Mundo, demonio y (mucha) carne

¿Comen los austriacos mucha carne? Echemos un vistazo a las cifras (se aconseja tomar Biodramina antes de consumir este post).

13 de Enero.- En estos días no se habla de otra cosa en España. Uno de los ministros del Gobierno, Alberto Garzón, en una entrevista concedida al diario británico The Guardian, habló a propósito de las „macrogranjas“ y del problema que supone para el medio ambiente la ganadería industrial, en términos de cambio climático, contaminación y, por supuesto, sufrimiento de los animales.

Yo no soy vegetariano (ni lo quiero ser), pero me he propuesto comer (mucha) menos carne de la que como. En primer lugar, por salud. Comer carne en las cantidades en que lo hacemos (ahora me extenderé sobre este tema) no es sano. Se ponga la industria como se ponga. Y segundo, naturalmente, por el planeta.

La producción de carne es uno de los sectores industriales más dañinos para el medio ambiente.

Y tercero, y no menos importante, para evitar en lo posible el sufrimiento animal. No solo en el acto de la misma muerte de la res, o del pollo o de cualquier otro bicho que comamos, sino también durante el transporte.

Una de las cosas de las que me di cuenta cuando llegué a Austria es que aquí, sobre todo por hábitos culturales, se come muchísima carne. Unas cantidades insensatas. No es exagerado decir que para los centroeropeos, la carne y sus derivados es lo mismo que para los mediterráneos el pan. Parece que si no comen carne no han comido.

La carne es, además, muy barata (demasiado) y es un componente fundamental de la dieta de las personas con menos nivel adquisitivo (también es un componente fundamental de la dieta de las personas con menos nivel académico).

Cifras cantan: en España, el consumo medio de carne por persona (Ministerio de Agricultura, pesca y alimentación) es de 49,86 kg de carne. O sea, lo que viene pesando un niño de diez años. Si te parece mucho, verás esto: el consumo medio de carne de un austriaco es de 60 Kg y medio de carne por persona y año (lo que viene siendo una mujer adulta de estatura media). La Organización Mundial de la Salud recomienda un consumo medio de carne por persona de 21 Kilogramos al año. Mucho menos de la mitad de lo que comemos.

La producción de carne es, además, un saqueo salvaje del planeta en cuanto a recursos. Para producir un kilo de carne de pollo se necesitan tres kilos trescientos gramos de alimento para el animal. La cifra se dispara si queremos producir un kilo de carne de vaca. Para que te puedas comer un filete con tu santito/a, hay que echarle de comer a la vaca 25 kilos de comida. En la ganadería industrial esa comida suele ser soja modificada genéticamente que se importa de Sudamérica generalmente (por cierto, para poder cultivarla no solo hacen falta ingentes cantidades de agua, sino que también hay que destruir la Amazonia). Todos los años, los animales criados en granjas austriacas „se meriendan“ siete millones de toneladas de alimentos.

En Austria se matan todos los años noventa y nueve millones de animales (solo en pollos, 83,4 millones). Más o menos dos veces la población de España en bichos.

En Austria, varios millones de bestias se importan todos los años desde los países vecinos (los cuales, por cierto, no siguen los relativamente clementes sistemas de producción austriacos) solamente para ser matadas.

Las cifras resultan también mareantes si nos ponemos a mirar la huella de carbono de la producción cárnica.

La producción de un filete de 200 gramos arroja al medio ambiente más de cinco kilos de dióxido de carbono.

Para poner las cosas en perspectiva: la producción de una manzana influye en el cambio climático con solo 20 gramos de dióxido de carbono.

Más de la mitad de las emisiones de carbono de la agricultura austriaca se deben a la producción de carne. Este montante se cifra en 12,5 millones de toneladas de dióxido de carbono.

El tráfico rodado (otra fuente brutal de emisiones) emite 12 millones de toneladas de dióxido de carbono.

Por no hablar de las ingentes cantidades de residuos (los famosos purines) que son enormemente contaminantes.

Otro problema que relaciona salud y consumo de carne y que se suele pasar por alto es que, cuando nos comemos un filete industrial, nos estamos „medicando“ sin darnos cuenta. En las granjas industriales, en las cuales los animales viven, con frecuencia, hacinados, se les administran de forma perventiva ingentes cantidades de antibióticos (más de setenta millones de toneladas todos los años).

A medio plazo -ya está pasando- este consumo masivo de antibióticos está llevando a que las bacterias se vuelvan resistentes a los antibióticos.

La alternativa pasa por cambios de hábitos. Por reducir el consumo de carne hasta unos límites dentro de lo razonable (21 kilos supone comer carne una vez o dos a la semana y no más), por hacer que la carne cueste en el mercado lo que vale producirla -o sea, cara- para desincentivar su consumo (no como ahora, que la presión de las grandes superficies hace que muchas veces las grandes empresas ganaderas produzcan a pérdidas o con márgenes pequeñísimos).

Nuestra salud, el planeta y el bienestar animal nos lo agradecerán.


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