Guerra civil en la socialdemocracia austriaca (1)

Entre hoy y mañana analizaremos con calma, en profundidad, el inaudito desbarajuste que se está produciendo en estos mismos instantes en la cúpula de la socialdemocracia austriaca.

10 de Julio.- Según ciertos estudios, los niños que desarrollan el hábito de leer desde que son muy pequeños, desarrollan una empatía superior a la media. Bajo mi punto de vista, esto quiere decir que, el hecho de estar desde la infancia en contacto con historias (es extraño que el hombre sea el único animal del planeta que las inventa) hace que se encuentren también en posesión de un inmenso banco de datos, acumulado durante generaciones, de tipos de personas y de los resortes que motivan su conducta.

Para los que no leen, esta capacidad de ver a través de los demás, de conseguir reconstruir los porqués y los cómos de la conducta, resulta una especie de superpoder. El veredicto de un niño lector (ya convertido en adulto lector y, con cierta frecuencia, en adulto escritor) suele resultar bastante más acertado que el de una persona entre cuyas aficiones no está el hábito de leer.

Por supuesto, como todo superpoder, este tiene su lado malo. Los niños lectores tienden (tendemos, salgamos ya del armario) en convertirnos en lo que los psicólogos suelen llamar „comprensivos patológicos“.

O sea, personas que, a fuerza de haber educado nuestra penetración de la psique ajena, terminamos por tolerar y excusar casi cualquier comportamiento en cuanto podemos entender por qué se ha producido.

Sin embargo, dejando aparte esta desventaja, no hay duda que los niños lectores, cuando nos hacemos mayores, gozamos de una enorme ventaja con respecto a la gran mayoría de nuestros contemporáneos. Y es que, queridos lectores, como seguro que vosotros sabéis también, leer novelas entrena la imaginación y la capacidad de previsión, y vacuna contra según qué distracciones que las personas sembramos en el camino de aquellos que quieren descifrar nuestros actos.

De manera que, aunque esté mal decirlo, a uno no le hace falta haber conocido personalmente a Sebastian Kurz para saber de qué material está hecho y lo que se puede esperar de él; lo mismo que no hace falta haberse tomado tres cafés con Pamela Rendi-Wagner, „lideresa“ de la socialdemocracia austriaca, Christian Kern (de profesión, excanciller „slim fit“) y Juan Pedro Doskozil, presidente del Land de Burgenland, para saber que la química que pudiera existir entre los tres sería tendente a menos uno.

Durante esta semana, los dos hombres, Kern y Doskozil, han estrechado su alianza en lo que aparece una operación un tanto torpe para eliminar a Pamela Rendi-Wagner de la dirección del SPÖ.

RENDI-WAGNER Y EL SUELO BAJO SUS PIES

En el último congreso del Partido, Rendi-Wagner obtuvo un respaldo si bien mayoritario sí bastante modesto (un setenta y cinco por ciento) en un mundo, el de la política, que digiere mal los liderazgos que no sean abrumadoramente mayoritarios.

Rendi-Wagner sabe que las patas de su silla tiemblan. Desde hace mucho. Supongo que, como es una mujer inteligente, sabe que tiene nulo tirón popular y, por lo tanto, muy poquita capacidad de entusiasmar a las masas. Quizá porque es una mujer que, incluso cuando está diciendo la verdad, no parece estar diciéndola. Es una persona también gélida y con un lenguaje corporal raro y como impostado. Sin duda es muy culta pero, como suele suceder con las personas que tienen mucho título universitario y poca calle, está a años luz de poseer la gramática parda que derrocha Juan Pedro Doskozil.

¿Quién es Doskozil?

De la anécdota que yo creo que mejor resume el tipo de persona que es el presidente de Burgenland (un tipo fajado en la policía, en la calle) fui testigo yo mismo, y como es de primera mano, la contaré en un periquete.

Recordarán los lectores de Viena Directo que, en tiempos de la coalición anterior, se promulgó una ley que permitía las jornadas de trabajo de doce horas. Fue una „flexibilización“ y una „reforma“ como se acostumbra a llamar en ambientes piratas a este tipo de voladuras controladas de los derechos de los trabajadores. Nobleza obliga, se movilizó la izquierda (sindicatos y socialdemocracia) y se convocó una festiva manifestación que (eran otros tiempos) fue multitudinaria y recorrió Mariahilferstrasse hasta la Heldenplatz.

Y yo estuve allí, claro. Llevaba mi fiel Nikon.

Doskozil es un fumador empedernido y, en aquel momento, todavía no le habían operado de la garganta (lleva un rosario de intervenciones, el hombre). Iba por el centro de la manifestación, camisa blanca remangada, sin corbata. Tuve tiempo de observarle un buen rato sin ser visto. Estaba claro que no estaba cómodo y que aquel no era su ambiente. La gente se le acercaba, le estrechaba la mano y él sonreía pero cuando los desconocidos se alejaban, volvía a su inexpresividad o, mejor, a esa expresividad del que tiene unos picores incontrolables y hace lo posible por disimular.

Para relajarse, empalmaba un cigarro con otro y los fumaba absorto, abismado en quién sabe qué pensamientos, sin darse cuenta de las bocinas y los eslóganes.

Sin embargo, como los gatos, Doskozil parece tener un sexto sentido para detectar movimiento en sus inmediaciones, de manera que, cuando yo me acerqué un poco, sus ojos se cruzaron con los míos y luego bajaron a mi pecho, en donde yo llevaba colgada la Nikon. Inmediatamente, fastidiado y como no me podía decir que no hiciera ninguna foto, se escondió el cigarrillo a la espalda.

Como mi ánimo no era molestar y, como niño lector, siento una compasión instintiva por los raros como yo, pasé de largo sin hacer la foto. De reojo vi como Juan Pedro Doskozil disimulando el enojo que le producía en estar en aquella situación en la que se veía que estaba por compromiso (no estoy seguro de que, en el mundo, a Doskozil le importen otras personas que Juan Pedro Doskozil) volvió a fumar con fruición su pitillo.

Doskozil es un hombre siempre alerta. Un hombre que probablemente gusta de que las lealtades a su lado sean claras y poco discutibles y que estén dirigidas a él. Es un hombre que es muy consciente de su carrera y muy consciente de que, en Burgenland, ha alcanzado su techo.

Hace unos meses, quizá recuerden mis lectores que hizo una retirada táctica. Declaró a bombo y platillo que dejaba la política nacional para concentrarse en Burgenland. El motivo era obvio: Pamela Rendi-Wagner, de la que no puede ser más distinto y con la que no era capaz de entenderse, pero a la que en público profesaba (aún) lealtad y disciplina.

Continuará


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