Éramos pocos (y parió ChatGPT)

Los autores austriacos han pedido que se paren las máquinas de inteligencia artificial generativa. Estas son sus razones.

13 de Abril.- La irrupción de la inteligencia artificial generativa (o sea, la que es capaz de elaborar, a partir de textos e imágenes preexistentes, otros textos e imágenes) tiene algo en común con el cambio climático.

Fíjese el lector que la gente que dice que el cambio climático es una filfa y que los que estamos muertos de miedo somos unos alarmistas son personas que, en general, no se sienten concernidas por la cuestión. O sea, que se sienten seguros y piensan que las inundaciones, las sequías y otros fenómenos extremos pasan, como dijo Aznar, “en desiertos remotos” y los muertos son una especie de “seres humanos de calidad B” y que, por lo tanto, se tienen merecido lo que les ocurra por vivir en esos países en donde pasan todas las desgracias. Es el mismo tipo de gente que se toma un copazo antes de ponerse al volante, porque piensan que los accidentes les pasan siempre “a otros”.

En cuanto a la irrupción de la inteligencia artificial generativa, es exactamente lo mismo. La misma gente que hace bromitas sarcásticas a propósito de los que se van (nos vamos) a quedar sin trabajo, no se da cuenta de que el proceso, que ya es imparable y es rapidísimo, les alcanzara a ellos también antes de que puedan terminar el último chiste diciendo que los cocheros quieren prohibir el automóvil.

Los expertos coinciden en que acabamos de entrar en la cuarta revolución industrial y que sus consecuencias, si no se regula el fenómeno (y no lleva camino de ir a regularse a tiempo), van a ser salvajes primero, en el mercado de trabajo y, después, en todos, absolutamente todos los ámbitos de la sociedad.

Ha bastado que la asociación de autores austriacos pida que se apaguen (de momento) máquinas como ChatGPT para que aparezcan los listos de siempre diciendo que si la abuela abusa de la nicotina.

Y es que, aún en esta fase de pruebas en la que somos nosotros los conejillos de indias que estamos entrenando a esas máquinas para que nos copien, la Inteligencia Artificial Generativa plantea numerosos problemas (¿O qué piensa usted que está haciendo cuando le encarga chorradas a ChatGPT? Pues claro: ayudar a la bestia). Entre ellos, y no el menos importante, es el de los derechos de autor. ¿Si yo le encargo a Chat GPT que me escriba una novela, es mía la novela? ¿Y si es mía, puedo fundar una editorial y forrarme con ella? Y si la máquina “se entrena” (y, por lo tanto, copia) utilizando miles de textos y de imágenes producidos por otros ¿Qué pasa con los royalties? Recordemos por ejemplo que, en la música, se discute por un par de notas la semejanza de las canciones.

Aunque eso es una nonada cuando uno piensa en los millones de personas que van a perder su medio de vida de aquí a, pongamos, cinco años. Gente con sus carreras universitarias, con sus trabajos y sus niños y sus coches y sus hipotecas. Gente que gasta dinero y, por lo tanto la economía. Gente como usted y como yo. El otro día, por Twitter, lo hablaba yo con un traductor (ver párrafo dos), pero apunte usted en la lista a todos y cada uno de los trabajadores que hoy piensan que el cambio climático es una cosa que les pasa a otros, y mañana irán al paro sustituidos por una máquina. Una máquina que no se pone enferma, ni quiere vacaciones, ni necesita ir al médico.

Y si todo nuestro sistema de protección social está basado en la idea de que resulta más rentable a medio y largo plazo que los trabajadores estén sanos que mantenerlos como esclavos, ¿Qué pasará con él cuando los ricos, los dueños de ChatGPT y artilugios parecidos ya no necesiten trabajadores? ¿Quién les va a convencer de que sacrifiquen parte de sus jugosos beneficios en pagar impuestos para, pongamos, construir hospitales? Ya existe, de hecho, esa corriente anarco-liberal que considera los impuestos un robo.

En fin: preguntas sin respuesta que, igual para mal, la tendrán muy pronto.

 


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