Machismo en Austria: un caso práctico

Hay gente que piensa que el machismo no existe en Austria (ni en ninguna otra parte de Europa). Sin embargo, la realidad es muy tozuda, como demuestra esta historia.

29 de Abril.- Cada vez que en este blog trato el tema del feminismo como lo que creo que es, o sea, como una cuestión de la decencia más elemental, siempre hay tres o cuatro compungidos que, como en el cantar del Mío Cid, me afean « plorando de los sus ojos », que propague una « ideología » perniciosa.

Según estos cofrades del santo reproche, la desigualdad de la que hablamos l@s feministas no existe, porque ya en la ley (en las leyes) pone bien clarito que las mujeres y los hombres son iguales. Que luego, si en el mundo real no es verdad (que todos sabemos que no lo es) lo único que hay que hacer es ir a una comisaría y denunciar. Y que tampoco hay que tener la piel tan fina, porque hay cosas que bueno, que pasan y a las que no hay que darles más importancia.

Y sin embargo, es precisamente en ese momento, en el de la denuncia, cuando la cosa se tuerce. Por ejemplo, porque policías o juces no creen a las mujeres que denuncian. O, simplemente, el público en general (la famosa señora del llamado « caso Nevenka », esa de « a mí nadie me acosa si yo no me dejo »).

Un rasgo que tienen en común muchos (por no decir la mayoría) de estos pleitos es lo que podríamos llamar « la perplejidad del machista » que es análoga a esa perplejidad (real o fingida) que también se da (o se daba) entre los racistas, los homófobos y otra gente del estilo. Esta perplejidad es la de verse acusados de un delito que no tienen conciencia de haber cometido.

-¿Machista, yo ? !Pero si yo tengo un montón de amigas mujeres ! !Anda que este !

Y sin embargo el machismo está en esas personas invisible, como un gas inerte, pero absolutamente innegable. Imposible de pasar por alto.

En estos días se ventila un pleito que viene muy al caso para demostrar lo que estoy diciendo.

Es el que enfrenta a Wolgang Fellner (66 primaveras) , propietario y alma del grupo de medios sensacionalista OE24, con una presentadora, llamada Raphaella Scharf (30), a la que despidió, según ella, por haber denunciado ante las instancias pertinentes que, en una sesión de fotos, Fellner se había propasado y durante una comida la había intentado besar. Según parece, durante la misma sesión de fotos, Fellner había comentado su atuendo con lindezas del tipo « tienes pinta de p*ta » (Nutte).

Estas acusaciones se unen a las de otra presentadora a la que  «de broma » (según Fellner) le tocó el trasero.

Naturalmente, el acusado niega la mayor, o sea, que intentase aprovecharse sexualmente de Raphaella Scharf (de una, o de la otra) y cree que el pleito es una venganza por el despido.

No niega, eso sí, que se refiriese al atuendo que Scharf había elegido para la sesión de fotos de la manera en que lo hizo (más que nada, porque no lo puede negar, ya que obran en poder de la demandante grabaciones que así lo atestiguan) pero afirma (y aquí viene la perplejidad de Fellner, común a muchos hombres de su edad y « background » cultural) que « no le estaba diciendo –a Scharf- que fuera una p*ta, sino criticando su atuendo «  y que eso (atención) « es algo que un jefe todavía puede hacer ».

Fellner también ha denuncidado que Scharf intentó coquetear con él pero que él, como el casto José, no reaccionó a sus avances tormentosos.

Incluso si es verdad (no lo parece, en mi opinión) que la presentadora es una arpía despechada que quiere vengarse de su antiguo jefe, no es menos cierto que las declaraciones de su antiguo superior describen claramente un estado de cosas. Y sobre todo, una concepción del poder y de los privilegios. Decirle a una mujer que va vestida como una p*ta es empezar a preparar el camino para otras cosas (machacar la autoestima del enemigo es, para mucha gente, el primer paso hacia la victoria) y la demostración de que es machismo, y del peor, es que es muy poco probable que Fellner le dijera, un suponer, a Strache (al que, por cierto, entrevista con frecuencia) nada parecido. No por ser Strache, naturalmente, sino por ser un hombre.


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