Dividiendo a la población

¿Qué tienen en común los abuelitos de Abba y Herbert Kickl ? Mucho más de lo que podría parecer a primera vista.

9 de Septiembre.- Hace unos días, unos amables pensionistas suecos, de esos que uno se imagina achicharrándose al sol en Benidorm hasta ponerse como cangrejos de río, sacaron dos nuevas canciones.

Los pensionistas, claro, no eran unas personas cualquiera, eran ABBA. Las voces de ellas sonaban bastante bien todavía dadas las circunstancias y las de ellos…Bueno, nadie ha sabido nunca muy bien cómo sonaban, así que daba un poco igual. Las dos canciones, sospecho, se han convertido en dos clásicos instantáneos. En poco tiempo, alcanzaron los primeros lugares de las listas. Escuchando una de ellas, que se llama Don´t shut me down, pensaba yo que, aparte de las melodías, impecables, en ABBA se habían trabajado mucho siempre la cosa de las letras.

Por ejemplo, en el estribillo de Don´t Shut me Down :

« I´m like a dream within a dream, that´s been decoded”.

Soy como un sueño dentro de un sueño que ha sido descodificado.

Te pones a leerlo y, en inglés, suena muy bien pero es que, además, suena muy bien porque no quiere decir absolutamente nada. Es como beberse un vaso de agua cuando uno tiene sed.

Cuando alguien como Björn Alvaeus, con ese talento para producir frases que suenan muy bien pero que, analizadas, no quieren decir nada, se dedica a la política tenemos a alguien como Herbert Kickl.

El político ultraderechista, que durante mucho tiempo fue el cerebro detrás de Heinz Christian Strache –la prueba contundente de lo anterior es que, sin él, Strache va sangrando lentamente, de mostrador en mostrador- es un maestro haciendo frases. Frases de apariencia brillante. Eslóganes de afilada eficacia, que él produce con gran facilidad, y que calan sin sentir en los caletres de personas, por lo general, que tampoco brillan por su inteligencia, circunstancia que, en cualquier caso, no le quita nada de mérito a Kickl como spindoctor.

Desde que empezó la pandemia, Herbert Kickl ha puesto todo su talento, que es muchísimo, al servicio primero, del negacionismo ; después de lo que yo llamé « no-es-para-tantismo » y, por último, del antivacunismo.

El Gobierno austriaco anunció ayer la aplicación de medidas muy tibias, muy, muy tibias, al objeto de aumentar la presión sobre las personas que, pudiendo hacerlo, aún no se han vacunado. Este anuncio fue como apretar el interruptor de « on » de « la máquina de ocurrencias Kickl ».

La que más fortuna ha hecho (no es nueva, tampoco) es la de que el Gobierno, intentando incentivar la vacunación de los reticentes, está « dividiendo a la sociedad ». Esta ocurrencia de Kickl ha tenido tanto éxito que se ha convertido en la excusa favorita de todas esas personas que, de pronto, se han quedado sin argumentos. Esa y la de « los vacunados también se contagian y también transmiten la enfermedad ». A nada que uno aprieta y pone encima de la mesa unas cuantas cifras, aparecen indefectiblemente ciudadanos dolidos que le acusan a uno de no respetarles, cuando no de difamarles, y de estar colaborando en la tan cacareada « división de la sociedad ». Una división que existe, naturalmente, pero no entre vacunados y no vacunados, sino entre personas con sentido común y las otras.

Herbert Kickl está jugando sus cartas así porque lo necesita desesperadamente. En el fondo, sabe que su posición al frente de la ultraderecha es muy insegura, porque las bases sobre las que se asienta su liderazgo son muy volátiles. Es nuevo y por experiencia sabe que necesita un éxito. Y el éxito es la relevancia. Que hablen de él. Al precio que sea. En realidad, es poco probable que a la ventana de oportunidad que se ha abierto ante él le quede mucho tiempo. Con un poco de buena suerte, y dependiendo de cómo vaya la vacunación, en otros seis meses la pandemia irá cediendo espacio en las escaletas de los informativos. De hecho, el coronavirus, como tema, ya es un tema amortizado.

Herbert Kickl corre contra el tiempo y está empeñado en una jugada en la que golpear fuerte pero, sobre todo, golpear rápido, es vital. Sobre todo para su propia supervivencia política, que es la cosa que más parece importarle. Él no piensa en términos de bienestar de la mayoría, sino en términos de nicho de mercado. Su olfato para estas cosas, que es tan fino como el de Bjorn Ulvaeus para fabricar la felicidad en forma de pop, le dice que, en Austria, por alguna razón, hay una gran cantidad de personas que no se encuentran cómodas con la idea de vacunarse. Una amplia gama de personas que van desde los burricalvos negacionistas hasta aquellas personas que no tienen cultura científica suficiente para entender y todas esas personas, calcula Kickl, harán lo que sea con tal de librarse de una vacunación que es, digámoslo ya, imprescindible para acabar con la pandemia (lo mismo que lo fue la vacunación contra la polio).

Herbert Kickl sabe que no hay nada que aglutine mejor a una masa de personas heterogéneas que encontrar un enemigo común. Y ese enemigo común es, hoy por hoy, el Gobierno austriaco, brazo de las autoridades sanitarias.

Por eso se dedica a dividir a la población. Él sí. Lo tiene claro: divide y vencerás.


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