Referentes

En esta vida cada uno elige sus referentes dentro de sus posibilidades y de sus circunstancias. Yo, para muchas cosas, lo tengo claro.

13 de Septiembre.- Mis lectores estarán de acuerdo conmigo en que, si te llamas Roberta Pelloni, lo más probable es que no te comas un rosco, en esto del chou bisnes. Pero si tú decides que este nombre no le va a tu corazón (que explota, explota te expló) y te lo cambias por el de Raffaella Carrá, demuestras una gran inteligencia.

Desde que era chico, un magnetismo irresistible me ha unido a Raffaella Carrá. Al principio, mi admiración era prácticamente instintiva. Un crío que, delante de la televisión, no podía perder de vista a aquella mujer que cantaba con un acento raro, unas piernas larguísimas, una melena rubia agitada, unas canciones que estaban muy lejos de mi vida real. Pero después, sobre todo a partir de haber emigrado a un país que no es el mío, encuentro que Raffaella es una persona de la que todos tenemos mucho que aprender.

Raffaella, nacida Raffaella Maria Roberta Pelloni en 1943, es una cantante y presentadora que, después de hacerse famosa en Italia por su simpatía y su físico nuclear, también se hizo famosa en España a mediados de los setenta, un poco por casualidad, las cosas como son, porque su discográfica decidió lanzar en Celtiberia un recopilatorio de sus éxitos italianos traducidos al castellano que fueron un bombazo en aquellos tiempos en los que parecía que nos habíamos sacudido el momio de la dictadura.

Mi primer recuerdo de Raffaella Carrá no es «Para hacer el amor hay que venir al sur », una emocionante reivindicación del sexo risueño en la que Raffaella, muy moderna, anima a las mujeres a que, si el príncipe les sale rana, se busquen uno « más bueno » (que esté más bueno también, por qué no) y se vuelvan a enamorar. Sino una canción que se llama Fiesta, una cosa con aires aflamencados que empieza con un verso que todos nos hemos dicho alguna vez al entrar en una discoteca : « desde esta noche cambiará mi vida » (y las del coro, decían « desde esta noche, desde esta noche). La noche, territorio mítico de promesas.

Siempre me ha parecido una canción llena de insinuaciones, misteriosa, que oculta en su interior un enigma y quizá un drama. A lo mejor porque, cuando la escuchaba de niño en una casette que mi madre tenía para limpiar, no entendía bien la letra.

Como con Maria Dolores Pradera (Loli Pradera y la Carrá en el mismo post, estas son las cosas que tanta gracia le hacen a mi primo Nacho) a mí lo que me fascinaba de la Carrá es que no se parecía a nadie más. La primera, porque prácticamente « decía » las canciones y la segunda porque las cantaba con un acento extraño. Un acento, ahora lo veo, como el que yo tengo hablando alemán. Un acento, entrañable, que terminó siendo una de las marcas de Carrá y, naturalmente, fuente de muchos chistes que Carrá se ha tomado siempre, hasta donde yo sé, con mucho humor.

Desde que vivo en Austria, pienso mucho en Raffaella, pienso que nos reíamos de ella (o con ella) lo mismo que los aborígenes se ríen de (o con) nosotros, por nuestro acento, porque nos parecía imposible que algo tan fácil (para nosotros, claro) como hablar en español se pudiera hacer mal. De ahí además, quizá viniera la tendencia de alguna gente a tomarle el pelo a Raffaella Carrá o a mirarla con condescendencia (se juntaba aquí el machismo, claro) como si en vez de extranjera fuera idiota, cuando ha demostrado a través de su larguísima carrera, que es una avispadísima mujer de negocios.

Raffaella también nos ha enseñado a los migrantes a ponernos mucho el mundo por montera, a no avergonzarnos, a utilizar ese territorio gris en el que un extranjero puede permitirse cosas que no se puede permitir un nacional (ese, « e allora… » que ella siempre decía, y que supongo que como mis « hombre » y mis « vale » al principio eran por ignorancia y luego porque vio que la cosa hacía gracia y ayudaban a hacerla inofensiva). También nos ha enseñado que los extranjeros estamos muy buenos, por qué no, y que tenemos mucho gancho, precisamente por ser extranjeros, y que hay que aprovechar esta ventaja, porque la vida está muy mala, señora, y de vez en cuando hay que aligerarla y darle un gusto a estos cuerpos que se van a comer los gusanitos debajo de la tierra.

Porque Raffaella Carrá, con su media melena rubia, era una señora que estaba estupenda pero, como a todo el mundo se le alcanza, probablemente hubiera estado menos estupenda si hubiera sido de, pongamos, Motilla del Palancar.

Y así, a través de los años, quince ya, en muchas ocasiones no puedo evitar, ante una situación concreta, pararme a pensar qué hubiera hecho Raffaella si le hubiera pasado lo mismo en un plató de

Probablemente, echarse unas risas, tomarse la cosa con sentido del humor y ternura y haber tirado para adelante.

Hay gente que reivindica a Bertold Brecht, pero yo reivindico a Raffaella. Muy fans.


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