Se pueden interpretar los últimos doce meses como un proceso de demolición de algunos mitos.
Para Iván Darias
17 de Junio.- Un viejo axioma de la narrativa, que Hitchcock sintetizó admirablemente, es que, cuanto mejor es el malo, más conseguida está la historia. Durante mucho tiempo, los que vivimos en Austria pensábamos que vivíamos en una gran historia, porque nuestros malos (pensábamos) eran de mucha categoría.
Los teníamos de todas las modalidades
Teníamos un malo untuoso, como Claude Rains en Encadenados. Un malo de maneras suaves, pero que ocultaba un corazón de hielo. Un malo que estuvo a punto de darnos un disgusto, porque frente a sus formas suaves, aristocráticas incluso (lleva bastón) nos parecía que las formas de la bondad pecaban de aburridas.
También teníamos un malo que se identificaba con el hombre de la calle. Un villano que decía no ser parte de la casta dominante. Un hombre que, cuando llegó al Gobierno, decidió disfrazarse de estadista (disfraz que se redujo a ponerse gafas de pasta). Un poco como Joseph Cotten en La Sombra de Una Duda.
Cuando aparecía en las ruedas de prensa, con sus gafas, sus folios inmaculados, su respetabilidad recién estrenada, su sonrisa postiza, no podíamos evitar suspirar consternados, porque pensábamos que aquella coreografía perfecta duraría siempre.
Y luego teníamos un joven malo de cara inexpresiva y ojos vacíos. Indudablemente inteligente (o eso nos parecía). Como Agnes Moorehead en Rebeca.
Si el coleguita no nos asustaba, ni el aristócrata melífluo el malo joven, inexpresivo, de ojos fríos, de trajes impecables, nudos de corbata gordos de tiburón de las finanzas, sí que infundía en nosotros una intranquilidad que nos costaba reprimir.
No teníamos un gran concepto ni de la inteligencia ni de la cultura de los otros dos (respectivamente) pero a este malo joven le adjudicábamos astucia y le adjudicábamos cultura ( !Habla ruso !). Le imaginábamos en entornos que incluían siempre paredes paneladas de maderas oscuras, alfombras que ahogaban el ruido de los pasos, le imaginabamos mirando dentro de cajones en los que guardaba retratos de gente uniformada con bigotitos mínimos. No hablaba mucho pero, cuando hablaba, sus comentarios resultaban cortantes.
Y de pronto…Nos dimos cuenta de que nuestra historia, que se apoyaba (pensábamos) en malos tan fuertes, en realidad era un culebrón de medio pelo, porque nuestros malos eran un bluf. Se pueden interpretar los últimos doce meses como un proceso de demolición de la imagen del mal que había hecho resplandecer, por contraste, el bien que nos habíamos ganado con tanto esfuerzo.
Frente a Hofer, la bonhomía de Van der Bellen. Frente a Strache, la ajustada profesionalidad de un Anschober, frente a Gudenus…Frente a Gudenus, la nada.
El malo frío, el que hablaba ruso, el que había estudiado la carrera diplomática en el Theresianum (que es la escuela de las élites de este país), el que con su mera presencia ejercía una autoridad que le llevó a que le echaran de restaurantes, se nos está deshaciendo en una papilla de testosterona tóxica y fantasías de adolescente poligonero. Como un boxeador noqueado, Gudenus recibe golpe tras golpe, tratando de defenderse, pero ya sin la impasibilidad que nos hacía creer que era un malo de la calidad que nos merecíamos.
La investigación de la trama del vídeo de Ibiza ha sacado a la luz unas fotos de Gudenus, el que durante mucho tiempo fue el delfín de Strache, metiéndose unas rayas de cocaína en presencia, según parece, de su mujer y de la persona que le presentó a la supuesta oligarca rusa que actuó como cebo.
El tipo, naturalmente, estaba grabando a Gudenus sin que él lo supiera y probablemente, durante todos estos meses, habrá tratado de cobrar por que las imágenes no se difundan. Probablemente, el recuerdo de estos momentos y de otros que, indudablemente, irán saliendo a la luz, sean la explicación del hundimiento emocional que Gudenus sufrió inmediatamente después de la publicación del video de Ibiza. Hundimiento que le llevó a buscar ayuda psicológica y que le mantuvo fuera de combate hasta hace poco tiempo (su reaparición coincidió con la vuelta de Strache a la arena política).
Resulta curioso que, cuando Strache reapareció con su improbable candidatura a la alcaldía de Viena, Johann Gudenus acudió al único sitio en donde aún le dan crédito a hacer protestas de lealtad a su casa de siempre, al FPÖ. Ya no era el mismo. Tenía la mirada algo huidiza, no había en él la seguridad de siempre. El aplomo era ya una costumbre apenas recordada.
Una pena todo, porque la medida del bien es la estatura del mal al que se tiene que enfrentar.
Hitchcock lo sabía muy bien, naturalmente.
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