Lo que la Reina no puede decir

La reina Letizia va a ayudarnos hoy a entender un poco mejor el juego de la política exterior austriaca. Entre la mujer de Felipe VI y Sebastian Kurz hay no pocas semejanzas.

20 de Septiembre.- Debo de ser de los pocos a los que la Reina Letizia les cae bien como personaje público (no tengo el placer de conocerla personalmente, pero estoy seguro de que en las distancias cortas, Su Majestad gana horrores). Y me cae bien por dos cosas : en primer lugar, porque sospecho que es una persona que todos los días se tiene que hacer fuerza para no dejarse llevar por tendencias muy arraigadas en un carácter de natural inquisitivo e investigador y, en segundo lugar, porque no se esfuerza en ser agradable del modo constipado y distante en que lo fue su antecesora en el puesto, la Reina Sofía.

La Reina tuvo, eso sí, un par de tropiezos al principio. Le costó un poco darse cuenta de que lo que Letizia Ortiz podía decir cuando era una ciudadana normal, no lo podía decir de casada con el (entonces) príncipe Felipe.

En primero de reina se aprende que va en el sueldo el aguantar estoicamente lo que digan de una y que las reinas no se pueden defender de forma directa si se echan un imbécil a la cara, por muy injustas o soeces que sean las acusaciones. Hacerlo supone ponerse al mismo nivel que los insultadores (los cuales, la mayoría de las veces, por no decir siempre, son gente que no merece que le den ese gusto).

Después de algunos tropiezos, acaecidos cuando era una recién casada, Letizia se tragó unos cuantos sapos y se esforzó por ser más comedida (con más éxito unas veces que otras) pero aprendió por lo menos algo que Sebastian Kurz digirió rápidamente : el jefe de la oposición puede decir cosas que le están vedadas al jefe del Gobierno, aunque solo sea porque las palabras del jefe de la oposición no tienen efectos, y las del jefe del Gobierno pesan, a veces de un modo catastrófico.

La oposición austriaca (ala decente), o sea, los socialdemócratas y los Neos, han puesto el grito en el cielo por unas declaraciones de Kurz, concedidas a un periódico francés, a propósito del contencioso (gravísimo y pertinaz) que la Unión Europea mantiene con Hungría y con Polonia.

Un conflicto que previsiblemente traerá como consecuencia que la Unión Europea suspenda las ayudas a la reconstrucción tras la pandemia del coronavirus, a menos que los gobiernos de Budapest y de Varsovia no hagan las gestiones necesarias para que mejore la calidad de la democracia en esos países (muy contaminada por los tics que trae desde Moscú la brisa) y, sobre todo, cese el acoso a las mujeres y a las minorías (especialmente el colectivo LGTBI), acoso que se ha materializado en leyes de claro tinte reaccionario y muy en contra de la legislación general de la Unión.

En ello, la Unión Europea se juega mucho. Especialmente el seguir siendo una de las islas indiscutibles de tolerancia, laicismo y libertades que aún quedan en el mundo.

En sus declaraciones al periódico francés, Kurz ha tratado en lo posible de quitarle hierro a las discrepancias de Hungría y Polonia con la Unión, sosteniendo, de forma más que llamativa y en contra de toda evidencia, que la Unión, en general, y su parte occidental en particular, no se esfuerza lo suficiente en entender el antieuropeismo de los países del este. Ha acusado a Francia, a Alemania, a los ricos países nórdicos, de mirar con condescendencia a los países de la antigua órbita comunista, objetivamente más atrasados y más pobres (no hay más que ver las diferencias de salarios).

La oposición ha acusado a Kurz de estar blanqueando la deriva autoritaria de Orbán y tutti quanti, pero yo creo que hay un motivo mucho más profundo (y mucho más prosaico) para compreder que Kurz canciller intente mantener a flote las relaciones (con Hungría, especialmente) a pesar de que sea más que probable que Kurz persona sepa fehacientemente que Viktor Orbán es un burricalvo con el que cualquier persona decente no querría tener nada que ver.

Pocos países se han beneficiado más que Austria de la expansión de la Unión Europea hacia el este. En las últimas dos décadas, los bancos austriacos han crecido y engordado a base de engullir institutos crediticios de Hungría, de Eslovaquia, de Chequia… Las empresas austriacas exportan tecnología a esos países y la apuesta de la diplomacia austriaca fue la de convertirse en un puente entre el este y el oeste (sobre todo en los tiempos de la anterior coalición, con un FPÖ que estaba locamente enamorado de Putin y sí que sabía cómo se lo iba a decir).

Se trataba de que un país chiquitillo, como es Austria, con relativamente poco peso en la Unión, consiguiese lo que Alemania, con todos sus « minolles » y la placidez de Angela Merkel, no había podido conseguir : eso que ahora se llama soft power. Influencia. En esto estamos.


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