Los científicos dan por terminada la pandemia de coronavirus

Según parece, el día que tanto hemos esperado, ha llegado por fin. La pandemia ha terminado. Ahora es tiempo de reflexionar.

26 de Diciembre.- Hoy, el virólogo Christian Drosten, uno de los mayores expertos mundiales en la pandemia de coronavirus, ha declarado que el SARS CoVid ha dejado de ser una pandemia para convertirse en una endemia.

O sea, en una enfermedad como la gripe, con brotes estacionales cíclicos.

Él y otros especialistas, también en Austria, piensan que el fin, que tanto ansiábamos, ha llegado.

La fase más peligrosa de la pandemia ha terminado.

Es tiempo de reflexionar.

En Marzo de 2020, hace casi tres años, empezaron a contabilizarse los primeros casos de SARS CoVid en Europa. Poco después llegaron a Austria, primero a Tirol y luego al resto del país.

Probablemente, el virus ya estaba en circulación un poco antes, quizá incluso desde el mismo momento en que se registró en China, país en donde sigue siendo un enorme problema sanitario, por cierto.

Recuerdo que, ignorantes de lo que se nos venía encima, hacíamos chistes a propósito de la nueva enfermedad. Creíamos que en Europa, en el mundo desarrollado, no podía suceder lo que pasaba en otros países. Teníamos fe en unos sistemas sanitarios que creíamos robustos, invulnerables.

Estábamos muy lejos de sospechar que la pandemia de SARS CoVid los sometería a una prueba inédita en su historia y que, en muchos lugares (como por ejemplo en Madrid), esos sistemas sanitarios, desbordados por la nueva amenaza, no resistirían y se iban a quebrar dando lugar a escenas dantescas.

PUNTO DE INFLEXIÓN

El virus, un virus, por cierto, que ni siquiera es muy contagioso, ha cambiado nuestra vida y nuestras sociedades para siempre y ha supuesto un punto de inflexión.

La pandemia ha puesto a prueba nuestro civismo, nuestra solidaridad.

El virus ha puesto a prueba (y esa prueba no ha terminado) nuestra democracia (¿Cuántas veces hemos oído que los Gobiernos totalitarios estaban comiéndole la tostada a las democracias?) pero, sobre todo, ha sido una prueba a nuestra inteligencia colectiva como sociedad.

Y no se puede decir que hayamos salido airosos en todos los casos.

Más bien al contrario.

La pandemia nos ha hecho descubrir que muchas personas con las que convivimos, con las que trabajamos, y a las que teníamos por normales, escondían una cara no solo desagradable, sino peligrosa porque, lo que aprendimos a llamar negacionismo, no solo ponía en peligro a los lerdos que, insolidariamente, se saltaban todas las precauciones y no daban un ardite por la salud propia, sino que, en su estupidez, en su granítica ignorancia (que, en la mayoría de los casos aún perdura) ponían en peligro la salud de sus semejantes (personas mayores, gente con enfermedades previas o inmunodeprimidas).

Una ignorancia que era inmune a cualquier intento civilizado de disiparla. Una ignorancia que se amparaba (y se ampara) en supersticiones tan estúpidas como increíbles y en una incultura científica escalofriante.

La pandemia ha puesto delante de nuestras narices que vivimos en una sociedad que está rota y que necesita arreglo.

Una sociedad en la que se han roto los filtros que permitían a muchas personas cosas tan básicas como distinguir la información veraz de las meras historietas. Una sociedad con grandes masas de analfabetos funcionales, sin las herramientas suficientes como para leer un texto con un poco de sentido crítico y comprender lo que ese texto dice a carta cabal. Y, por lo tanto, incapaces de defenderse de charlatanes de tres al cuarto.

Charlatanes que predicaban, por ejemplo, una falsa oposición entre la salud colectiva y el beneficio empresarial. Charlatanes que hablaban (y hablan) como si supieran más que los científicos. Charlatantes que, por cierto, tienen sobre su conciencia la muerte de millones de personas.

¿Y AHORA, QUÉ?

Ahora que la pandemia ha terminado, estamos en un nuevo mundo al que vamos a tener que acostumbrarnos. Un mundo en el que se han acelerado procesos como la implantación de la inteligencia artificial. La pandemia puede verse como un ensayo general para otro reto mayor que puede comprometer nuestra existencia sobre el planeta mucho más que el virus: el cambio climático.

Las dos amenazas tienen mucho en común.

Para las dos es fundamental el trabajo de miles de científicos a lo largo y ancho del planeta y para las dos es básico que las sociedades (todas, sin excepción) comprendan el tamaño, la profundidad y las consecuencias de la amenaza y que actúen coordinadas para salvar la vida humana en el planeta. Y que actúen tan rápidamente como si hubiera otro virus en marcha. Quizá incluso más. Y para eso es necesario que la cultura científica general aumente, para que podamos exigirles a nuestros gobernantes que actúen con valentía y para que desterremos hábitos que conducen a nuestro suicidio como especie.

Tenemos muchísimo trabajo por hacer. La cosa no ha hecho más que empezar.


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