Ya es « Jayogüín » en Viena ! Por eso, aquí tenemos nuestra tradicional historia de difuntos. Real como la vida misma, eso sí.
31 de Octubre.- 8 de Junio de 1991. Exterior. Madrugada. Hace calor. Tres hombres aparcan una furgoneta Ford modelo Transit en un rincón oscuro cerca de la abadía de Heiligenkreuz, en pleno corazón de los bosques de Viena, a escasos cinco kilómetros de un convento de carmelitas descalzas con un pasado macabro : lo que hoy es cenobio fue el pabellón de caza de Mayerling, lugar en donde sucedió un hecho inaudito dentro de la Historia de la monarquía austriaca : el príncipe Rudolf, el hijo del emperador Francisco José y de su mujer, esa pobre desequilibrada que pasaría a la posteridad como Sissi, se suicidó entre aquellas paredes el 30 de Enero de 1889. Por si fuera poco, lo hizo junto a su amante, la poco menos que adolescente Mary Vetsera.
A pesar de los esfuerzos de la casa real por ocultar este hecho –de cara a la galería el príncipe heredero estaba casado con una princesa belga- la verdad no tardó en trascender y el público se enteró de una noticia que en aquella época era, sobre todo, una vergüenza para la familia.
Pero volvamos a aquella noche de junio de 1991. Los tres conjurados entran a la abadía de Heiligenkreuz, se dirigen decididos a una tumba en particular, la abren, sacan del interior un ataud de un modelo caro y vistoso, razonablemente conservado. Se trata del ataud nada más y nada menos que de la misma Mary Vetsera. Razonablemente conservado porque a la pobre no es el primer unboxing que le hacen. Ya los soviéticos, persuadidos de que Vetsera había sido enterrada con joyas producto de la explotación del proletariado, habían abierto su tumba anteriormente y, con un soplete, habían dejado el ataud de plomo como una lata de atún Calvo. Según se averigua después, la pobre Vetsera tiene aún mechones de pelos pegados a la calavera, los zapatos puestos (hechos un asco, pero puestos, concretamente del número 33), en el descarnado muslo una liga que en algún momento le sujetó una media. De joyas, obviamente nada.
Los tres hombres se dan prisa y se llevan el ataud. Tras hacerlo, ponen pies en polvorosa. Luego cargan la caja en la Ford Transit y se dan el piro (vampiro).
El promotor de la profanación es un majara llamado Helmut Flatzelsteiner. Vendedor de muebles en el siglo, historiador aficionado en la intimidad. Herr F. (me niego a escribir el apellido otra vez) vive obsesionado por la tragedia de Mayerling (hay otra gente que vive obsesionada con cogerle el punto al pollo al chilindrón) y está convencido de que a Mary Vetsera « la suicidaron » (probablemente un primo de Bin Laden o el mismo que le vendió a Elvis el billete a la isla desde la que lleva cuatro décadas riéndose de nosotros). Por eso ha convencido a otros dos pobres (de Burgenland) para que le ayuden.
Aquella noche, los tres conducen hasta Linz. Aparcan la « fragoneta », descargan a la pobre muerta y, tras abrir el ataud con una radial, colocan los restos, con amoroso cuidado, en el sótano de la tienda de muebles del ladrón.
Tiempo después, Herr F. hace analizar los restos (pelos medio podridos incluidos) diciendo que son los de una bisabuela checa que no se sabe de qué murió. Cuando obtiene los resultados de los análisis decide devolver los restos en el verano de 1992. A ser posible con bien de micrófonos y de reporteros. Algo le detiene, sin embargo, una alpinista italiana le chafa el titular, porque se encuentra con otro muerto ilustre : el pobre Ötzi, al que el cambio climático ha liberado de su prisión de hielo.
Cuando el asunto de Ötzi se va apagando, el vendedor de muebles de Linz ve su oportunidad : llama al Kronen Zeitung (qué podía salir mal). El Kronen Zeitung le compra la historia (repetimos : qué podía salir mal). Le da lo que hoy al cambio serían 5600 Euros (euro arriba o abajo) y también el dinero de una previsible multa por profanación. Se publica la noticia. Los restos de Mary Vetsera se devuelven a su sitio. Para asegurarse de que será la última vez que la muerta salga de paseo, se rellena la tumba bien rellenita de tierra y se pone cemento encima. El ladrón termina ganando dinero, porque todo lo que le pasa es una multa de 2000 Euros.
Por cierto, por si alguien se ha quedado con la intriga : el forense que examina los restos de Vetsera lo único que puede determinar, dado el estado de los huesos, es que el cuerpo de Vetsera presenta lesiones que son « incompatibles con la vida ». O sea, que está bien muerta. El misterio de Mayerling sigue siéndolo.
Cuando el juntacadáveres cumple los ochenta le regala sus « recuerdines » de la muerta (mechones de pelo, los zapatos, etc) al policía que llevó la investigación, un caballero llamado Helmut Reinmüller y le dice que si tira todo a la basura que a él, como dicen aquí, « le es totalmente salchicha ».
Repetimos, no semos iron (maiden).
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