Ganar la guerra desde el salón de tu casa

Todos los días nos despertamos con imágenes espantosas de una guerra estúpida, cruel y sangrienta, sin embargo no hay que perder el optimismo. De esta catástrofe puede surgir -está surgiendo- algo muy bueno y duradero.

4 de Marzo.- Desde hace algo más de una semana, todos los días nos despertamos con imágenes espantosas de ciudades arrasadas, de personas que huyen de una guerra que todos creíamos imposible a estas alturas de la Historia de Europa.

Estos días todos estamos intentando digerir la manera brutal en la que el futuro se está construyendo delante de nuestros ojos.

Los que ya tenemos una edad, nos acordamos también de otros instantes históricos en los que la Historia pareció poner el pie en el acelerador y los relojes, de repente, envejecieron. Tratamos de rellenar el vacío que se extiende ante nosotros, la incertidumbre, con palabras. Todos tendemos a pensar, como decía Emmanuel Macron ayer, que “lo peor está por llegar” pero quizá, dentro de toda esta barbarie, haya un pequeño rayo de esperanza.

Ese rayo de esperanza, queridos lectores es, como siempre ha sucedido a lo largo de la Historia, la inteligencia humana.

En este momento, los acontecimientos están obligando a las mejores cabezas del planeta, la mayoría situadas del lado del bien, a pensar a toda velocidad y quizá esta horrible guerra, la espantosa tragedia que supone, sea también, como sucede siempre, una oportunidad de hacer las cosas mucho mejor de lo que las hacíamos. Con más valentía, de forma más radical.

La invasión de la república de Ucrania por parte de un enemigo muchas veces más fuerte, pero no necesariamente más listo, es una guerra del siglo XX. Como Vladímir Putin. Pero nosotros vivimos en el siglo XXI. Esto, que puede parecer una obviedad, marca también la diferencia. Vladímir Putin es el pasado. A pesar de lo que él quiere creer, es el representante de un mundo que se extingue, pero que se resiste a morir. Es el mundo de los combustibles fósiles. Es el mundo del petróleo.

Una de las maneras de desactivar el poder que Vladímir Putin tiene en el mundo es reducir la dependencia energética que ha engordado al monstruo. Y nosotros, los consumidores, queramos o no, vamos a tener que ponernos a la tarea más pronto que tarde porque esta guerra promete ir a durar (mucho) y aunque este invierno se está terminando, el próximo llegará (si Dios quiere) y volverá a hacer frío en Europa.

Antes de la guerra, Austria se encontraba sumida en una “revolución verde” que muchos veían con escepticismo, pero que no solo es buena para luchar contra la catástrofe climática que se cierne sobre nosotros (no he tenido tiempo de comentar aquí cómo afectará a Austria el escenario que predice el último informe del panel de expertos de la ONU) sino que también reducirá la dependencia de Esta Pequeña República de los combustibles fósiles y, por lo tanto, el chantaje de los líderes que los usan.

Los ciudadanos del siglo XXI tenemos que ser conscientes de que, como consumidores, nuestras acciones cotidianas cuentan. Y mucho.

Por ejemplo: bajar el termostato de la calefacción 1 grado, de 22 a 21, podría ayudar a la Unión Europea a reducir en un tercio las importaciones de gas ruso. A parte de ahorrar una millonada, se reduciría la dependencia.

Otra esfuerzo en la misma dirección que ya había empezado antes de la guerra (y en el que Viena es pionera) es aislar las casas para mejorar su eficiencia energética. Aunque parezca mentira, el calor (y, por lo tanto, la energía) se desperdicia debido a unos sistemas de aislamiento antiguos y obsoletos.

También podemos insistir en que la Unión en general y Austria en particular, se concentre en el uso y la explotación de energías renovables, como la biomasa, la eólica o la solar.

Podemos todos en nuestra casa sustituir las viejas calderas por nuevos equipos de bombas de calor, más eficientes.

Ya en diciembre de 2021, la Comisión Europea anunció la intención del continente de acudir a fuentes de energía como el hidrógeno “verde”. Los planes aún son tímidos, pero como ciudadanos tenemos que exigirles a los políticos que trabajan para nosotros que dejen de serlo.

Por último, me gustaría insistir en otra cosa: debe convertirse en una idea arraigada en la conciencia colectiva que los recursos (los energéticos, pero todos los demás también) son escasos y, en muchos casos, finitos. No se hará nunca bastante énfasis en la sostenibilidad, en la necesidad del reciclaje, la reutilización, la economía circular, la eficiencia, el ahorro (o mejor, la evitación del despilfarro innecesario) y la distribución más eficaz de los recursos, por ejemplo, el transporte.

Quizá Vladímir Putin, ese hombre blanco, hetero del siglo XX, tenga las armas pero nosotros, que somos ciudadanos del siglo XXI, tenemos las neuronas.

Es hora de demostrárselo.


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