Hace tres días falleció Franz Wielander, el hombre más anciano de Austria. Tenía 109 años
4 de abril.-el 14 de Enero de 1914 nacieron, según la Wikipedia, Emmy Andriese, una fotógrafa holandesa, Peter Chang Bei Ren, que fue obispo de una ciudad llamada Hubei y Fritz Kläger, un motorista y constructor alemán. Estas tres personas tienen dos cosas en común, una, que hace ya más de quince años que dejaron de celebrar su cumpleaños y otra que lo celebraban el mismo día que el hombre más anciano de Austria, Franz Wielander, el cual falleció este día uno en su casa de Sankt Pöllten.
El señor Wielander vivía en su casa. Yo le vi hace cosa de un año, en un reportaje de la televisión en el cual presumía de lo que se había aburrido durante la pandemia, sin poder salir de casa -por si las moscas, atendió al equipo que fue a entrevistarle por la ventana– le asistían su hijo y su nuera y, aunque se le veía mayor, lo cierto es que contestó a todas las preguntas con mucho tino y parecía estar bastante centrado de la cabeza.
El fallecido, según informa la agencia APA, ocupa el lugar sexto en el escalafón de los austriacos más ancianos y tuvo, como corresponde al siglo que le vio nacer, una vida bastante movida.
Siendo todavía un niño de pecho le tocó la primera guerra mundial y de chiquitillo, pasó la epidemia de la gripe mal llamada española (los soldados americanos la trajeron desde los Estados Unidos).
En la Austria de entreguerras, Franz Wielander aprendió el oficio de albañil, pero le dio poco tiempo a practicarlo
Combatió en la segunda guerra mundial y entre tiro y tiro, en 1940, el señor Wielander se casó (esto se deduce de que, en 2015, celebró las bodas de diamante con su esposa, a la que había conocido en el cine, o sea, los setenta y cinco años de casados) y le debieron de mandar a Rusia, porque cuando las cosas se pusieron feas para los nazis, se pasó dos años en Siberia como prisionero de guerra. Quién sabe la de cosas que viviría allí.
Terminado su periodo de prisión, en donde pasó por todo tipo de perrerías, Wielander fue liberado y, trabajosamente, volvió a Austria.
Estaba, en aquellos momentos, más delgado que un silbido, pues según recogen las crónicas, el pobre señor pesaba nada más que cuarenta y cuatro kilos cuando volvió a su patria.
En la posguerra, Wielander construyó la casa en la que ha muerto (será enterrado, por cierto, el día 21 de este mes).
Según ha dado a conocer su familia, Wielander permaneció activo hasta poco antes de su final, y aún siendo centenario continuaba pudiendo hacer muchas cosas solo. Todos los días, con ayuda de su hijo, daba un paseo matinal que, dada su edad avanzadísima, era un tour de force: recorría la distancia que separaba su dormitorio de la cocina.
Según parece era también un hombre lleno de buen humor -quizá este haya sido el secreto de su larga vida, porque la existencia se lleva mejor si uno la aligera riéndose un poco todos los días- y en sus últimos años lo que más le gustaba era contar chistes. Ole por él.
Cuando le preguntaban por el secreto de su larga vida, Wielander lo resumía con una fórmula que denota que siendo tonto no se llega a viejo. Decía que lo mejor para vivir muchos años es trabajar mucho y tener un ángel de la guarda.
O sea, como dicen los médicos, llevar una vida activa (el sedentarismo es el enemigo de la longevidad) y confiar en la propia buena suerte.
Fue esta sin duda la que le salvó de sucumbir a tres infartos, un derrame cerebral y los desperfectos propios de la edad que le tenían los riñones hechos polvo.
Según las estadísticas, a primeros de enero del año pasado había en Austria 1677 personas centenarias, de las cuales la abrumadora mayoría eran mujeres (solo 260 hombres).
Por cierto, hasta hace poco, vivía la vienesa más mayor, que alcanzó (no tengo noticia de en qué condiciones) los 114 años de vida.
Los médicos dicen que, a no mucho tardar, podremos estirar nuestra existencia hasta los 125.
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