Milagro contra el coronavirus a 45 euros la botella

Hay por ahí un montón de gente deseando aprovecharse del miedo y de la angustia de la gente. Algunos con más escrúpulos que otros.

5 de Abril.- La pandemia que vivimos, al ser una realidad tan compleja y al incidir transversalmente en todas las capas de la sociedad, permite ser examinada desde múltiples puntos de vista.

A mí personalmente me fascina cómo el miedo a lo desconocido opera en cada persona y las múltiples formas en las que ese miedo dispara reacciones por las cuales la gente calma la necesidad de tener un poco de control en lo que pasa en su vida.

La más socorrida (y frecuente por lo tanto) es el recurso al pensamiento mágico.

BIENVENIDOS AL MUNDO DE LO MARAVILLOSO

De niños, todos acudimos al pensamiento mágico para dar explicación a las cosas que no entendemos. Conforme van pasando los años y nuestro conocimiento dle mundo se va haciendo más exacto, vamos abandonando esas explicaciones y sustituyéndolas por explicaciones más sofisticadas (y, con un poco de suerte, más razonables).

La manifestación más corriente del pensamiento mágico es la transacción. O sea, el intentar parlamentar con lo que uno no entiende y le da miedo.

Reducida a su forma más simple, la cosa suele ser: si yo hago A, la fuerza amenazante hará B (o sea, me respetará).

Cuando yo era pequeño,por ejemplo, me daba mucho miedo suspender los exámenes. Para aprobarlos, hacía una promesa. O sea, Jesusito de mi vida y yo llegábamos a un acuerdo que se formulaba así: „si Don Luis me aprueba Lengua y Literatura, estaré quince días sin beber Coca-cola“.

Naturalmente, nunca suspendí Lengua y Literatura (y, por lo tanto, dejé de beber Coca-cola muchas veces, porque si Jesús había cumplido su parte del trato, yo no podía ser menos).

Me temo sin embargo que el buen Jesús hubiera tenido poco que hacer si yo no me hubiera tomado el trabajo de quemarme las pestañas estudiándome el mester de juglaría y el mester de clerecía. De lo contrario, mis buenas notas hubieran sido un milagro y, como todo el mundo sabe, los milagros son milagros básicamente porque pasan con mucha dificultad y solo a pastorcillas convenientemente alejadas de cualquier instrumento fiable de medida.

Con el coronavirus, la huida hacia el pensamiento mágico ha adoptado varias formas. La menos inofensiva de las cuales es, naturalmente, el negacionismo. O sea: la pandemia me da miedo, luego la pandemia no existe (o la amenaza no es tan grave). De lo cual se sigue, naturalmente, que para demostrar que la pandemia no existe, tengo que renunciar a la mascarilla y a la distancia de seguridad y, si alguien me recuerda que la pandemia existe y me fastidia el pensamiento mágico, me pongo agresivo, como les pasa a los negacionistas y a los „no-es-para-tantistas“.

De esta evasión de la realidad ya hemos hablado mucho durante el último año, así que no creo que haya que entrar en demasiados detalles para que todos sepamos a lo que nos estamos refiriendo.

A mí me tiene fascinado otra manera, más benévola, que se basa en lo que decíamos más arriba de la transacción: o sea, si yo hago A, la pandemia, el virus, me respetará.

FRUTAS Y VERDURAS CRUDAS

Por ejemplo: corre por Facebook desde hace meses un texto (redactado de manera indigente, por cierto) en el que una voz anónima se pregunta por qué los médicos ocultan al público en general una serie de informaciones valiosas, por ejemplo que, si uno come bien („frutas y verduras crudas“ dice) o si pasea al sol o si hace deporte o hace ayuno intermitente (esto del ayuno intermitente es la última idiotez que mucha gente hace para calmarse la conciencia) el sistema inmunológico -supuestamente- se fortalece tanto tanto tanto que uno no tiene nada que temer del virus.

El texto culmina con una especie de teoría conspiranoica de baja intensidad. Según el anónimo redactor del texto, los médicos no nos dicen todas estas cosas porque lo que quieren es que las farmacéuticas vendan muchísimas vacunas.

Lo que a mí me tiene fascinado, sin embargo, es que personas que por su formación o por su profesión deberían ser inmunes a esta huida de la realidad no lo son.

De hecho, la experiencia demuestra que lo mejor para convertir cualquier idiotez sin base científica en el bálsamo de Fierabrás es rodearla de un lenguaje abstruso y de apariencia complicada, teniendo cuidado de mezclar en el discurso palabras como „metabolismo“ o „carbohidratos“ y si, encima, se sufre (por ejemplo con lo del ayuno intermitente o la reducción de azúcares) pues mucho mejor, porque ya se sabe que, cualquier medicina, cuanto más hace sufrir, más efectiva es. Sufrir, por cierto, no quiere decir solo sufrir físicamente, sino también monetariamente.

Que se lo digan si no a Martina Czerny-Franz.

MILAGROS A CUARENTA Y CINCO EUROS

La señora Czerny-Franz es médico y catedrática de Universidad. Ha decidido darle al mundo lo que otros médicos le niegan y es el medicamento definitivo que protege contra el coronavirus. Lo ha llamado „Baba virus“ (o sea, „adios virus“).

La botella (30 ml) se vende a 45 eurazos.

¿Y qué hay dentro? Pues un líquido que, según la doctora Czerny-Frany está preparado según la Medicina China Tradicional y una cosa llamada la „medicina biofísica“ que cualquiera sabe lo que es (a lo mejor uno de esos medios milagrosos de fortalecer el sistema inmunológico.

El Standard, que es el medio que informa sobre este fármaco milagroso, no ha conseguido obtener de la doctora la fórmula del específico. Eso sí: la doctora solo lo vende en su consulta.

Naturalmente, la médica no puede vender su botellita milagrosa llamándola medicamento, sino que lo llama „suplemento nutricional“ (ya saben mis lectores: si uno come „frutas y verduras crudas“ obtiene la misma eficacia). Esto de que es un suplemento nutricional también tiene otra explicación: un medicamento tiene que ser probado por las autoridades. Un „suplemento nutricional“ no.

Por lo visto, el suplemento nutricional no es más que agua „tratada con frecuencias especiales“ (ya se sabe que los chinos, en su medicina tradicional, trabajaban con estas frecuencias).

El padre de Mozart, Leopold Mozart, se gastó una fortuna en intentar cuidar las fiebres reumáticas del genio dándole polvo de momia y otras guarradas envueltas en oro en hojas. Esperaba un milagro. Y lo hubo: los riñones de Mozart, pese a ese maltrato, aguantaron.

Por lo menos, el agua del grifo de la doctora Czerny-Frany es inofensiva.


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