Enamorado de la moda juvenil

Por razones históricas, España tiene cierto complejo de atraso. Sin embargo hay cosas en las que ya podrían aprender los austriacos.

20 de Agosto.- En una de las calles que sale de la Plaza de la Luna, a espaldas de la Gran Vía, está el Otaku Center. El pomposo nombre identifica un pequeño supermercado de publicaciones y merchandising diverso relacionado con el universo Manga y el Anime. Ayer fui con mi sobrina, Ainara, de la que aprendí muchísimo a propósito de este mundo que, hasta ese momento, era desconocido para mí.

Al llegar, delante de la puerta del establecimiento, había una animada cola de adolescentes (y de no tan adolescentes) que charlaban expectantes, pensando en los chismes que se iban a comprar en cuanto tuviesen ocasión (cosas de los aforos impuestos por la CoVid). Con cuentagotas, iban entrando en el local abarrotado, de manera que daba tiempo a observarles con calma.

Después de terminado el proceso de negociación que conlleva siempre ir a comprar con un adolescente, mi hermano, mi sobrina y yo, nos dimos un garbeo por el centro de Madrid. Y, como no podía ser de otra manera, yo caí enamorado de la moda juvenil y me embargó un enorme orgullo, al darme cuenta de que el gentío madrileño es muchísimo más moderno que sus contemporáneos austriacos.

Era un gustazo.

Saqué la conversación con mi hermano, hombre también bastante viajado, y llegamos él y yo a la misma conclusión y es que, debido a los tenebrosos años del franquismo con el aislamiento al que sometió al país, los españoles tenemos „el extranjero“ muy mitificado cuando, en muchas cosas (y esta es una), no tenemos por qué tener ningún complejo. Más bien al contrario.

Ya quisieran los austriacos.

Una de las medidas de la modernidad rabiosa de España es el surgimiento de una ultraderecha que, naturalmente, reacciona contra esa modernidad (ya sucedió, en el largo prólogo de la guerra civil, en los años treinta). Podrán decir mis lectores que en Austria también hay partidos ultraderechistas.

Sin embargo, bajo mi punto de vista de español que mira a España con ojos austriacos, el matiz es muy distinto.

Mientras que la ultraderecha austriaca tiende a perpetuar, más o menos disimuladamente, el sistema ideológico del nazismo, considerando a la nación como una unidad racial y pretendiendo evitar „contaminaciones“ ajenas a la Volk (por ejemplo, mediante la supresión de la inmigración); la ultraderecha española reacciona sobre todo frente a lo que juzgan una perversión de las costumbres, sobre todo sexuales. Quizá por lo que tienen enfrente, la ultraderecha española es ferozmente machista y lucha a brazo partido contra lo que consideran una aberración. O sea: contra un proceso, en este momento transversal en toda la sociedad española, de puesta en cuestión de los roles tradicionales de hombres y de mujeres. Un proceso de puesta en cuestión que empezó hace más o menos quince años con la entrada en vigor del matrimonio igualitario y, sobre todo, con la ocupación por parte del progresismo del espacio ideológico vacío que ha dejado en el centro del mainstream español la Iglesia católica.

La juventud española es ideológicamente efervescente y de su seno no dejan de surgir ideas, de manera que la sociedad española se ha convertido en un laboratorio (en el sentido de espacio de experimentación) del que bullen constantemente nuevos conceptos a propósito de cómo deberían ser las relaciones entre las personas.

Como ha sucedido en todas las épocas, un porcentaje de estos conceptos serán considerados a la larga ideas de bombero y solo quedarán, como siempre sucede, aquellos que hagan la vida de las personas más sencilla y más cómoda.

Al fin y al cabo, el hombre es un animal vago por naturaleza.

En mi opinión, y sobre todo por el empuje de las mujeres, salvo catástrofe grave (por ejemplo, algo como la guerra civil) el proceso de cambio es ya imparable, hasta el punto de que el progreso ha llegado incluso a las cavernas de esos movimientos de reacción y, un poner, a la boda de Hugo y Jimena, que se conocieron -otro poner- en la JMJ, probablemente estén invitados también Carlos y Enrique, casados (por lo civil) y residentes en Madrid, y ni siquiera los votantes más acérrimos de Vox dirán una palabra más alta que otra, salvo las típicas bromas de cuñado pasado de copas en nochebuena.

Pero sin duda, lo más apreciable de este asunto, lo que me parece más digno de conservarse (y que espero que se conserve) es que, merced a la presión de los feministas, en el centro mismo del mainstream español se ha instalado una sana duda que precede a cada acción y que está absolutamente ausente de la sociedad austriaca, en donde abundan los anuncios en los que la mujercita le hace el desayunito al maridito y a los niñitos y a nadie le sorprende.

Esa duda es: esto que estoy haciendo, esto que voy a decir ¿Es machista? Si digo esto ¿Pensará la gente que soy un antiguo, un diplodocus?

Naturalmente, el ultraderechismo ha consagrado ciertas boutades como una especie de nuevo punk. Sin embargo, se ve perfectamente en la sociedad española una repulsa general contra la homofobia, el racismo y el machismo. Una repulsa explícita que está obligando a mucha gente (por suerte) a reconsiderar sus posiciones o, por lo menos, si no las reconsidera, a ser discreta por miedo a la colleja pública.

En fin, que de esto, en Austria, podrían aprender un poquito.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.