Dejadme volver, ahí fuera hace frío

Un político austriaco ha publicado un libro en el que promete revelaciones sobre “el lado oscuro” de la política. Veamos quién es.

12 de Octubre.- Una de las cosas fantásticas de las democracias es que todo el mundo es sustituible, recambiable. Incluso personalidades como Angela Merkel o, antes, Winston Churchill o, en Austria, Bruno Kreisky. Todos los políticos de una democracia son exactamente igual que un producto pensado para ser vendido: nacen a la vista del gran público, son consumidos, se gastan y, pasado el tiempo, desaparecen sustituidos por otros.

Cuanto más perfecta es una democracia (y, en el mundo, desgraciadamente hay pocas de estas) más engrasado está ese proceso. Austria, sin haber perdido esa agradable cualidad del todo, era así. Pruebe el lector a contar cancilleres hacia atrás. De los más recientes uno se acuerda, pero conforme se va alejando en el tiempo -pongamos a cinco años vista- la memoria se va perdiendo y uno empieza a adentrarse en un algodonoso olvido.

Naturalmente esto, que es fantástico para la colectividad, porque no hay nada peor que ese culto al “hombre providencial” o al “caudillo” que elimina la necesidad de pensar pero que nos deja a todos sujetos a las carencias de un hombre, puede ser enormemente cruel cuando uno es político. Sobre todo porque los políticos son un poco como los satélites de los planetas, que no tienen luz propia y solo reflejan la luz que les llega de otros astros. En este caso, el calor y la luz que les da el público.

Cuando un político deja de estar “en el candelabro” se adentra en la misma zona fría y umbrosa en la que viven los exconcursantes de Eurovisión y esos artistas que dan el golpe con una canción del verano y luego no vuelve a saberse nada de ellos.

Sebastian Kurz vive, precisamente, en esa zona. Y le cuesta. Se nota que le cuesta mucho.

Sobre todo porque, detrás del producto de laboratorio, fabricado conscientemente (hay quien dice que por Erwin Pröll, vaca sagrada del conservadurismo austriaco) hay una persona que no termina de resignarse a su estado actual de obsolescencia. Fueron muchos años (desde que fue secretario de Estado) escuchando el coro de las alabanzas, sintiendo lo que sienten los ganadores, esto es, que todo el mundo quería estar cerca de él. Muchos años escuchando que era el niño prodigio que iba a salvar la política austriaca. Mucho tiempo viendo llenado el vacío sideral de su pensamiento -inexistente- con discursos escritos por spin doctors aplicados. Muchos años en suma creyéndose indestructible.

Y precisamente hace un año, el tren de Sebastian Kurz, tren que él estaba convencido de que era uno de los grandes expresos europeos, dio en una vía muerta después de la moción de censura. Y Kurz, que ha experimientado el vértigo de estar en el centro de las decisiones, que le ha estrechado la mano a ese cacho de carne con patas que es Donald Trump, que se ha sentado junto a Angela Merkel (¿Para hablar de qué?),a hora se debe de aburrir como una ostra. También es lógico. Debe de ser duro no haber cumplido los cuarenta y saber -porque él tiene que saberlo- que es bastante probable que haya alcanzado su punto culminante y que todo lo que haga en la vida ya no será tan bueno.

Como cuando Massiel ganó con el La,la,la.

Este viernes se publicaran los primeros fragmentos de un libro de entrevistas que Conny Bischofsberger, periodista del Kronen Zeitung, ha escrito hilando una sucesión de conversaciones.

Se llama, “Hablemos de Política” (Reden wir über Politik) y los que lo han leido, por ejemplo Armin Wolf, han alimentado un fuego más cruel todavía que el de la soledad de los que ya han dejado atrás el éxito: el fuego del cachondeo.

No es el primer libro escrito para cantar las alabanzas de Kurz -ya hubo una biografía sonrojante- pero en este se prometen confidencias sobre “el lado oscuro de la política”. De nuevo, quienes lo han leído dicen que el libro no ofrece nada de eso. Kurz se presenta a sí mismo como un ser prístino, incapaz de cometer errores. No menciona ni siquiera lo más evidente, como el de haber confiado en la choriz…Digooo en alguien tan turbio como la exministra Karmasin.

En conjunto parece un intento más de captar la benevolencia pública suficiente para volver a lo que Kurz más añora: la luz pública, el centro de los acontecimientos, el brillo del chico de oro.

 


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.