Fallece Christiane Hörbiger, mito de la escena austriaca

Hoy, a los 84 años, ha fallecido Christiane Hörbiger, mito de la escena centroeuropea. Esta es su vida.

30 de Noviembre.- En „El Mundo de Ayer“, Stefan Zweig cuenta que, en los tiempos de la Monarquía austro-húngara, el teatro era una religión.

Algo de esto sigue siendo aún parte del alma austriaca y parte de esto se ha manifestado hoy cuando se ha conocido el fallecimiento de Christiane Hörbiger, la que durante mucho tiempo ha desempeñado el papel de reina de una dinastía que se remonta a principios del siglo pasado, cuando su padre, Attila Hörbiger y su madre, la turbia Paula Wessely, se convirtieron por derecho propio en los monarcas reinantes del teatro centroeuropeo (y si no en los monarcas, por lo menos en los archiduques de más rancio abolengo).

Christiane Hörbiger, que ha fallecido hoy, nació en un unos tiempos convulsos nada menos que en 1938. Solo hacía unos meses que la Alemania hitleriana se había comido con patatas a la desgarrada primera república austriaca.

A pesar de su indudable éxito, ninguno de los dos progenitores venía de familia de artistas. Más bien de entornos burgueses. Los hermanos Hörbiger, Attila y Paul, eran los hijos de un protonazi tronado, de los que trataba de buscar en el tamaño del cráneo de la gente explicaciones de su carácter y procedencia racial, y la madre, Paula Wessely, era hija de un comerciante vienés (carnicero, si no recuerdo mal).

Por esto, cuando después de la guerra mundial, Christiane Hörbiger entró en la adolescencia y, con ello, en la edad de elegir un oficio, sus padres no estuvieron nada contentos de que expresara su voluntad de ser cómica.

Con la autoridad que gastaban los padres en aquella época, le dijeron que lo de ser artista no era un oficio seguro (y, probablemente, en la pacata Austria de la época, el asunto debía de tener además un aroma sulfuroso).

-Nena, serás pastelera.

Mientras la nena hacía sus estudios, los Hörbiger compraron una confitería con la intención de dársela a su hija cuando terminase su formación de pastelera. Sin embargo, por suerte para los públicos centroeuropeos, los Hörbiger, que eran unos hachas en las tablas, resultaron ser unos empresarios abocados al desastre. La pastelería quebró y Christiane Hörbiger pudo cumplir su deseo de ser actriz.

Su primer papel fue el de la desgraciada Mary Vetsera, en 1955. Para desempeñarlo interrumpió sus estudios en la escuela de Max Reinhardt (pensaría que, habiendo mamado el oficio de sus augustos papás, ni falta que le hacía).

A partir de ahí, la Hörbiger (una de las tres, porque sus dos hermanas también han sido cómicas como ella) se curtió sobre todo en la televisión. Su belleza y su distinción, epítome de lo que, en Centroeuropa, se considera una señora bien, le granjearon muchísimos papeles de dama elegante y pija, incluyendo el de una condesa austriaca en una serie alemana, La Herencia de los Guldenburg, una cosa como Dallas pero arrastrando las erres.

La Hörbiger hizo también toneladas de teatro clásico y coleccionó textos prestigiosos. Alcanzó de la República austriaca la distinción de ser Kammerschauspielerin -otro vestigio de aquellos tiempos en los que el teatro era una religión y los actores y las actrices criaturas míticas adoradas por un público entregado, que las seguía como hoy se sigue a los futbolistas.

Christiane Hörbiger se casó dos veces y tuvo un hijo, que vive en Los Ángeles y es director de cine. Fue hermana, tía y sobrina de grandes titanes de la escena centroeuropea y, cuando pudo, utilizó su fama para cosas buenas, por ejemplo, para hacer publicidad para la lucha contra el cáncer o la lucha contra el racismo y la xenofobia (habiendo desempeñado su madre, Paula Wessely, un papel prominentísimo durante el nazismo, no deja de ser una cosa valiente).

Hizo campaña por varios políticos socialdemócratas y fue una de las damnificadas del éxito que Sebastian Kurz tenía entre las damas postclimatéricas. Cuando su Sebastian Kurz de su alma fue desalojado del poder por una moción de censura, grabó un video -que se podía haber ahorrado- diciendo poco menos que la jefa de la socialdemocracia austriaca, Pamela Rendi-Wagner, era una inútil.

Semejante traspies no le hizo el más mínimo arañazo a su prestigio como actriz, que ha permanecido intacto hasta hoy, el día de su muerte.


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