Alexander van der Bellen, el Bundespresi que no para

El Bundespresi Van der Bellen se dirigió ayer a los austriacos y hoy ha empezado a reunirse con los nuevos ministros. Esto es lo que dijo ayer y lo que les ha dicho hoy.

4 de Diciembre.- A veces me gusta imaginarme que hay un grupo de guasap de presidentes de la República austriaca (bueno, como todos los que llegan al cargo son señores de una cierta edad, tiene que ser un grupo muy chiquitillo) y que en ese grupo, en el que ahora están solo Fischer y Van der Bellen, se dan diálogos en los que el segundo le dice al primero que qué potra tuvo, que le tocó ser presidente en una época guay, que a él (a VdB) cuando se metió a Bundespresi, le contaron que era un trabajo que estaba „chupao“, que lo más peligroso que podía pasarle era romperse el dedo gordo del pie si se le caían as tijeras de inaugurar cosas o hacerse un esguince cuando, en el „día de la austrianidad“, estuviera pasándole revista a las tropas.

!Pobre Van der Bellen!

El angelico ha tenido mala suerte desde el principio.

Primero, enfrentándose a un candidato tróspido (bueno, él no, sus votantes) que le hizo repetir la campaña electoral primero y las elecciones después. Luego, el tener que enfrentarse a la entrada de la ultraderecha en el Gobierno y navegar por las procelosas aguas de un pacto en el que, como luego se ha demostrado, había gente con la que no se podía ir ni a comprar cien gramos de jamón de York.

Después el escándalo de Ibiza, pasar el trago de que el Gobierno te salte por los aires, tener que echar, por primera vez en la Historia, a un Ministro de su cargo (Kickl). La primera canciller de Austria (la canciller cervecilla). Nuevas elecciones, luego la pandemia, luego que le pillaran después del toque de queda. Después de la pandemia, la repandemia, después de la repandemia, la dimisión de Kurz por corrupción; luego el canciller que hace chás y aparece a tu lado y luego vuelve a hacer chas y desaparece de tu lado (Schallenberg)…Y él, siempre con esa paciencia, y ese paternal buen humor y ese puntito de cachondeo en su cuerpo.

Ayer por la tarde, como ya viene siendo una tradición que, estoy seguro, a él le gustaría enterrar de una vez, el Presidente de Esta Pequeña República, el enorme Alexander Van der Bellen, se dirigió „a las austriacas, a los austriacos y -muy de agradecer- a la gente que vivimos aquí“.

Y empezó poniéndole buena cara al mal tiempo, haciendo bromas sobre la situación. Diciendo que a él también le habían dado risa los chistes de los periódicos (o sea, riéndose por no llorar) pero que había que ponerse serio, que si bien el Partido Popular austriaco estaba en su perfecto derecho de poner de canciller a quién le petara, tampoco había que perder la perspectiva, que el Partido Popular, de lo que tenía obligación de ocuparse, era de Esta Pequeña República.

Que estamos todavía en mitad de la pandemia. Que estamos en un confinamiento.

Que un poquito de porfavor y que vamos a ver si nos ponemos.

Van der Bellen enumeró (again) todos los retos a los que se enfrenta este país. Que no son pocos. Aparte de la pandemia, la crisis climática, y tantas cosas, tantas cosas.

Y, sin nombrarla, también habló de la vacuna obligatoria.

Le recordó al Gobierno que su obligación era „tomar medidas necesarias para el bien común del país, aunque esas medidas pareciesen impopulares“.

Que el Gobierno tiene que pensar en el bien del conjunto del país y que su misión primordial era restaurar la confianza del pueblo en sus instituciones y que eso solo se hace nombrando a gente competente para los cargos y trabajando duro y con eficacia.

Dios le oiga.

También anunció que, como ha estado haciendo hoy, iniciaría conversaciones con los nuevos ministros designados para trasladarles estas inquietudes suyas para que, en cuanto se produzca la jura de los nuevos mandatarios (será el lunes, probablemente) se puedan poner a trabajar sin más pérdida de tiempo.

A ver si es verdad.


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