La gran Bertha (2)

Bertha von Suttner en los ochenta del siglo XIX; por cierto, a mí se me parece mucho a Elisabeth T. Spira (q.e.p.d.)

En aquella época, pedir que la gente se dejara de pistolitas y mandangas era un acto de valentía insólito.

El primer capítulo de esta serie, aquí.

3 de Octubre.- En el primer capítulo de esta tan apasionante como verdadera historia, habíamos dejado a Bertha Von Suttner, nacida Kinsky, una mujer guapetona, inteligente y de muchos recursos (no necesariamente en ese orden) casándose en secreto con Gundaccar von Suttner, rico heredero, y provocando que los padres de él, que valoraban la boda muy negativamente, deseheredaran al pobre muchacho, en la mejor tradición de los novelones decimonónicos.

Esta eventualidad no desanimó a los recién casados, los cuales, dispuestos a defender su amor con la misma vehemencia que otros lo atacaban, decidieron buscarse la vida. Como primera medida se mudaron a Georgia, en el Cáucaso, a casa de la princesa Jekatarina Dadiani de Mingrelia (Mingrelia es una región de Georgia en donde, como cae por su peso, se habla megreliano además de abjaso). Allí, el matrimonio von Suttner vivió con mucha estrechez y, a falta de Telepizza o Deliveroo, Bertha y su santo hicieron lo que fueron pudiendo a salto de mata. La señora Von Suttner se dedicó a enseñar idiomas (de los que sabía unos cuantos), escribió novelillas y tradujo lo que pudo y le dejaron. Incluyendo, por cierto, la epopeya nacional de Georgia, que se titula El Caballero de la Piel de Tigre poema, por cierto, que fue escrito más o menos al mismo tiempo que el Cantar de Mío Cid. Esta traducción, por cierto, la dejó sin terminar (la primera traducción al castellano, por cierto, data de 1964, cuando Berta von Suttner llevaba la pobre muerta muchos años).

¿Y qué hacía el santo esposo mientras tanto? Pues dibujar planos y, atención, diseños para alfombras.

En 1877, empezó la guerra Ruso-Turca entre la Rusia zarista (entonces aún no había otra) y el Imperio Otomano. Aunque pueda parecer una paradoja, esta guerra alivió un poco la negra miseria del matrimonio von Suttner, porque Gundaccar aprovechando la coyuntura empezó a enviar crónicas a los periódicos europeos. Visto el éxito de las crónicas de Von Suttner a propósito de las quisicosas de aquella carnicería y a propósito de las exóticas tradiciones georgianas (entre col y col, lechuga, como suele pasar) su mujer también empezó a escribir. Sin embargo, como no estaba bien visto que las mujeres escribieran, lo hizo bajo seudónimo (B. Oulot).

En 1885, el matrimonio von Suttner, ya con un capitalito y una reputación entre los medios literarios, decidieron volver a Viena (quizá también les animaba la sana intención de darle en los morros él a sus padres y ella a sus suegros, o quizá es que echaban de menos los Schnitzels, quién sabe).

El caso es que la vuelta del hijo pródigo supuso la identificación de los von Suttner con la familia (forradérrima, no lo olvidemos) del marido. Por cierto, de la madre de Von Suttner, la condesa ludópata, no se sabe qué pasó.

A pesar de las estrecheces, Bertha Von Suttner recordó siempre su etapa en Georgia como un tiempo muy feliz (por cierto, la última parte de este jolgorio la pasaron en Tiflis, que se me ha olvidado decirlo antes).

En fin: cuando volvió a Viena, Bertha von Suttner se metió de lleno con el tema del pacifismo y escribió un libro, llamado High Life, sobre el respeto que debemos a nuestros semejantes. Después, se metió en conversaciones con el filósofo francés Renan y por él supo de la existencia de la International Arbitration and Peace Asociation, que se había fundado en Inglaterra.

(Por cierto, se abre paréntesis, este Renan sería muy pacifista, pero también era un famoso antisemita; entre otras lindezas, comparando el sánscrito con la escritura hebrea llegó a la conclusión de que „el judaísmo hace que el cerebro humano se encoja“ (!!!). Renan, como han podido ver mis lectores, hubiera podido ser perfectamente alcalde de Madrid).

En el otoño de 1889, cuando tenía 46 años, Bertha von Suttner publicó su obra Magna: Die Waffen Nieder (o sea, abajo las armas). Es una novela en la que se muestra la visión de la guerra desde el punto de vista de la esposa de un soldado. Hay que tener en cuenta que en aquella época la sociedad era mucho más militarista que ahora, así que Bertha von Suttner fue muy valiente y se convirtió en la cara más prominente del movimiento pacifista. Como veremos en el próximo capítulo de esta serie.

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Esta es la imágen de hoy de Foto Bernal Vienna (el genial Stefan en una calle de Neubau, el distrito bohemio de Viena). Si quieres saber la historia de esta sesión de fotos, no tienes más que pinchar en este enlace

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