militar con bigotazos

Cuatro toneladas y media de muerte

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Hoy el ejército austriaco ha volado de forma controlada 4500 kilos de explosivos, reliquias siniestras. Esta es su procedencia.

10 de Noviembre.- El ejército de la Federación Rusa se retira de la localidad de Jersón, apenas semanas más tarde de que Putin, frente a una concurrencia formada por orondos señores vestidos con trajes de poliéster, serias matronas amantes de la familia tradicional (y, por su expresión, de vida sexual escasa) y ceñudos popes ortodoxos, anunciase a bombo y platillo la anexión de toda la región, después de unos referendums que eran más falsos que un billete de seis euros.

Naturalmente (y por desgracia) los mandamases rusos han dejado la ciudad de Jersón minada, para que los ucranianos que tengan la mala suerte de pisar por donde no deben pierdan una mano, un pie o la vida.

Esas minas permanecerán ahí, enterradas, amenazando a los niños que vayan a jugar por esos parques, a los señores que vayan al supermercado a comprar o a las mujeres que vayan a trabajar a las oficinas, mucho tiempo después de que la guerra maldita deje de clavar su garra en el territorio ucraniano. Permanecerán ahí durante mucho más de lo que dure la vida de los desalmados que las sembraron. Durante los próximos cincuenta, sesenta, setenta años, serán, como un siniestro cuentagotas de muerte, recuerdo de esta guerra, de este conflicto.

De eso, sabemos mucho en Viena.

Este jueves, el ejército austriaco ha puesto fuera de combate, y nunca mejor dicho, más de cuatro toneladas de explosivos, reliquias de la segunda guerra mundial que, con su carga de muerte, han sobrevivido a los que los construyeron y utilizaron.

Los cuatromil quinientos kilos de bombas fueron recuperados por el servicio correspondiente del ejército que se ocupa de estos siniestros asuntos desde 2013, con la colaboración del Ministerio del Interior.

Esta vez se ha tratado de bombas nazis y americanas y hasta una granada de mano del año 1943 en perfectas condiciones mortiferas.

Sin embargo, el servicio de artificieros del ejército austriaco ha desactivado, en el transcurso de los años, cosas muchísimo más raras y más antiguas, como por ejemplo artefactos explosivos de las guerras napoleónicas.

Los cuatromil kilos de explosivos que se han hecho volar hoy en condiciones controladas son un tercio de los explosivos que esperaban ser eliminados.

Y es que el convulso siglo veinte dejó Austria sembrada de artefactos peligrosos, que aparecen de vez en cuando, sobre todo alrededor de lo que, en los años cuarenta, eran estructuras estratégicas, como estaciones de ferrocarril o puertos fluviales.

Por ejemplo, cuando se construyó lo que hoy es el complejo de la Hauptbahnhof, raro era el día en que no se encontraba una bomba sin explotar o se desenterraba chatarra bélica (hasta un blindado, sacaron, que hoy puede verse en el Museo del Ejército de Viena, lugar en donde deberían poner todas las guerras, por cierto).

Solo este año, el servicio de artificieros del ejército austriaco ha hecho casi tres salidas diarias como media, con un total de 904 intervenciones y ha retirado de la circulación 27,7 tonleadas de explosivos que, una vez colocados en lugar seguro, se han hecho estallar de forma controlada.

Entre ellos, 186 bombas sin explotar de más de cincuenta kilos, pero también 835 bombas de racimo y 110 minas antipersonas.

Desde que en 2013 se inició este servicio de artificieros, ha habido 10958 intervenciones, de ellas la mayoría (un 44%) en Baja Austria.

De vez en cuando, por cierto, los artificieros no llegan a tiempo y las bombas, corroídas por el tiempo, explotan solas.

Hace algunos veranos, por ejemplo, el agua culminó su incansable trabajo y puso en contacto dos sustancias explosivas. Estaban dentro de una bomba que, por accidente, había caído al lecho del Danubio.

Nadie resultó herido, pero fue de pura chiripa, porque la bomba estaba en una zona de baño.

Quizá los pobres ucranianos de dentro de treinta o cuarenta años no tengan tanta suerte.


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