Fernando Aramburu en el Instituto Cervantes de Viena

El Instituto Cervantes de Viena ha iniciado una nueva etapa. Ayer Fernando Aramburu presentó su nuevo libro y, si me acompañan, los lectores de Viena Directo verán hoy algunas cosas que el público de ayer no pudo ver.

24 de Septiembre.- El balcón del despacho del director del Instituto Cervantes de Viena da a la Schwarzembergplatz.

Ayer, a eso de las siete de la tarde, se podía ver desde él la hermosa puesta de sol, ya otoñal, y el panorama señorial de la Ringstrasse, con el aristocrático Hotel Imperial recortado a contraluz.

Alguien que pasase por la calle y hubiera levantado la vista, se habría encontrado en el balcón a tres señores transitoriamente mudos de asombro. A saber: al director mismo, Sr. Martínez-Castignani, al escritor Fernando Aramburu y a este servidor de todos sus lectores. Los tres, admirando el augusto paisaje urbano, prueba inequívoca de que Viena es uno de los lugares más hermosos del mundo.

Nos faltaban apenas unos minutos para comparecer ante un numeroso grupo de personas que se habían reunido en el salón de actos del Palais Wiener von Welten, para asistir a la presentación del nuevo libro de Aramburu: Los Vencejos.

Tras haber levantado acta de los reflejos metálicos que el poniente arrancaba a los raíles de los tranvías (singularmente a los de la línea 71, que para los vieneses son la metáfora del tránsito al otro barrio) el director del Cervantes, Aramburu y yo reanudamos unas bromas destinadas a calmar los inevitables nervios (sanos nervios) que siempre están presentes en ocasiones semejantes.

Por suerte, una vez se sienta uno y se dicen las primeras palabras, el hechizo del miedo escénico se rompe, y uno recupera el dominio de sus nervios.

Así fue ayer.

De todas formas yo, muy consciente de mi responsabilidad, había llegado, como acostumbro, con mucha antelación.

De mis tiempos de cómico aprendí que lo mejor para tranquilizarse es conocer por anticipado el espacio en el que uno va a trabajar.

Además, no hay visión más sedante que la de un patio de butacas vacío. Será, a lo mejor, porque uno tiene la sensación de que la cosa, sea lo que sea, tiene todavía remedio y que, si uno quiere, puede coger las de Villadiego y no parar de correr hasta llegar a Baden.

En la cabina de los intérpretes estaba Cristina, una correctísima joven. Solo verla daba aplomo y tranquilidad. Subí a saludarla y estuvimos charlando un ratito.

El acto de ayer, además de por la presencia de Fernando Aramburu, tenía la importancia de que era el primero de una etapa nueva que el Instituto Cervantes ha iniciado y de la que, modestamente, tengo la dicha de participar en tanto que miembro del nuevo equipo de moderadores.

Además, a partir de ahora, todas las actividades que se organicen en el Palais Wiener von Welten contarán con traducción simultánea español-alemán, al objeto de que también puedan acercarse a la cultura española los que tengan la lengua de Hansi Hinterseer por idioma materno.

Poco tiempo más tarde, llegaron Fernando Aramburu y el director del Cervantes con sus respectivas esposas. Hubo una pequeña reunión en el despacho del director, durante la cual aprovechamos para romper un poco el hielo.

Le expliqué a nuestro escritor un poco por encima lo que traía preparado, tratando muy especialmente de que confiara en mí (cuando uno está delante de una concurrencia de cien personas, por mucha experiencia que se tenga, y aunque Aramburu tiene muchas tablas, siempre es tranquilizador saber que uno tiene al lado a alguien de fiar).

Por cortesía elemental, le pregunté si había algún tema en particular del que le apeteciera hablar o, por el contrario, algún punto que prefiriese que no tocáramos. Él se mostró, afortunadamente, muy abierto.

-Yo contesto a lo que me pregunten -fue su regocijada respuesta.

(Y yo pensé: gracias a Dios porque, si no, buena la habríamos hecho).

Se acordó que hablaríamos de Los Vencejos, naturalmente; también de poesía (una faceta de la obra de Fernando Aramburu quizá no tan conocida) y, por curiosidad mía personal (curiosidad que esperaba que compartiera el público) de la circunstancia de que Fernando Aramburu vive en Hannover desde hace más de treinta años y de cómo esto ha influido en su obra y en su manera de ver el mundo.

Poco antes de que empezara la charla llegó la Sra. Embajadora con su esposo, para saludar al ilustre invitado.

Luego, como contaba más arriba, nos quedamos a solas. Fueron pasando los minutos. Yo me di cuenta de que no tenía reloj de pulsera (controlar el tiempo es muy importante, en estos casos). Se acordó un sistema de señales.

Con el público ya sentado, abrimos la puerta. Nos esperaba el técnico de sonido, que „nos cableó“. Pasamos a la sala. El respetable nos observaba, expectante (ese suele ser el pico de los nervios). 

Abrió el acto el Sr. Director y, tras las presentaciones, empezó la charla. Fue, en general, fluida.

Mientras hablábamos, yo estaba concentrado en que no bajara el tono del contenido mismo y en ir cubriendo las „estaciones“ que nos habíamos marcado, pero también estudiaba atentamente el lenguaje corporal del invitado y  el de la parte del público que veía con el rabillo del ojo.

En cierto modo, una vez se coge experiencia, es como cocinar un guiso. Conforme los ingredientes se cuecen uno puede ir corrigiendo esto o lo otro. El cocinero mira ciertas señales, el presentador de un acto tiene que estar muy atento a otras (las toses, por ejemplo o el movimiento de los culos en las sillas; parece una tontería, pero cuando la gente está atenta ni tose ni se mueve mucho).

Llegar a la meta, en este caso al „vino español“ fue un alivio, como siempre que se sale con bien de algún empeño. Fernando Aramburu estaba sonriente (y, felizmente, se le notaba que la charla le había sabido a poco y no se le había hecho larga). El publico, también estaba contento.

(El presentador, tranquilo).

El día 7 de octubre, se presentará, con asistencia del autor, el libro de Julián Casanova „Una violencia indómita“. Será a las siete de la tarde.

Esta vez, lo disfrutaré cómodamente, sin pasar las fatigas del debú, entre el público. No os olvidéis de reservar la fecha.


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