Los líderes mundiales están reunidos en la COP 26 tratando de arreglar el asunto del clima ¿Qué podemos hacer nosotros aquí, en Austria, para tratar de amortiguar el desastre?
2 de Noviembre.- En estos momentos, la Humanidad se está jugando su futuro.
Resulta innegable, con los datos en la mano, no solo que el cambio climático ha dejado de ser una teoría, sino que ese cambio climático, incuestionablemente provocado por el ser humano está ahí y se está acelerando.
Los líderes mundiales reunidos en Glasgow en la COP 26 están tratando de conciliar un imposible: por un lado, tratar de contentar a las fuerzas cortoplacistas y ciegas que conducen al planeta hacia el desastre, aquellas que defienden el utilizar los recursos como si fueran eternos y la ficción (contraria a cualquier evidencia empírica) del crecimiento eterno. Por otro lado, la evidencia científica. La advertencia, respaldada por estudios muy solventes, de que, si no hacemos nada, pronto, muy pronto, será tarde.
Naturalmente, como sucede siempre, lo más difícil de romper son las inercias. Las fuerzas que pretenden que no pasa nada, son poderosas y han puesto en marcha su poderosa máquina de desinformación.
Una máquina de desinformación que utiliza mecanismos muy parecidos a los que llevan utilizando casi dos años los negacionistas del coronavirus.
NEGACIONISTAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO Y NEGACIONISTAS DEL CORONAVIRUS: VIDAS PARALELAS
Los negacionistas (del coronavirus), lo recordarán los lectores de Viena Directo, empezaron diciendo que el coronavirus no existía. Igualmente, hace unos años, los negacionistas del cambio climático empezaron negando que ese cambio existiera. Los negacionistas del cambio climático tienen varias versiones de esto. Una dice que el aumento de la temperatura de la tierra es un proceso natural, que se ha dado a lo largo de la historia del planeta otras veces y que podemos seguir quemando combustibles fósiles como si no hubiera mañana, porque esa quema no influye en el cambio climático. Los menos sofisticados de los negacionistas dicen que, simplemente, los datos de los científicos están equivocados (y probablemente añadirán que ellos en internet han encontrado unos datos que demuestran que la tierra es plana, que Elvis está jugando a las cartas con Hitler en las Maldivas y que el coronavirus no es más que una gripe de toda la vida).
Cuando aparecieron las vacunas, el negacionismo tuvo que darle una vuelta a su narrativa. Sutilmente, el gran río de descerebrados se fue dividiendo en varias corrientes: estaban los antivacunas que podríamos llamar clásicos. Estos eran los antivacunas que ya desde antes de la pandemia lo eran.
En Austria solían responder a ese tipo de personas que, incluso teniendo unos ciertos estudios, eran partidarios de brebajes como la homeopatía (perfectamente inútiles) y proselitistas de un cierto concepto, generalmente analfabeto desde el punto de vista científico a “lo natural”.
Luego estaban los antivacunas que respaldaban sus teorías con películas de terror y fantasías animadas de ayer y hoy. Aquí, el gusto por el susto ha dado muestras de la infinita inventiva del ser humano. Desde la famosa teoría del chip hasta los tumores que crecen incontrolablemente, pasando por las malformaciones genéticas o la fertilidad o lo que tocara en cada momento.
Por último, estaban los partidarios (quizá los más estúpidos y cerriles de todos) de “dejar trabajar al sistema inmunológico”. Estos últimos son una mezcla entre los analfabetos del primer grupo (partidarios de confusas teorías naturales y del retorno a la Pachamama) y de los analfabetos del grupo número dos (no queremos vacunas, nos dan miedo, luego el único recurso que nos queda son los glóbulos blancos).
En la narrativa contra el cambio climático estamos exactamente en este punto.
Los negacionistas (o “no es para tantistas”) del cambio climático han llegado al punto que alcanzaron los negacionistas del coronavirus cuando se transformaron en antivacunas.
Dado que el cambio climático con origen en la actividad humana ya no se puede negar, los negacionistas han decidido propagar el derrotismo, la inacción. Con distintos matices. Los hay de “no hagamos nada, porque no servirá para nada de todas formas” hasta el “no hagamos nada porque no va a servir para nada y porque nos obligará a volver a vivir como en 1492 y la Humanidad se merece algo mejor que eso”.
¿Es verdad? Con los datos en la mano, no. Es cierto que, según los informes más autorizados, por ejemplo el de la Agencia Internacional de la Energía (Cero Emisiones Netas en 2050), solo un 4% de las emisiones de gases de efecto invernadero, se deben a la acción individual, pero también dice que el 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero se deben a actividades relacionadas a nuestros hábitos como consumidores.
QUÉ PODEMOS HACER NOSOTROS
¿Qué podemos hacer nosotros, personas que vivimos en Austria, para tratar de amortiguar las consecuencias de un cambio climático que ya está en marcha?
Pues mucho: empezando por votar a aquellos políticos que se tomen el cambio climático en serio y que incluyan en sus programas electorales medidas concretas contra él.
Después, utilizar los recursos con cabeza. Reciclar, queridos lectores, ya no debe ser el objetivo. El objetivo debe ser acostumbrarse a no consumir si no hace falta.
La pandemia nos ha demostrado que podemos vivir con muchísimas menos cosas de las que pensábamos. Estuvimos tres meses sin comprar cacharros o ropa y no pasó absolutamente nada.
Tenemos que educarnos para entrar en una tienda, mirar un trasto cualquiera y, antes de pasar por caja, hacernos preguntas. Por ejemplo:
-¿Lo necesito de verdad?
-¿Qué vida útil va a tener este chisme?
-¿Se puede reparar si se estropea?
-¿Cuánto gasta?
-¿Es de buena calidad? (las cosas de buena calidad son un poco más caras pero son más eficientes y más ecológicas porque duran más).
Mi truco, y lo comparto con mis lectores, por si les sirve, es este. Pienso en mi abuela María, que era una señora muy austera y le pregunto: abuela ¿Te comprarías tú esto? Dependiendo de la cara que ponga mi abuela, lo cojo o lo dejo en el anaquel.
Eso incluye, aunque no solo, utilizar la energía con sentido común para que su uso sea más eficiente y menos dañino para el planeta. Aislar las casas, por ejemplo y optar por formas de producción de energía limpias y renovables y, si se puede, por el autoconsumo.
En los últimos años, la energía solar ha reducido costes de una manera tal que ya es más barata que la energía de combustibles fósiles.
También podemos dejar de usar el coche si no hace falta y sustituirlo por otros medios de locomoción. Por ejemplo, los propios pies de uno o las bicis. No solo gana el medio ambiente, gana nuestra salud también. Y como no se puede ir en bici a todas partes, hay que utilizar el transporte público y votar a políticos que lo construyan y amplíen la red.
En contra de lo que dicen los negacionistas del cambio climático, o los no es para tantistas, luchar contra el desastre es posible, se debe y se puede hacer, es productivo y no nos va a llevar al siglo XV. Vivir con menos no quiere decir vivir peor, sino vivir sin lo superfluo.
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