Cena con batalla

 Algunos actores de los Soles del Sur saludando después de la representación de hoy

Todavía quedan un par de representaciones de Cena con Batalla, yo que usted, forastero, NO ME LA PERDERÍA. Por nada del mundo.

20 de Noviembre.- Viniendo para casa, reordenando mis impresiones para escribir la reseña que el lector tiene en estos momentos delante de los ojos, he reparado en un concepto muy austriaco en el ámbito teatral (un fenómeno mucho más frecuente en Austria, por lo que yo sé, que en el teatro moderno español).

Es el concepto de „compañía“, que en alemán se dice utilizando la palabra francesa „Ensemble“.

Ensemble, en francés, quiere decir no solo conjunto sino también „juntos“, y de ese Ensemble francés viene también nuestro verbo „ensamblar“ en el sentido de ajustar piezas que en principio estaban separadas para crear una unidad.

Antiguamente, en España, los actores formaban compañías con las que giraban por todo el territorio nacional y por América del sur, Generalmente dirigidas por un primer actor o una primera actriz (Margarita Xirgu, por ejemplo, o Milagros Leal o Alberto Closas o Salvador Martí o Lola Membrives después de la guerra civil). Eran compañías, „Ensembles“ que, se decía, „llevaban“ un repertorio en el que se procuraba crear una simbiosis entre los textos que se tenían y el talento disponible. De manera que unos tirasen de los otros recíprocamente. O sea: que los actores buenos mejoraban textos no tan buenos, y los actores no tan buenos tenían que dar un estirón para adaptarse a textos quizá escritos para intérpretes por encima de sus posibilidades.

Las compañías de teatro tenían además de bueno que los actores, a fuerza de trabajar juntos, se cogían la medida los unos a los otros, de manera que funcionaban como un „ensamblaje“, si es que el lector me sigue hasta aquí.

Esta escuela se prolongó después, venía yo pensándolo ahora, en el llamado „cine de barrio“ o sea, esas películas españolas que se siguen reponiendo una y otra vez en la televisión y que tienen su equivalente austriaco también, y que, si bien se mira, funcionaban como una gigantesca compañía única en la que Toni Leblanc, Conchita Velasco, Alfredo Landa, José Sacristán, Gracita Morales y tantos otros, hacían papeles mejores o peores en textos más o menos afortunados, pero siempre con la vista puesta en dos objetivos: uno, el comerse el bocata de sardinas que les daban en las pausas y dos, la eficacia en la tarea de gustarle al público por encima de cualquier otra consideración.

Vengo de ver, hace apenas una hora, Cena con Batalla, representada por los Soles del Sur. Pueden los lectores apuntar en la nómina de esta muy sobresaliente compañía de actores todas las sólidas virtudes que he nombrado más arriba. A fuerza de trabajar juntos, los actores de los Soles del Sur han conseguido convertirse en una compañía en el antiguo y mejor sentido de la palabra, en ese „Ensemble“ (Angsangble, que diría un gabachillo) del que hablábamos más arriba.

Lo que al principio del proyecto eran personas con formaciones teatrales dispares ha dado un bote (!Y qué bote, señores!) hacia arriba, y han subido muchísimo la media aritmética de lo que ponen en escena.

Cena con Batalla, eso sí, es un texto que ayuda. Pensado por su autor, Jordi Casanovas, como un ejercicio (también en el mejor sentido del término) el texto progresa a base de sucesivas vueltas de tuerca que solo pinchan (un poquito nada más) en hueso, cuando Casanovas se olvida de su misión primordial, que es la de divertir al público y hacerle reir y entrar en los siempre pantanosos terrenos de la parábola (quien vea la obra me dará la razón, probablemente).

En el resto, las situaciones están resueltas de una manera impecable.

Puesta esa base, los actores van confeccionando una tarta en la que consiguen de forma solo aparentemente fácil (conmigo lo han conseguido) dos cosas dificilísimas, una el puro entretenimiento, la pura risa y dos, la ilusión de realidad.

El centenar de personas que estábamos hoy en el teatro Brett (rebautizado como Arché) hemos entrado en la trama de la obra del mismo modo que los niños entran en la trama del guiñol pensando que los títeres de cachiporra son personajes reales. Yo me he tapado los ojos en un par de momentos, por ejemplo.

Gracias a los elegantes arcos que describen todas las interpretaciones, nos tragamos sin ningún problema el desquiciado final (que no destriparé, naturalmente) y que, precisamente por ser tan desquiciado es sin duda el momento más delicado de la obra.

Hoy, para mí, los Soles del Sur han saltado a otro nivel. De hecho, yo he visto compañías de las llamadas profesionales que hacían su trabajo de manera muchísimo menos brillante que la representación que yo he visto hoy, no solo con mucha menos gracia, sino también con mucha menos astucia y, sobre todo, con mucha menos generosidad, porque aquí y es justo decirlo, la „compañía“ funciona como una coral en la que cada actor tiene un momento (a veces varios momentos) por el que merece la pena haber ido a verle.

Por eso mismo, porque todos y cada uno están eficacísimos en sus personajes, no voy a mencionar a nadie en particular. Sirva este texto de expresión de mi más sentido y hondo agradecimiento por lo bien que lo he pasado, por lo mucho que me he reido y por lo que he disfrutado viéndoles „trabajar“ un verbo que, aplicado a los actores está me temo lamentablemente en desuso.

Hoy, todos han trabajado muy bien, creo que porque también han disfrutado mucho con lo que estaban haciendo. Y eso siempre gusta verlo.


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