Para estar integrado, más tarde o más temprano uno tiene que enfrentarse a una fascinación muy friki que tienen los austriacos, sobre todo, los de una cierta edad.
10 de Julio.-“Cazamos a Lionel Messi leyendo a Kierkegaard” ¿Se imaginan mis lectores? Aunque parece que, en este caso, la imaginación más desorbitada no bastaría. La experiencia demuestra que el hábito de abrir frecuentemente un libro no es necesario para alcanzar el éxito profesional.
Son excepción los toreros o los futbolistas lectores y aunque sea un sobado lugar común, a los políticos que sufrimos parece que les va más el Sálvame de Luxe que, pongamos, Yo, Claudio (gran manual de política práctica) o Los Budenbrook, si es que tiramos por el lado de habla extraña.
Dejando aparte a los políticos en activo para que nadie se ofenda, Jose María Aznar debe de saber leer lo justo, o sea “mi mamá me mima” y pare el lector de contar porque si no, no se explican las declaraciones que hace sobre cualquier cosa que se le pasa por entre las dos cejas (no hablemos de su señora, la ex alcaldesa, que eso sí que debe de ser un caso sangrante de relax encefalográfico). Adolfo Suárez (q.e.p.d.) hizo la transición sin más lecturas que las de la Gramática Parda (que se sabía al dedillo) y el Marca –los discursos se los escribían. El rey padre tiene pinta también de que, sacándole de las señoras de pecho heroico y labio recauchutado, le pones un libro en las manos y se te queda frito al minuto dos. En tiempos de infausto recuerdo tampoco nos ha ido mejor (baste ver la lista de reyes cafres que ha tenido España desde que el mundo es mundo). Franco tampoco tenía gustos exquisitos en cuanto a la letra impresa y, salvo las sentencias de muerte, lo que le pirraba eran las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Su homólogo alemán, Adolf Hitler, por su parte, ídem como él. O sea, se despepitaba por el Marcial Lafuente Estefanía alemán, que no se llamaba Martial Diebrunnen Stefania sino Karl May.
Karl May era un caballero alemán que, durante casi cincuenta años, se dedicó a escribir una larga serie de novelas del oeste sobre el índio Winnetou y su amigo blanco Old Shaterhand. Rollito amistad interracial dentro de un orden y camaradería varonil. Nada de jardines ni de profundidades. Muchos tiros y, cuando la cosa se ponía fea, venía el séptimo de caballería y chimpún. Se forró haciéndolo, por cierto. Ni que decir tiene que, como su colega español Marcial Lafuente, May no pisó jamás América del norte y todos sus conocimientos a propósito de la materia se referían a lo que se contenía entre las tapas de las obras de consulta disponibles en su momento.
A pesar de tener un fan tan poco recomendable, las obras de Karl May siguieron haciendo las delicias de grandes y chicos después de la guerra mundial y los laureles del señor May reverdecieron cuando, en los años sesenta, el francés Pierre Brice, también fallecido (en elpapel del índio) y Lex Barker (primer marido de Tita Cervera) rodaron en la antigua Yugoslavia, en decorados naturales y convenientemente agrestes, cuatro películas que fueron un bombazo de taquilla y que se siguen reponiendo hoy por la tele. Pelis, por cierto, que son ideales para alcanzar el mismo grado de actividad cerebral que la exalcaldesa de Madrid, a la que mencionábamos más arriba, la cual parece estar desde 1979 en fase REM.
Desde que se estrenaron las películas, los filmes de Winnetou han pasado a ser una cosa entrañable (para los que tienen más de cincuenta años) y viejuna para el resto. Sin embargo, en la localidad de Gföhl, en Baja Austria, todos los años, Winnetou y Old Shatterhand vuelven a la vida, de la mano de unas obras de teatro que ante un nutrido público de nostálgicos (y sus sufridos descendientes) intenta revivir la fascinación que los personajes de Karl May provocaban en el siglo XIX. Han tenido que adaptarse a los tiempos, claro, porque las novelas de Karl May, como las de Verne, no fueron escritas para ser disfrutadas por los fanes y las fanas de Katie Perry. Poco a poco el festival se ha ido consolidando y es hoy por hoy una de esas cosas, entre frikis y entrañables que, si uno quiere estar integrado, tiene el deber de conocer.
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