de qué presumes y te diré de qué pareces) lo mismo que no hay que ser un genio para ir al Estadio de los Mármoles, en Roma, para pensar que los que esculpieron todo aquel imaginario fascista de chicos de glúteos pétreos sin duda se arrepintieron de haber llegado a la fiesta del orgullo demasiado pronto.

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Aquí en Austria, Jörg Haider, el Ausente, cultivó también esa imagen de deportista sin descanso, con guiños indisimulados a la mujer mujer (que no hay que mezclar peras con manzanas) pero también, aunque la cosa permaneciera tácita, a los hombres (Jörg Haider gustaba de rodearse de mocitos juncales).

Está en el ADN de ciertas ideologías la adoración por el macho eternamente joven, deportista, activo, sexualmente incansable, que hace más que piensa.

Strache, en su encarnación de cachorro que intentaba arrebatarle el control de la jauría a Haider, el macho alfa en ejercicio, también cultivó, por lo menos hasta mediados de esta década, esa imagen de ojos eternamente azules y helados que le firmaba autógrafos en el escote a las jovencitas que le asaltaban en las discotecas (famoso fue su duelo fotográfico con Stronach, los dos sin camiseta). Su preocupación por la imagen propia parecía un intento de vincular su propia lozanía con la turgencia de los porcentajes de intención de voto de su partido.

Lo mismo que el vídeo de los modorros aquellos a caballo era en Austria motivo de cachondeo la cartelería electoral del FPÖ.

En las fotos, Strache permanecía eternamente joven, mientras que en la realidad, el político se iba arrugando, hinchándose, los excesos con el alcohol y el tabaco le iban pasando factura (aunque él insistía mucho en que nadie le fotografiase fumando) y las décadas y el bregar con la cosa pública le iban dando, como nos pasa a todos, la cara que se iba mereciendo.

A la altura de la mitad de esta década, Strache tuvo claro que no se podía ser toda la vida una princesa del pop y decidió ir virando poco a poco hacia una nueva reencarnación: la de gran dama de la canción. Lo cual en su caso consistió en irse pareciendo poco a poco a la idea (aspiracional, como todo en él) que su electorado tiene de un gran estadista.

Empezó por cambiar de amistades, por ejemplo, y empezó a codearse con gente como Ursula Stenzel (una señora que, si fuera madrileña, llevaría un cardado alto, muy Barrio de Salamanca, con bien de laca Nelly), moderó un poco ese movimiento de cabeza que, cuando se excitaba en los debates, le hacía parecerse a esos perretes cabeceantes que nuestros abuelos llevaban en la luna de atrás del coche y, por fin, se puso gafas.

 Museum

Como última concesión al resto de coquetería siguió tiñéndose el pelo, pero a él, como a todos nosotros, le ha llegado también la era de salir del armario de la madurez, porque quizá también, en estas últimas semanas, tras una madura reflexión, Strache quizá haya llegado a la conclusión de que ya se le ha pasado la edad de andar intentando seducir oligarcas rusas. Quizá, sentado junto con Gudenus en la terraza de un café de Moscú, viendo pasar a una muchacha minifaldera, haya dicho:

-Johann, ¿Tú qué crees que piensan esas muchachas que están tan buenas de nosotros?

Y Gudenus, rascándose la tripa cervecera, igual le ha dicho:

-Ni nos ven, Heinz, ni nos ven.

En estos días, Strache se ha dejado fotografiar con el pelo gris. O se le ha acabado el Grecian 2000 o una era ha tocado a su fin.


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