Alexander van der Bellen nos ha dado hoy a todos una lección muy provechosa, al tiempo que demostraba lo idóneo que es para el cargo que ostenta.
28 de Febrero.- Viena Directo es, quizá, una de las cosas que más satisfacciones me ha dado en la vida. Claro que me da trabajo (unos días escribir el artículo diario es más fácil que otros) pero lo cierto es que es una labor que hago con muchísimo gusto.
Es verdad que estar expuesto y ser una persona más o menos pública conlleva algunos cuartos de hora un poco regulinchis, no lo voy a negar. Yo procuro llevarlo con paciencia, es verdad y, cuando, por esas redes de Dios, me cruzo con algún energúmeno, trato de pensar que son gajes del oficio.
TEORÍA DEL “TROLLISMO” EN INTERNET
En todos estos años -dieciséis, que van para diecisiete- me las he tenido que ver con bichos de todos los pelajes.
Por ejemplo: en 2015, durante la crisis de los refugiados, fueron los racistas asquerosos. Y solo hay cosa que a mí me dé más “cringe” que un racista. Exacto: más de un racista.
Durante la pandemia, fueron los negacionistas y los antivacunas, no menos chuscos que los anteriores. Y en todas las ocasiones, y por diferentes cuestiones, ese tipo de gente (poca, afortunadamente) que desahoga sus frustraciones en la red mientras hace de vientre en el cuarto de baño de su casa pero que fuera, en el mundo real, presume de ser padres o madres de familia ejemplares, amigos de sus amigos y todas esas cosas que suelen decir los psicópatas de sí mismos.
Toda esta gente a primera vista variopinta tiene, sin embargo, tres cosas en común. Paso a enumerarlas:
Primera: son muy inseguros. Ellos te insultan, te amenazan, sacan mucho pecho como los orangutanes, son bravucones pero, si rascas la superficie, en realidad son gente que, cuando se queda sola, lloriquea a propósito de su propia insignificancia.
Una persona segura de sí misma, que está feliz y conforme con lo que es, no necesita insultar a nadie.
Segunda: intentan, por todos los medios, hacerte descender al fango retórico en el que ellos viven. O sea, alcanzan el orgasmo cuando la violencia verbal que ellos ejercen sobre ti se refleja en la violencia verbal que tú ejerces sobre ellos.
Por eso nunca (pero nunca nunca) hay que contestar a un insulto en internet. Primero por dignidad pero sobre todo porque así puedes estar seguro de que estás chinchando al troll. Porque, por definición, todos los trolls quieren que les hagan casito.
La tercera cosa que esta gente tiene en común es que quieren utilizar el espacio que tú les des como tribuna para difundir sus tesis.
Contestarles, pues, tiene dos efectos: el primero es que pones tus tesis y las tuyas en pie de igualdad (cosa de todo punto injusta, porque las tesis de un psicópata nunca pueden estar a la altura de las de una persona normal) y dos, es como si les entregases un micrófono que atrae sobre ellos la atención pública.
Naturalmente, ninguno somos de piedra y como el cerebro reptiliano es más rápido que el córtex, cuando a uno le insultan en internet o en la vida, el primer impulso es responder. Sin embargo, lo correcto y más eficaz, por paradójico que parezca, es no hacer nada.
TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA DESACTIVACIÓN DE DE UN TROLL
Quizá recuerden mis lectores que el miércoles de ceniza pasado, Herbert Kickl, el jefe de la extrema derecha austriaca insultó repetidamente al Jefe del Estado, el Presidente de la República Alexander van der Bellen.
Ruego al lector que retroceda unos párrafos y compruebe cómo Herbert Kickl se ajusta como la mano al guante al perfil que yo describía más arriba.
Es notorio que Herbert Kickl se la tiene jurada a Alexander van der Bellen por haberle infligido la humillación de “dimitirle” del cargo de Ministro de Interior y por haber tomado todas las medidas que tomó durante el llamado “escándalo de Ibiza”. Y no parará hasta vengarse con una humillación igual. Por eso, los insultos fueron especialmente virulentos y estuvieron dirigidos no a la labor política de van der Bellen, sino que tuvieron un obvio carácter personal.
La fiscalía del Estado actuó de oficio y los investigó como un presunto delito de injurias. Hoy, han remitido un escrito a la Presidencia de la República para que el afectado les dé su permiso para presentar la denuncia correspondiente. Alexander van der Bellen, con muy buen criterio, ha denegado este permiso.
Estas han sido sus razones:
“dem Land und seinen Bürgerinnen und Bürgern zu dienen und für Sicherheit und Wohlstand zu sorgen”.
La misión de un político es “servir al país, a sus ciudadanos y a sus ciudadanas y velar por su bienestar y seguridad”.
Si Van der Bellen hubiera denunciado a Herbert Kickl por injurias (a pesar de que es obvio que hubiera tenido razón al hacerlo) hubiera conseguido:
a) Demostrar que es un hombre tan inseguro como Kickl.
b) Bajar al fango dialéctico al que Kickl quería atraerle
c) Poner en pie de igualdad las tesis de Kickl y las suyas
d) Regalarle a Kickl una atención pública que, obviamente, no se merece (aunque ya disfrute de ella en ciertos ambientes poco recomendables).
Así pues, el Presidente de la República le ha dado a Kickl y nos ha dado a todos, una lección que demuestra lo idóneo que es para el cargo.
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