Austria: la república más monárquica del mundo

La ORF ha hecho una cobertura exhaustiva de la coronación demostrando que Austria es la república más monárquica del mundo.

6 de Mayo.- Hay muchas personas que no tienen hijos propios por propia decisión pero, a pesar de eso, les gustan los niños.

Cuando van a casa de sus amigos con niños, juegan con los críos, les leen cuentos, se tiran por los suelos, les hacen cosquillas, juegan a que los niños se enamoren de ellos (“hay que ver fulanito/a, cómo mola, papá”) pero el entusiasmo les dura exactamente lo que tarda el niño en ponerse pesado, en llorar, en ponerse cabezón, en insistir en ver ciento cincuenta veces el mismo episodio de Peppa Pig o en hacer las cosas que, generalmente, hacen los niños y que les alejan de esa imagen estupenda que los niños dan cuando están de buenas.

Llegados a ese punto, misteriosamente, a estas personas supuestamente amantes de los niños les entran unas prisas tremendas y, aduciendo una excusa cualquiera -una visita impostergable al podólogo- ponen pies en polvorosa y hasta la siguiente.

A los austriacos con la monarquía les pasa un poco igual.

Los Reyes Felipe y Leticia en el palacio de oriente

LA REPÚBLICA MÁS MONÁRQUICA DEL MUNDO

En este país, en general, hay un sentimiento republicano muy fuerte.

Sobre todo teniendo en cuenta que el pretendiente al inexistente trono de Austria no es, por decirlo finamente, “la bombilla que más alumbra” (gente con menos finura diría que es más tonto que una mata de habas”, aunque sea hacer leña del árbol caído).

De cualquier manera, en Austria reina un sentimiento republicano muy fuerte que no obsta de ninguna manera para que los austriacos tengan un poquito de complejillo con respecto a los países en los que sí que tenemos una familia real.

Hoy, con ocasión de la coronación del rey Carlos de Inglaterra, la tele pública austriaca ha hecho una cobertura exhaustiva. No ha quedado piedra de Londres sin remover. Por arriba, por debajo. Por delante y por detrás. Tristrás.

Tanto, que uno hubiera podido pensar que, en vez de sobre Inglaterra y sobre los países de la Commonwealth, el rey Carlos y su mujer, la reina Camilla, eran coronados para pasearse por Estiria, Tirol y el resto de los demás Länder confederados de Esta Pequeña República agitando la manita desde un Rolls Royce.

De vez en cuando, a intervalos regulares, aunque quizá no conscientemente, los presentadores de la ORF captaban esta ligera disonancia cognitiva. O sea, el contraste entre el entusiasmo que les producía la pompa y el boato de lo que sucedía en Londres (imposible de obviar) y el hecho de que Alexander van der Bellen y su señora hayan asistido a la ceremonia como representantes de la República Austriaca vestidos con arreglo al protocolo pero con la falta de entusiasmo que, en un republicano de verdad, deben despertar estas exhibiciones -casi obscenas- de privilegio.

Era un poco como esas personas abstemias que salen de marcha con gente que se pone hasta las trancas de alcohol. Esas personas abstemias que saben que están haciendo lo correcto pero que, en el fondo, envidian a los que, tras la ingesta, se abrazan y cantan “Te estoy amando locamenti” a voz en cuello.

SI A ELLOS LES FUNCIONA, ALLÁ ELLOS

Intentando llegar a una solución, en el curso de la cobertura informativa una reportera ha entrevistado al propio Presidente, frente a una casita del lujoso barrio londinense de Belgravia. Le ha preguntado qué le parece la monarquía y VdB, con mucha diplomacia, ha dicho algo así como que “si a ellos (los ingleses) les funciona, pues ellos verán”.

Que es un poco el “yo no bebo, pero si ellos quieren hacerse polvo el hígado, allá ellos”.

Como, de todas maneras, no era cosa de pedir que plantaran la guillotina en Trafalgar Square, en la ORF han insistido en las dos ideas que hoy permiten defender, aunque sea muy defectuosamente, que existan las monarquías:

La primera idea, la obvia: o sea que la monarquía, quieras que no, hace bonito. Aquí ha venido todo el tema de las pamelas, los trajes, los fraques, los niños cantando, las carrozas doradas, los soldados a caballo, la “fazaña” logística, etcétera.

La segunda es que los reyes son útiles, en la medida en que su posición de privilegio les permite tener acceso a información importante que luego tienen el buen criterio de transmitir a sus subditos. Por ejemplo, se ha hablado de la inquietud ecologista del rey Carlos y se ha insistido mucho en que él, que es uno de los hombres más ricos del mundo (y vive como tal, o sea, rodeado de privilegios inimaginables para las personas normales) tiene un coche viejo que no funciona con gasolina sino con vino.

De aquí se desprende un argumento que no deja de ser peligroso incluso para los monárquicos: es ese de que el rey (el que sea) es una persona “muy normal” (lo que en España llamábamos “campechano”) o sea, que no va de divo de la monarquía ni nada y que, por lo tanto, al ser inofensivo, no merece la pena quitarlo de la ecuación.

La reina Isabel, madre del actual, se dio cuenta de que las monarquías mueren por la “campechanía” y por eso se esforzó todo lo que pudo en ser lo menos normal posible, aparentando ser esa señora impasible rayana en la inhumanidad.

La presentadora Mirjam Weichselbraun, especializada en programas de entretenimiento de famosos bailando y cosas así, que es vecina de Londres hace ya muchos años, ha zanjado el asunto de forma lapidaria.

-La solución sería tener un jefe de Estado elegido, pero entonces también saldría gente diciendo “este no es mi presidente”.

O sea, que nunca llueve a gusto de todos.

 


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