Bocados de realidad

Ayer por la tarde, en una protesta negacionista, uno de los manifestantes se lió a mordiscos con un policía. Veamos lo que esto nos enseña.

13 de Enero.- Uno de los mayores éxitos de la opereta austriaca se llama Der Vogelhändler (El vendedor de pájaros). Lo escribió un caballero llamado Carl Zeller y, desde su estreno, fue un auténtico bombazo. La música de Zeller es pimpante, dulcecita lo justo y, una vez traducido el libreto, fue tarareada a todo lo ancho y largo del mundo de la Belle Epoque.

(Yo me la sé de memoria, porque es la banda sonora de mis viajes en coche).

El Sr. Zeller, perillita y monóculo, que hoy espera la resurrección de la carne en su tumba de honor del Zentralfriedhof, nació en una localidad de Baja Austria, Sankt Peter an der Au, que hoy pertenece a la comarca de Amstetten.

El pueblo tiene actualmente un poco más de cincomil habitantes (datos de “Güiskipedia”) y lo gobierna una sólida mayoría conservadora (ÖVP). Tres de los veintinueve concejales que deciden sobre los destinos del pequeño pueblo los pone la extrema derecha.

Por lo general, el pueblo, fundado en el siglo VII por un oscuro personaje llamado Egino (von Owe, de los von Owe de toda la vida) debe de ser un sitio tranquilo, tirando a muermo. Uno de esos sitios por los que no suele pasar el tren expreso de las noticias. Ayer por la tarde, sin embargo, unas cien personas se congregaron frente al castillo de la localidad, el que presumiblemente debió de servir de morada al bueno de Egino, en una manifestación de la cual no habían dado parte a la autoridad competente (como es obligatorio hacerlo siempre).

Los manifestantes protestaban a causa de las medidas del Gobierno para atajar la pandemia del coronavirus.

Cuando la policía tuvo conocimiento de la concentración ilegal, se personaron en la localidad unos cuantos agentes que procedieron, como es su obligación, a controlar si la gente llevaba mascarillas o no.

(Obvio que no llevaban).

Esta acción sirvió para que los manifestantes empezaran a ponerse agresivos. Los policías detuvieron a una mujer y ahí se armó Troya. Los manifestantes rodearon a la policía para intentar evitar que se llevasen a la detenida y solo a fuerza de fuerza consiguieron los agentes del orden ponerla a buen recaudo.

Uno de los manifestantes, de cincuenta y un años, residente en Steyr, incluso la emprendió a mordiscos con uno de los agentes, de manera que fue necesario reducirle primero y detenerle después, para conducirle al juzgado de Sankt Pöllten, en donde estuvo retenido durante un espacio de tiempo corto.

Siete personas más fueron denunciadas por no llevar mascarillas y otras cuatro por comportamiento agresivo con las fuerzas de la autoridad.

Se investiga también a los manifestantes por un delito de banalización del holocausto. Durante la manifestación se proyectó sobre los muros del castillo un texto en el que se comparaban las medidas contra el coronavirus con la persecución de los judíos durante el nazismo y, lo mismo para despistar, también con la opresión autoritaria del comunismo.

Tengo que reconocer que, como observador (y después “contador”) de las noticias austriacas mis sentimientos a propósito de noticias como esta son contradictorios.

Por un lado, entiendo que darle espacio a este tipo de noticias (las manifestaciones de los sábados, por ejemplo) es darle también un altavoz a determinada gente que no se lo merece en absoluto.

Por otro lado, entiendo que resultan de un gran valor desde el punto de vista sociológico y más allá incluso de la información a propósito de la pandemia.

Creo que tienen un valor sociológico innegable. Estoy convencido de que estas personas, si no hubiera existido la pandemia, se hubieran manifestado lo mismo por otra cosa. Es más: creo que cuando la pandemia cese (que cesará, incluso antes de lo que pensamos) el problema de y con esta gente seguirá ahí. La pandemia ha acelerado determinados procesos que ya existían pero que estaban disimulados, latentes, esperando a manifestarse. Estas personas protestan porque no tienen herramientas para entender un mundo de una complejidad creciente. Esa incapacidad para entender el mundo en el que viven, para poder adaptarse a él (sería interesante saber sus profesiones y su caducidad, desde el punto de vista de la digitalización) hace que aumente su nivel de agresividad.

Quieren volver al pasado. Piensan que pueden detener el tiempo, volver a 2020. Pero cuando la pandemia termine (que va a terminar antes de lo que todos pensamos) ese mundo ya no estará ahí.

El nuevo mundo, complejo, tecnológico, difícil de interpretar, ha llegado para quedarse.


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