Claudia y Rudi: íntimo y personal

Claudia y Rudi se conocieron en un (ejem) rodaje. Sus singulares andanzas han dado pie a un libro.

19 de Noviembre.- La otra tarde, conversando con una persona del tipo de las que a mí me gustan (o sea, observadora, inteligente y con buenos sentimientos) salió el tema de las redes sociales y de cómo se han convertido en un elemento difusor más de la ideología americana (del norte).

En particular de esa idea de que la popularidad es el baremo de la calidad de cualquier cosa. Si mucha gente lo consume, si mucha gente lo compra, si tiene muchos „me gusta“, será porque es bueno.

Conveníamos mi interlocutor y, aunque no lo decíamos así, pensábamos que hay un cierto encanto en la marginalidad bien entendida. Hoy añado yo de que solo de los márgenes salió alguna vez el movimiento (no sé si el progreso) porque la gente que no es esclava de la convención está más preparada para experimentar y encontrar cosas nuevas.

De lo que tengo yo investigado, el los ochenta y todavía en los noventa, cierta parte de la sociedad vienesa tenía mucha querencia por lo marginal (y por el bebercio, claro) en cierto modo paralela a lo que fue la querencia por lo marginal que dio origen a la movida madrileña.

Los inteligentes o los precavidos bebieron de aquellas fuentes y supieron apartarse a tiempo, antes de quemarse (por ejemplo, Pedro Almodóvar). Hubo otros que no tuvieron tanta suerte y un día se despertaron en medio de la pesadilla de la heroína o del alcohol más sórdido.

Clemens Marschall es un fotógrafo vienés que se dedicó a documentar esta “sociedad alcohólica” de la que quedan ya muy pocos vestigios.

En el curso de sus andanzas conoció a dos personajes, Claudia y Rudi, con los que terminó haciendo algunas migas. Según confiesa al diario “Der Standard”, lugar del que extraigo esta historia. Bastaron pocas cervezas para que Claudia y Rudi le contaran que habían hecho “películas guarrillas”. Un amigo de Marschall, coleccionista de rarezas, terminó mostrándole algunas de estas cintas.

Entre 1990 y 2010, Claudia y Rudi fueron los cerebros de una empresa de pornografía netamente austriaca y no poco exitosa, Edition Privat. Al mismo tiempo que producían películas de esas que se ven en trozos de un cuarto de hora, también elaboraban otras menos convencionales, por ejemplo una serie en la que entrevistaban entre col y col a personas que frecuentan los clubes de intercambio de parejas.

Según ellos, tenían la intención de saber qué era lo que motivaba a la gente a “dejarse dar de latigazos o a encasquetarse una manzana en…”.Bueno, ahí. En el janderguander.

Durante la pandemia, Clemens Marschall, aburridísimo en su casa como la mayor parte del planeta tierra, contactó con Claudia y Rudi y les pidió lo que tuvieran de Edition Privat. La pareja le entregó cajas y cajas de películas, carteles y fotos. Un material variopinto y no siempre agradable de ver. Marschall se armó de paciencia (y de sal de fruta, supongo) y terminó escribiendo un libro sobre aquella bizarra aventura empresarial.

Claudia y Rudi se conocieron, cómo no, en un rodaje. Él detrás de la cámara y ella delante, con un plátano o alguna hortaliza…Bueno, en el janderguander.

En el libro de Clemens Marschall salen tal cual fueron. Cutres, guarretes, inmorales y de mal gusto.

Desfilan por sus páginas un político al que le gustaba masturbarse mientras estaba tumbado en un ataud (aquello de la rigidez del rigor mortis se lo tomaba muy a pecho, el hombre), lo mismo que matronas que ejercían la disciplina y la dominación o señores a los que les ponía como una moto disfrazarse de nazis, o el esclavo que Claudia y Rudi tuvieron durante 13 años, y que estaba disponible para lo que ellos quisieran 24 horas diarias.

Por lo demás, Claudia y Rudi salen en el libro como son, de una manera muy vienesa (quien lleve viviendo aquí unos años, como yo, me entenderá perfectamente). Sin ver la incongruencia de regentar una productora de películas pornográficas de presupuesto y calidad ínfimos y de ser gente cariñosa con el rebaño de monstruos y personajes abollados y defectuosos que les servían de muñequitos de su guiñol. Es una historia de cutrez, de amistad y de amor en cierto modo.

Ese tipo de gente, aunque pueda dar un poco de repelús, aunque sean callejones taponados en la ciudad del talento, son necesarios en cualquier sociedad. Nunca se sabe dónde puede estar escondido un genio.


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