El método del Jefe de Personal

Siempre que mis lectores se topen con cierta dificultad para hacerse una idea de cómo es otra persona, les sugiero que prueben mi método.

26 de Julio.- A veces el corazón (eso que otros llamamos instinto) tiene razones que la razón no entiende.

Cuando, para desgracia del planeta, Donald Trump fue elegido presidente, porque „hay gente pa tó“, hubo gente que trató de venderme la moto de que una persona así podía desempeñar medio aceptablemente un cargo de esa responsabilidad.

Mi respuesta era siempre la misma:

-Imagínate que eres el jefe de personal de una empresa y que Donald Trump se presenta a una entrevista de trabajo. Después de hablar diez minutos con él y comprobar que, obviamente, está mal de la cabeza -no hace falta ser muy observador- y que no ha abierto un libro en su vida -tampoco hace falta mucha penetración psicológica- ¿Tú le pondrías en un puesto en el que hubiera la más mínima posibilidad de que pudiera hacer daño en la empresa? No ¿Verdad? Pues eso.

Naturalmente, esta sensación no está basada en ninguna experiencia de primera mano (gracias a Dios) pero yo pondría mi mano en el fuego de que ser un subordinado de Donald Trump debe de ser el infierno en la tierra. No hay cosa peor que estar por debajo de un tipo que no se entera de nada, faltón, inculto, maleducado y, para más Inri, con poder. Mis lectores españoles se acordarán de Jesús Gil (al que Dios tenga en donde se haya merecido). Pues eso.

Otro señor con el que uno, por mero instinto de conservación, no iría ni a por un semmel relleno de Leberkäse, sería con Herbert Kickl.

En este verano de sequía informativa (decíamos ayer) Herbert Kickl está siendo el nombre que más se está oyendo. Básicamente porque nadie quiere estar a menos de mil pasos de él. Hasta el punto de que incluso el Partido Popular Austriaco, poniéndose la venda antes de recibir el cantazo previsible, ha dicho que la única condición sine qua non que pondrían para formar (otra vez) coalición con la ultraderecha austriaca sería el no tener que ver a Herbert Kickl en el consejo de ministros.

Resultaría divertido si no fuera trágico ver los esfuerzos del interesado por intentar defenderse atacando a aquellos que le rechazan (con lo cual empeora más la situación, lo que pasa es que él, como Donald Trump, está muy lejos de contar con la empatía necesaria para darse cuenta).

Ahora que el primer Gobierno de Kurz es tan solo un nublado que es probable que se repita (aunque en otras formas) están saliendo a la luz detalles de la gestión del que ha sido sin duda el ministro más…más…más…Bueno, el más indefinible de la Historia democrática de Austria.

La última es que Herbert Kickl, cuando fue ministro, concibió un plan para poner alambradas de espino (totalmente innecesarias, por descontado) en todos los pasos fronterizos de Austria.

Para que no saltaran las alarmas, el proyecto fue llevado en el Ministerio solo por tres funcionarios (además del propio Kickl, que lo encargó).

A lo largo de su gestión, los coqueteos (bueno, abiertamente, los morreos con lengua) de Kickl con el neonazismo, el supremacismo y demás ismos, han sido no solo evidentísimos sino, además, imposibles de disimular/ocultar por parte de sus socios de coalición. A los dos meses de estar en el Gobierno, por ejemplo, habló de „concentrar“ a los demandantes de asilo en campos preparados al efecto; también, utilizando un lenguaje que el ciudadano más famoso de Braunau am Inn le hubiera envidiado, dijo que „el derecho tenía que seguir los dictados de la política, y no al revés“. También, cuando ya estaba claro que le quedaban horas en el Ministerio, firmó la ordenanza que limitaba el sueldo de los refugiados a un euro y medio la hora.

Durante toda su gestión, además, Kickl se esforzó por crear a su alrededor una serie de estructuras paralelas de funcionarios ideologicamente afines, y que no fueran fáciles de fiscalizar por los controles que un estado democrático lleva siglos perfeccionando. De uno de estos funcionarios, más concretamente de uno de sus más cercanos, se sospecha que partió el chivatazo que presuntamente ayudó al jefe de los Identitarios a borrar pruebas y esconderlas cuando la policía fue a registrar su casa, buscando indicios de su relación con el terrorista supremacista que pasó por Austria antes de matar en Christchurch.

Siempre que alguno de mis lectores se tope con cierta dificultad de juzgar a otro, le aconsejo que utilice la táctica de imaginarse que es un jefe de personal.

Si con Kickl y con Trump funciona, funciona con cualquiera.


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