André Heller, fabricante de marcos (y de Euros)

Según el semanario Falter, en el mundo de André Heller las travesuras valen tres millones de euros. Esta es la historia.

8 de Noviembre.- A partir de una cierta edad, cuando uno ha subido la pendiente de los primeros años de la vida y puede ver las cosas con un poco de perspectiva, o sea, cuando empieza a darse cuenta de que uno se va a morir en algún momento, comienzan a cobrar importancia también otras cosas y uno se compara.

Por ejemplo, piensa uno que, si existe la reencarnación, molaría volver y vivir vidas como las de otras personas.

Sin duda, una de esas vidas por las que merecería la pena volver debe de haber sido la de André Heller.

Nacido en una familia de la rica burguesía judía en 1947 (nació en Francia, porque sus padres fueron perseguidos por los nazis) André Heller ha sido y es el niño bonito de la progresía y del arte austriaco. Todo lo que hacía (todo o casi todo lo que hace) lo hace bien. Cantante, pintor, poeta, actor.

Como dijo aquel, es probable que tenga una flor en la salida posterior de su tracto digestivo.

André Heller está acostumbrado a convivir con el éxito y su existencia se ha desarrollado en ese confortable lugar en el que la cultura (la adquirida y la congénita) garantiza que la vida tenga un sabor agradable casi todo el tiempo.

A todo lo anterior se une que André Heller es un tipo muy inteligente que, además, es una especie de instancia moral en Austria. Este carácter le viene de su pasado combativo en aquellos hermosos tiempos del canciller Bruno Kreisky.

Estos días, sin embargo, esa buenísima reputación que André Heller tenía hasta el momento, ha sufrido algunas rozaduras. Nada, por otra parte de lo que un tipo como André Heller, que siempre cae de pie y con elegancia, no se vaya a recuperar pronto.

La cosa ha sido así: hace unos días, el semanario vienés Falter publicó que André Heller había cometido el peor pecado que un artista plástico puede cometer: una falsificación.

La cosa sucedió en los años ochenta del siglo pasado. Heller, cosmopolita, trabó amistad con Jean Michel Basquiat (por cierto, se le dedica una retrospectiva en el Albertina estos días).

Jean Michel -que era una especie de André Heller americano, solo que tenía un interés muy pernicioso por las drogas, interés que acabó saliéndole caro- le regaló a André Heller un dibujo. Hasta aquí, todo bien.

Luego, Basquiat tuvo la mala pata de morirse de una sobredosis y, como efecto colateral, sus dibujos aumentaron mucho su cotización.

A todo esto, en algún momento, André Heller cogió su dibujo de Basquiat de su propiedad y le hizo un marco con maderitas y papeles que él mismo clavó y pegó y, aquí viene la pega, hizo pasar este marco por obra del propio Basquiat (claro, Basquiat se había ocupado ya de vivir deprisa y de dejar un cadáver bonito, así que no podía protestar).

En algún momento posterior a estos hechos, André Heller debió de andar algo corto de efectivo -o hizo limpieza en su casa y decidió deshacerse del dibujo de Basquiat- y puso a la venta el dibujo y el marco.

El dibujo, valorado en, atención, dos millonazos de euros, no encontró comprador. El marco sí.

Llegados a este punto, si el lector está de pie, le ruego que se siente.

¿Ya? Sigo.

El marco, como digo, sí que encontró comprador. Hubo un señor (o señora) que compró el marco que André Heller había hecho con sus manitas por tres millonazos de euros. En el momento de la venta, André Heller dijo que no tenía el certificado de autenticidad a mano.

-Chico, se me ha traspapelado. Ha debido de ser en una mudanza de estas. Tú ya sabes cómo somos de desastres los artistas.

-No te preocupes, André, que yo me fío de ti ¿Tú dices que es de Basquiat?

-Te lo prometo.

-Pues toma: uno, uno y medio, dos, dos y medio…Y tres. Tres millones de Euros. Hale. Y doscientosmil de propina. Y te tomas un melange.

El caso es que, en algún momento, la persona que compró el marco que no era de Basquiat, decidió también deshacerse de él y, por lo que sea, André Heller lo recompró por (atención) ochocientosmil euros (la manualidad de la clase de pretecnología más cara de la historia).

André Heller metió el cachivache en el trastero y la cosa quedó olvidada hasta que el Falter la desenterró.

Confrontado con el asunto, André Heller dice que “bah bah bah” que son paparruchas, literalmente “la travesura de un niño” (en el universo de André Heller debe de haber niños que consiguen dos millones doscientosmil de beneficio tangando a incautos, por lo visto).

Para tranquilidad de mis lectores, diré que la justicia no va a tomar cartas en el asunto, porque como André Heller recompró la obra, aquí paz, y después gloria.

 


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