Asistencia dental urgente en Viena

La aventura de conseguir asistencia urgente cuando uno tiene un problema dental en Viena. Escarmentará el lector en dentadura ajena y, con un poco de suerte, igual se echa unas risas.

25 de Enero.- érase una vez un hombre de unos cuarenta y tantos que esta mañana se ha levantado para ir a trabajar. Dicho hombre, antes de hacer sus abluciones cotidianas (que si micción, que si ducha, que si lavado de piños) se ha tomado, medio inconsciente, una pastilla que su cuerpo necesita. Di que al ingerir la píldora con su correspondiente agua, dicho hombre se ha dado cuenta de que se le calaba un diente.

¡Sapristi! -ha dicho y se ha palpado en el lugar de la caladura, para darse cuenta de que, donde hasta ayer por la noche tenía un empaste, hoy tenía un “bujero” del tamaño de una legumbre.

Nuestro hombre no ha necesitado pensar mucho para darse cuenta de que tenía que poner remedio al desaguisado de forma urgente.

-No se puede ir por la vida con semejante orificio extra y más en un diente.

Total, que ha decidido ir al dentista.

CUARENTA Y CINCO MINUTOS NADA MÁS, CUARENTA Y CINCO MINUTOS NADA MENOS

Al llegar a su clínica dental habitual (por desgracia) se ha dado cuenta de que estaba cerrada (otra desgracia) y que abría en cosa de tres cuartos de hora. Ante la perspectiva de quedarse cuarenta y cinco minutos en la calle, este hombre de cuarenta y tantos se ha acordado de que un amigo suyo había abierto recientemente una consulta en donde repara las miserias dentales de la población y se ha dicho:

-Bueno, para llegar a la consulta de A. tengo que atravesar Viena con el 13 (es el único trece que trae suerte). Según Google, unos veinte minutos. Si me arregla el diente pronto, igual gano tiempo.

Dado que nuestro hombre tiene el sentido de la orientación de una cabra en un garaje, hay que decir que casi no le ha costado nada llegar a la consulta “del su amigo”. Al entrar, ha escuchado el inconfundible sonido del torno mediante el cual el dentista estaba limando una pieza de la boca de algún otro infortunado.

Una asistente gordita, no muy amable y con una cicatriz en el cuello delatora de que le faltaba la glándula tiroides, le ha salido al paso.

-Buenos días, qué desea.

-Mire usted, es que se me ha caído un empaste y necesitaría que el doctor A. me hiciera un apaño.

-Tiene usted cita? -la pregunta fatídica.

-No, no la tengo.

-Pues entonces el doctor A no le puede hacer dicho apaño.

-Pero señorita sin tiroides, no querrá usted que vaya yo por el mundo con un enorme agujero en un molar.Podría coger una infección que no “me se” quitaría ni con Ivermectina.

-Ah, se siente. Aquí, en esta consulta, somos rigurosísimos y solo apañamos piños de personas con cita.

-Ay, qué desgracia, señorita.

-Quiere usted una cita o no quiere usted una cita? Que me está tocando ya lo que no suena.

-Deme usted la cita, qué vamos a hacerle.

-Para dentro de dos semanas como muy pronto.

-¡Señorita!

-Lo toma o lo deja, pero en esta consulta somos muy rigurosos y…

-Etcétera, etcétera. Ya. Bueno, pues deme la cita.

Nuestro hombre, mohíno, abandonó la consulta del su amigo, sin poder hablar con el su amigo y contarle sus cuitas (medio por el que quizá hubiera conseguido que “le colase”).

TERCER INTENTO

El mapa de Google decía que había, a doscientos metros escasos, otra clínica dental.

El hombre, la ha localizado. Paredes pintadas de color crema. Sofás. Los de los palcos aplaudan, los de las primeras filas, agiten sus joyas.

(Esto es lo que pasa cuando uno tiene malos dientes, que cualquier cosa te sale por un pico).

La recepcionista (simpática esta vez, pero más sorda que el ancla del Titanic) le ha vuelto a preguntar.

-Tiene usted cita?

-No, señorita, sólo un orificio en un molar.

-Pues entonces nada. Pero si quiere puede usted ir a slkdufoineofnöasoe

-A dónde? -la muchacha ha sacado la cabeza de detrás de la mampara de metacrilato que la protege de los esputos ajenos.

-A la clínica universitaria. Tienen un ambulatorio para urgencias.

-Pues lo haré. Pero escríbame la dirección, que yo soy, aparte de torpe, más bien extranjero y del siglo pasado y sin un papel no me apaño.

-De mil amores.

LA CLÍNICA UNIVERSITARIA

El hombre de cuarenta y tantos, se ha encaminado a su cuarto dentista del día, sito en el antiguo hospital general de Viena (Altes AKH), Sensengasse 2A.

El edificio es mastodóntico y nuestro hombre ha pensado “de aquí no salgo yo hasta que Putin se retire de Ucrania”.

Con este pensamiento optimista se ha acercado al mostrador de la recepción en donde le ha atendido una señora de una cierta edad que le ha tratado como si fuera su madre. Tan amable ha sido, tan risueña, tan…Tan…Tan todo, que el hombre ha estado a punto de saltar el mostrador y darle dos besos. Por suerte, las medidas antipandemia han evitado que el hombre diera este espectáculo.

En primer lugar le han hecho una radiografía en cinemascope y después le han indicado el sitio en donde debía esperar que le atendieran.

El lugar es limpio, pintado de blanco y sumamente acogedor. Una versión modernizada del antiguo hospital del siglo XVIII, con sus amplias bóvedas históricas. El caballero de unos cuarenta y tantos ha sido atendido por un doctor algo serio pero sumamente competente y amable, al que asistía un aprendiz de dentista.

(¡Quién sabe! -ha pensado el paciente para sí- igual algún día, pequeño saltamontes, me exprimirás la cuenta corriente desde tu propia consulta!)

Este pensamiento le ha llenado de ternura.

El chaval, que hubiera podido ser su hijo, mientras el profesor iba y venía ocupado en otros quehaceres, ha examinado los piños del paciente y la radiografía con la misma curiosidad de un entomólogo.

-Las muelas del juicio, se las han quitado, verdad?

-Sí, hijo, sí. Tú no habías nacido cuando una colega tuya, en España, me las extirpó.

Fuera, en los desnudos árboles de los jardines del AKH, hospital en donde el doctor Semmelweis salvó tantas vidas, los cuervos saltaban de rama en rama.


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